La fe insolidaria, sin acciones de servicio, sin ayudarnos a ser manos tendidas de ayuda a los que sufren, la fe pasiva no vale para nada.
Si preguntamos sobre cómo alimentar la fe, seguro que habría miles de respuestas espiritualistas, místicas, religiosas, teológicas, aunque la respuesta puede ser sumamente sencilla, pero extraordinariamente práctica y comprometida con el prójimo.
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Si comenzamos por vía negativa, la Biblia nos enseña que la fe sin acción y sin compromiso amoroso para con el prójimo es la fe acaba por morirse y dejar de ser.
Así podríamos llegar a la sentencia bíblica que dice: “La fe sin obras es muerta”. La fe que actúa a través del amor debe ser como el grano de mostaza que es efervescente, crece y crece hasta ser un árbol que sirve de refugio a las aves del cielo. Fuera de esto todo es muerte. La fe para vivir y crecer tiene que servir.
Salvación por fe: Es lo que nos afirma la Biblia y es un tema que nos encanta a los evangélicos. Es la verdad, pero siempre que entendamos la fe siempre activa y actuando a través del amor como nos dice San Pablo. El amor, en cierta manera, es el alimento de la fe, aunque ésta pueda considerarse como prioritaria.
La actividad de la fe viva siempre tiene que revertir en el prójimo, fe que actúa, se desarrolla y se mantiene viva a través del amor. La acción de la fe debe revertir en la acogida y servicio al prójimo necesitado.
La fe del que practica el pecado de omisión de la ayuda, la de aquel que pasa de largo, aunque sea muy religioso es una fe muerta. Éstos de fe inoperante son condenados en la Biblia como malos prójimos.
La frase de Pablo en Gálatas “El justo vivirá por la fe” debe complementarse con la frase también del mismo hombre de Dios “La fe que obra por el amor”. Frases complementarias e inseparables que si las analizamos por separado se debe simplemente a efectos didácticos y para entendernos.
Si a la fe le cortamos la dimensión amorosa, si le anulamos esa dimensión que nos anuncia que la fe obra y actúa a través del amor a favor del prójimo, la fe acaba por morirse y dejar de ser. La fe para vivir tiene que manifestarse a través del amor. Si no es así, debemos replantearnos nuestra fe.
Tan profundamente está unida la fe al amor que son conceptos coimplicados que se retroalimentan hasta el punto de que en textos bíblicos se habla de la salvación por amor que es simplemente la fe en acción a favor del prójimo.
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Así se nos dice por ejemplo en la parábola del Buen Samaritano: “Haz esto y vivirás” —se refiere a la práctica del amor en acción en ayuda al prójimo paleado—. El amor en acción es una respuesta a una pregunta por la salvación, por la vida eterna que se encuentra en el pórtico de esta parábola.
La fe y el amor son conceptos coimplicados. El amor cristiano necesita la fe para vivir y la fe necesita del amor para no morirse y desaparecer.
Desde estos planteamientos es mucho más fácil entender frases bíblicas como “¿De qué aprovechará si alguno tiene fe y no tiene obras?”. Porque existen las “Obras de la Fe”.
Luego, la pregunta que viene después nos puede dejar seguros en que la fe salvífica necesita el amor en acción, porque si no hay actos de servicio, si no hay obras, si no hay amor, viene la pregunta tremenda: “¿Podrá la fe salvarle?”.
La fe insolidaria, sin acciones de servicio, sin ayudarnos a ser manos tendidas de ayuda a los que sufren, la fe pasiva no vale para nada. Fe muerta en sí misma.
El servicio, el amor, las obras de la fe son el hálito vital de la propia fe. ¿Es que no lo vemos? Nos dice la Biblia como sorprendida de nuestra inoperancia y falta de entendimiento. “¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras?”.
Debemos tener una mayor visión en torno al tema de cómo mantener la fe viva y operante, la fe salvífica. La fe y el amor en acción que dan lugar a las obras de la fe se necesitan mutuamente. Conceptos coimplicados e imposibles de separar.
Señor, mantennos en esa fe viva y activa que nos llevará al camino de la salvación por fe.
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