Después de 1945, muchos líderes religiosos expresaron su profundo arrepentimiento por su silencio y complicidad, reconociendo que habían confundido el nacionalismo con el cristianismo.
Vivimos en tiempos confusos. A veces es difícil saber a quién o en qué creer. Jesús nos advirtió que aparecerían falsos mesías y falsos profetas que realizarían grandes señales y prodigios para engañar incluso a los elegidos.
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El ascenso de políticos, desde Estados Unidos hasta Rusia, que afirman defender los valores cristianos y la paz, pero que predican el odio y la división, está polarizando a familias, iglesias y comunidades incluso más allá de sus propios países.
Impulsados por el engrandecimiento personal, el enriquecimiento propio, la venganza y el desprecio por la verdad, los derechos humanos, el estado de derecho, la libertad de expresión y de conciencia, sus palabras y acciones contradicen el Gran Mandamiento de amar a Dios y al prójimo (incluidos los enemigos).
Es revelador e instructivo reflexionar sobre la experiencia de los cristianos alemanes en la década de 1930, cuando un hombre fuerte surgió en un momento de confusión y caos, prometiendo “estabilidad, dignidad y orden”.
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El ascenso de políticos, desde Estados Unidos hasta Rusia, que afirman defender los valores cristianos y la paz, pero que predican el odio y la división, está polarizando a familias, iglesias y comunidades[/destacate]
La humillación del Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial, el caos económico y la hiperinflación de la depresión, la agitación moral y social en la República de Weimar y el temor a la revolución comunista se confabularon para preparar al pueblo alemán para dar la bienvenida a un salvador que prometía devolver la grandeza a su nación.
En 1933 no imaginaban que estaban bendiciendo la tiranía. Creían que estaban defendiendo la fe, la familia y la nación contra el caos.
Las promesas de este hombre sonaban casi bíblicas: ¡unidad, fuerza, renovación, fe en la Providencia, restauración moral! Hablaba de “cristianismo positivo”, de proteger el alma alemana del ateísmo y la decadencia moral.
El ateísmo militante y el socialismo revolucionario amenazaban desde el Este. Para muchos, el bolchevismo parecía el Anticristo.
Muchos cristianos acogieron con satisfacción a ese “hombre fuerte” que reconstruiría la nación y silenciaría a los enemigos del orden. El nacionalsocialismo se presentó como un baluarte moral contra el comunismo, una defensa de la “civilización cristiana”.
Los años 1930-1933 estuvieron marcados por la esperanza y el entusiasmo. En 1932 se formó una facción pro-nazi dentro de la iglesia Luterana que se autodenominaba Deutsche Christen (los cristianos alemanes).
Apoyaron con entusiasmo a este hombre como “enviado por Dios”, rechazando el Antiguo Testamento por ser “demasiado judío” y promoviendo un “Jesús ario”, abrazaron una interpretación racial del cristianismo y el lema: “La esvástica en nuestro pecho, la cruz en nuestro corazón”.
Estos Deutsche Christen tomaron el control de muchas iglesias en 1933-1934. El miedo y la intimidación hicieron que muchos religiosos se conformaran.
La ideología nazi bautizó la etnicidad. La raza aria era considerada sagrada. “La sangre y el suelo” se convirtieron en un credo.
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Solo unas pocas voces aisladas, entre ellas las de Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer, advirtieron que “la Iglesia no puede tener otro Führer aparte de Cristo”[/destacate]
En enero de 1933, ese Führer se convirtió en canciller. Dos meses más tarde, el incendio del Reichstag le dio la excusa para ejercer poderes dictatoriales.
Cuando más tarde el Führer firmó un concordato con el Vaticano, los protestantes se convencieron de que el régimen seguía apoyando al cristianismo.
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En septiembre, la Iglesia Evangélica Alemana (Luterana) fue oficialmente “integrada” en el sistema nazi, con el nombramiento del leal Ludwig Müller como obispo del Reich. Se celebraron servicios de acción de gracias por esta “nueva era”.
Solo unas pocas voces aisladas, entre ellas las de Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer, advirtieron que “la Iglesia no puede tener otro Führer aparte de Cristo”.
Los años 1934-1936 fueron testigos de la división y la negación en la Iglesia. Barth redactó la Declaración de Barmen, adoptada por los pastores que se oponían al control estatal y que luego formaron la Iglesia Confesante (Bekennende Kirche): “Rechazamos la falsa doctrina de que la Iglesia pueda reconocer otro señorío que no sea el de Jesucristo”.
En 1935, la Iglesia del Reich bajo Müller se derrumbó en medio de la confusión. El Führer se impacientó con la política eclesiástica.
Cuando Barth se negó a jurar lealtad al Führer, fue destituido de su cátedra en Bonn y expulsado a Suiza. Martin Niemöller fundó la Liga de Emergencia de Pastores para defender la independencia de la Iglesia.
Tras la creación del Ministerio de Asuntos Eclesiásticos para controlar la religión, muchos comenzaron a darse cuenta de que el régimen no era cristiano, sino pagano, racista y totalitario.
Cuando la Iglesia Confesante protestó contra la ideología racista y las violaciones de la libertad cristiana, el Führer ordenó redadas de la Gestapo y cerró los seminarios.
Bonhoeffer fundó un seminario clandestino en Finkenwalde, donde formaba a pastores para el “costo del discipulado”. Mientras que una pequeña minoría de líderes cristianos intensificaba su resistencia, la mayoría permanecía en silencio o se mostraba complaciente.
En los años 1937-1938, la Iglesia Confesante fue declarada ilegal. La persecución y el miedo aumentaron. Niemöller fue arrestado y encarcelado junto con muchos otros pastores.
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Los pastores predicaban la obediencia a la autoridad estatal (Romanos 13), incluso cuando se intensificaba la persecución de los judíos. En 1941, cuando se estaba llevando a cabo la Solución Final, casi ninguna iglesia protestó[/destacate]
Luego, en la noche del 9 de noviembre de 1938, la tristemente famosa Kristallnacht vio cómo las sinagogas y los negocios judíos eran saqueados y destruidos. Este pogromo fue la declaración de guerra del Führer contra los judíos.
Casi todos los líderes eclesiásticos permanecieron en silencio, por temor a represalias o por compartir actitudes antisemitas. Una vez más, Bonhoeffer fue uno de los pocos que alzó la voz, diciendo que la iglesia no debía “limitarse a vendar a las víctimas, sino que debía bloquear la rueda misma”.
Incluso cuando estalló la guerra en septiembre de 1939, las iglesias inicialmente apoyaron a las tropas, ofreciendo bendiciones y oraciones por la victoria.
Los pastores predicaban la obediencia a la autoridad estatal (Romanos 13), incluso cuando se intensificaba la persecución de los judíos. En 1941, cuando se estaba llevando a cabo la Solución Final, casi ninguna iglesia protestó.
Prevaleció el silencio. Menos del uno por ciento se resistió activamente al régimen, arriesgándose al encarcelamiento y la muerte.
Después de 1945, muchos líderes religiosos expresaron un profundo arrepentimiento por su silencio y complicidad, reconociendo que habían confundido el nacionalismo con el cristianismo.
El largo y doloroso proceso de Vergangenheitsbewältigung (aceptar el pasado) comenzó dentro de las iglesias alemanas.
Reflexión: ¿Cómo habríamos respondido si estuviéramos en su lugar? ¿Estamos en su lugar (como en 1933)? Si es así, ¿cómo estamos respondiendo?
Jeff Fountain, director del Centro Schuman de Estudios Europeos. Este artículo se publicó por primera vez en el blog del autor, Weekly Word.
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