¿Qué consigue convertir a profesionales de la información acostumbrados a interrogar a líderes políticos y religiosos en simples ‘fans’ cuando viajan a Roma para conocer al nuevo pontífice?
Con 18 años, entrevisté por primera vez a un famoso: el líder de una banda del ‘rock catalá’. Le había visto en concierto, sus canciones sonaban en la radio, y allí estábamos en una taberna de Barcelona, conversando tranquilamente sobre su vida y su música.
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Recuerdo que se interesó por mí y mis dos compañeras de clase, y nos preguntó cómo veíamos esto de estudiar periodismo, ahora que comenzábamos a dar los primeros pasos.
Con el paso del tiempo, aprendimos a separar nuestra admiración por un personaje público de la tarea del periodista, que consiste en usar este acceso privilegiado a personas con algún tipo de poder para “hacer las preguntas que otros no pueden hacerle”, como lo definía una profesora de la facultad. Es decir, el periodista no puede ser un ‘fan’ más.
Pero este principio central de periodismo no funciona siempre, como observamos cuando el Catolicismo Romano pone en marcha la despedida de un papa y la ostentosa maquinaria para sustituirle.
Mi sensación como espectador es la misma ahora en 2025 que en 2013: los periodistas enviados a Roma actúan más como admiradores que como reporteros. Tras muchas jornadas repasando la vida del papa Francisco, la radio televisión pública española (RTVE) anunciaba que se “volcaba” durante el cónclave con “la mayor cobertura en directo con nuestros equipos y enviados especiales”. El plató y los presentadores del Telediario de la noche, el de más audiencia, se reubicaban a la Plaza de San Pedro.
Entusiasmo poco disimulado, nervios al narrar la ‘fumata blanca’. Como si fuera un mundial de fútbol o Eurovisión, solo que estos eran periodistas que en todo lo demás abordan la actualidad con seriedad, rigor, y capacidad crítica.
Seis días después, otra anomalía del periodismo. Unos 4.000 de estos corresponsales de grandes medios de todo el mundo (y algún influencer), fueron a la primera audiencia del papa. No era una rueda de prensa. No iban a hacer preguntas.
Organizado por el Vaticano, los periodistas esperaban sentados en el Aula Paulo VI y estallaron en una ovación de pie al aparecer el “Santo Padre”, como lo presentaba Vatican News. Se oían vítores, mientras decenas de smartphones captaban cada paso de León XIV hacia el centro del enorme auditorio.
El nuevo papa se sentaba sobre un sillón blanco como sus vestiduras. ‘Vivas al papa’ y amplias sonrisas. El papa habló 10 minutos, en los que dio gracias a los periodistas por “conseguir percibir lo esencial de lo que somos [como Iglesia Católica Romana] y transmitirlo al mundo entero. Gracias a los distintos medios de comunicación”. Habló también de paz, de periodistas encarcelados injustamente, y de la necesidad de informar sin deformar. Hasta 8 veces fue interrumpido por los aplausos.
Tras alzarse para una bendición papal (seguida de otra ovación), bajó a estrechar la mano a algunos invitados seleccionados, para salir finalmente por un corredor en el que otras decenas de periodistas intentaban conseguir llamar su atención.
Un reportaje de La Voz de Galicia, lo relata así: “En el primer baño de multitudes de su pontificado en que acabó convirtiéndose la audiencia con los periodistas, algunos reporteros aprovecharon para hacerle regalos a León XIV o pedirle que bendijera o firmara objetos. Un estadounidense, por ejemplo, logró que le firmara una pelota de béisbol, mientras que algunas informadoras le dijeron en broma que si quería jugar con ellas al tenis, el deporte preferido de Prevost, o si incluso aceptaría participar en un partido benéfico con André Agassi”.
Todo este ‘encanto’ que el Vaticano consigue sobre periodistas venidos de todo el mundo (¿cuántos de ellos realmente católicos?) llama mucho la atención.
¿A qué otra personalidad política y religiosa de alcance global le vitorean los periodistas? ¿Cuántas veces asisten los medios con ilusión a un evento en el que no podrán hacer ni una sola pregunta? Y, ¿por qué el relevo en el liderazgo de una religión trastoca totalmente la programación de los principales medios de comunicación a nivel global durante semanas?
“Un observador ingenuo podría pensar que este rápido proceso de secularización está haciendo que nuestra política sea también cada vez menos religiosa. Pero en realidad está sucediendo lo contrario”, escribía unas horas después Ramón González Férriz, columnista en El Confidencial. “El ejemplo más evidente ha tenido lugar durante los últimos quince días en Roma y en los medios de comunicación de todo el mundo”.
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Aludía el autor a los últimos datos en España (los del CIS de mayo), que muestran que ya menos de uno de cada cinco españoles se considera católico practicante. Pero que pese a que “León XIV tendrá menos poder que un secretario general de la ONU, y menos influencia moral que las estrellas mediáticas globales, su elección se ha narrado como si fuera un acontecimiento político trascendental”, observaba.
“¿Políticos haciéndose fotos en entornos sagrados? ¿Millonarios apuntándose a la moda de creer? ¿Ateos defendiendo la religión? ¿Medios progresistas enamorados del papado?”. Todo ello resulta difícil de encajar, reconoce el columnista, que se conforma con la explicación de que los poderosos (esto incluiría a algunos periodistas) buscan al fin y al cabo subirse a las olas de “popularidad” con tal de mantener su imagen pública.
Otra explicación de lo que hemos visto estos días, creo yo, sería reconocer que el catolicismo no ha perdido tanta influencia en las últimas décadas como habíamos pensado. Pese a las estructuras de poder arcaicas, la mala gestión de los abusos, el tan criticado lujo vaticano, o prácticas como exponer el cadáver de sus santos para veneración pública, pese a todo ello sigue habiendo muchos que sienten curiosidad y cierta identificación con la que ha sido la religión de sus padres, dominante en muchas partes del mundo durante siglos.
En la conversación alrededor del cónclave en redes, en una España donde el nominalismo cristiano se derrumba, se ha visto también que hasta los más anticlericales salen a opinar sobre qué rumbo debería tomar el Vaticano.
Sea como sea, la “exagerada saturación informativa” de todo el proceso de transición en la cúspide del Vaticano demuestra “de manera indiscutible el poder político religioso de la iglesia católica romana en buena parte del mundo y especialmente en el sur de Europa”, escribe Julio Pérez, pastor evangélico y director de Radio Onda Paz.
En España, “no importa si el gobierno es de izquierdas o de derechas”, sigue, “todos rinden total pleitesía y sumisión a la iglesia católica romana. La 1 de TVE ha informado mucho más intensa y continuamente que el resto de las televisiones generalistas en su mayoría de confesionalidad católica”.
Que los medios generalistas presenten el papado católico como el principal tema de actualidad durante dos semanas consecutivas “aviva” un tipo de “populismo católico” que pone en jaque la realidad del estado aconfesional que España dice ser según su Constitución.
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Uno de los éxitos más grandes del Papa Francisco fue reforzar el movimiento centrípeto hacia el Catolicismo. El cónclave ha demostrado que la capacidad de atracción del Vaticano sigue siendo enorme.
Los medios de comunicación son el ejemplo más visible de ese efecto imán, pero merecerían un análisis aparte las expresiones de fascinación hacia el Vaticano oídos en muchos otros entornos estos días, incluidos algunos círculos evangélicos.
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