“Sin justicia”, escribió Agustín en La ciudad de Dios, “¿qué son los reinos sino grandes bandas de criminales?”.

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Recientemente, el representante del Vaticano ante las Naciones Unidas, el arzobispo Paul Gallagher, recordó a la Asamblea General estas antiguas palabras del padre de la Iglesia, añadiendo que “ningún individuo o grupo, independientemente de su condición, debe reclamar la autoridad para violar la dignidad y los derechos de otras personas o de sus comunidades”.

“Por lo tanto, siempre deben respetarse los principios de igualdad ante la ley, rendición de cuentas, aplicación equitativa de la ley, separación de poderes, seguridad jurídica, garantías procesales, prevención de la arbitrariedad y transparencia en las cuestiones procesales y jurídicas”.

¡Un recordatorio oportuno! La propuesta presentada la semana pasada por Estados Unidos y Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania mediante concesiones territoriales ni siquiera pretende buscar la justicia.

Más bien parece una maniobra de “bandas de criminales” que buscan acuerdos comerciales con minerales raros para enriquecerse. ¿Por qué Estados Unidos querría ahora alinearse con lo que las administraciones anteriores han denominado “el eje del mal”?

La justicia no es una virtud opcional. Es la base misma de la paz legítima. Cuando actores poderosos proponen poner fin a una guerra exigiendo a la víctima que entregue las tierras que le han sido arrebatadas violentamente, se plantean cuestiones morales.

Estados Unidos está perdiendo mucha confianza y credibilidad. En Ucrania circula ahora mismo un chiste: “¿por qué, en una guerra desatada contra Ucrania por Rusia, Estados Unidos es el primero en rendirse?”.

Vergonzoso

Gallagher continuó citando al papa León XIV: “Es preocupante ver que la fuerza del derecho internacional y del derecho humanitario parece haber dejado de ser vinculante, sustituida por el supuesto derecho de los más fuertes a imponerse sin límites.

Esto es indigno de nuestra humanidad, vergonzoso para toda la humanidad y para los líderes de las naciones. Después de siglos de historia, ¿cómo puede alguien creer que los actos de guerra traen la paz y no se vuelven en contra de quienes los cometen?”

La justicia es fundamental para el carácter de Dios y para el florecimiento humano. “La justicia y el derecho son el fundamento de tu trono” (Salmo 89:14). Isaías insiste en que la verdadera paz no puede existir sin justicia: “El fruto de la justicia será la paz, y el efecto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre” (Isaías 32:17).

Las Escrituras advierten repetidamente contra la falsa paz construida sobre la opresión de los vulnerables: “Han curado superficialmente la herida de mi pueblo, diciendo: Paz, paz, cuando no hay paz” (Jeremías 6:14).

Otro recordatorio oportuno es la película de Russell Crowe sobre el Tribunal de Núremberg, actualmente en nuestros cines. Es un escalofriante recordatorio de que las ideologías peligrosas y el autoritarismo pueden prosperar bajo la apariencia de “normalidad”.

La América moderna, donde tantas ideas que antes se consideraban escandalosas se han normalizado bajo la actual administración, ciertamente no es una excepción.

Concesiones

Los ucranianos me han señalado que el conflicto actual se remonta al fracaso del mundo libre a la hora de exigir a la Rusia post soviética que condenara plenamente los crímenes del periodo comunista; se debería haber exigido a los nuevos gobernantes rusos que garantizaran la depuración de su Estado de las consecuencias del totalitarismo.

El pantano nunca se drenó. Mientras Alemania Occidental atravesaba el doloroso proceso de depuración a través de Nuremberg, a la Unión Soviética —el otro monstruo totalitario— no solo no se le exigieron responsabilidades, sino que además proporcionó uno de los cuatro jueces del tribunal.

Eclesiastés advierte (8:11) que “cuando no se ejecuta rápidamente la sentencia de una mala acción, el corazón humano se llena de razones para cometer el mal”. Sin control, la Unión Soviética conquistó los países de Europa Central y Oriental.

Las concesiones solo envalentonan al agresor. ¿Puede un plan de paz que recompensa la conquista territorial lograda mediante invasiones, atrocidades, deportaciones masivas y destrucción sistemática. constituir alguna vez una paz genuina?

La miope propuesta ruso-estadounidense, apodada en algunos círculos “propuesta Dim-Wit” por sus supuestos autores Dmitrov K. (ruso) y S. Witkoff (estadounidense), solo puede conducir, tarde o temprano, a más violencia e injusticia.

El robo de tierras es una violación de la justicia que Dios condena explícitamente: “¡Ay de los que... se apoderan de campos y casas, y los quitan!” (Miqueas 2:1-2). Las Escrituras son muy directas sobre la responsabilidad de los gobiernos en la búsqueda de la justicia.

Moisés, en Deuteronomio 16:20, transmite el mandato de Dios: “Buscarás la justicia, y solo la justicia”. El profeta Miqueas advirtió a los líderes “que desprecian la justicia y distorsionan todo lo que es recto” (3:1-13).



De manera más directa, escribió: “Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente” (6:8). Amós también escribió: “Mantened la justicia en los tribunales” (5:15) y “Que la justicia corra como las aguas” (5:24).

La paz duradera no puede construirse sobre la injusticia. Por muy tentadoras que puedan ser las soluciones rápidas, cualquier plan de paz que recompense la agresión, anule la soberanía o ignore la responsabilidad sería lo que Jeremías llamó una falsa curación.

Sin justicia, la paz es una fachada. La seguridad mundial se convierte en una competición de fuerzas en lugar de una competición de leyes. La paz real para Ucrania —de hecho, para cualquier nación— debe basarse en la verdad, la dignidad, la responsabilidad y la justicia, los cimientos mismos del trono de Dios.

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