Nuestra voz puede ser esencial en un mundo injusto, nuestros estilos de vida pueden transformar sistemas injustos.
Perdonad que use el adjetivo de perra para la soledad, pues los animales tienen todo mi respeto. El tema es la Navidad y los transeúntes sin hogar, los sin techo, los desheredados de la historia de los pueblos y ciudades del mundo, acosados por esa perra soledad. Son personas que pasan la noche a la intemperie andando de un lado a otro para no morirse de frío o arrinconados en los recovecos de la ciudad envueltos entre cartones, ropas viejas o sucias mantas.
Todo un submundo al que en gran parte se les da la espalda. Sabemos que existen albergues, pero no suficientes y que algunos, quizás por alguna mala experiencia, los definen como una casa entre cárcel y manicomio, pero no exageremos. No estoy de acuerdo con esa calificación. Ofrecen un rincón un tanto triste en plena Navidad, pero la tristeza se fundamenta mucho en que es una fiesta familiar. Este hecho que pareciera ser algo muy bonito, a muchos les hunda en la que hemos llamado la perra soledad.
He pasado parte de mi vida trabajando recibiéndolos y relacionándome con ellos en la Misión Evangélica Urbana de Madrid. Prójimos apaleados, abusados y lanzados a los márgenes de los caminos trazados por una sociedad injusta. Son los habitantes de los espacios oscuros especialmente de las grandes ciudades transformando a éstas en un lugar preferente para misioneros, para los cristianos comprometidos, para las personas solidarias que necesitan en su experiencia de vida hacer algo por el prójimo.
He estudiado Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, pero no soy psicólogo. Por eso, al hablar de la psicología de los sin techo, del sinhogarismo, he de tener cuidado. Es más mi experiencia personal hablando con ellos que un auténtico estudio de la estructura psicológica de los transeúntes sin hogar a quienes hemos de tratar como nuestros prójimos preferentes en la ayuda, nuestros iguales en libertad y dignidad aunque esa perra soledad les aplaste el alma.
Se trataría como entrar en la psicología de personas con unos rostros un tanto demudados, tristes, cansados, apaleados por una sociedad que le ofrece ayudas asistenciales, pero no con la calidad de sacarlos de sus rincones sucios y oscuros para integrarlos en la vida social, familiar y cultural, aunque quizás con algunas honrosas excepciones. Para ellos también es Navidad, pero como ya hemos indicado, el hecho de ser una fiesta clara y rotundamente familiar, les encoge el alma. Razón: porque unas de sus características es la vida en soledad. Una perra soledad que les pesa de forma que parece aplastarles el corazón.
¿Qué es la soledad, Dios mío? ¿Cómo se vive? ¿Cómo se aguanta? ¿Les abre al mundo o los cierra dentro de una concha agobiante que los entierra en vida? Esta fuerza de entierro de la soledad hacia el individuo les convierte en personas mucho más introvertidas y desconfiadas, les hace menos amistosos y más ariscos como un gato no acostumbrado a las caricias.
Para ellos las caricias no existen y la Navidad, en muchos casos, los aísla aún mucho más. Se esconden en sí mismos, se meten en lo profundo de su ser como si quisieran anularse y no mereciera la pena vivir. ¡Qué triste la Navidad en soledad, sin techo, sin nadie que les lance palabras de ánimo! Sí, aunque sea la soledad sin adjetivos extraños.
A ellos el mundo les da la espalda, pero, en contrapartida, pareciera que quieren enseñar sus frías posaderas al mundo. Son los desheredados de un mundo injusto cuyo desigual reparto de las riquezas les sume en el estercolero de la vida. Ni siquiera pueden mirar con envidia a los integrados sociales con abultadas cuentas corrientes que deambulan por los centros urbanos cargados de bolsas de colores preñadas de regalos, viandas de lujo y de todo aquello que ofrece una sociedad de consumo.
El sinhogareño lleva otro tipo de carga en su haber. Una carga que les aplasta sus deseos de participación en las ofertas lujosas de estas fechas. Una negra carga que parece convertirles en los jorobados de un mundo injusto adornado con la amargura del negro y solitario carril por el que tienen que circular, el estrecho carril de los pobres y desheredados que, en muchos casos, está teñido de lágrimas, salvo en aquellas situaciones en los que ya se ha secado el pozo de unas lágrimas que no les han servido para nada. Tristeza fea de los focos de pobreza.
No es cuestión de que les den turrón en algún centro social o que les preparen una buena cena navideña. No es suficiente. Nosotros lo hemos hecho en Misión Urbana y hemos repartido infinidad de productos navideños entre ellos y cantidad de juguetes para sus hijos… pero falta algo. Habría que cambiar estructuras sociales, buscar nuevos valores solidarios, cambiar mentalidades culturales, hacer renuncias al consumo desmedido en el que nos movemos… amar al prójimo en necesidad y actuar en consecuencia para que muchos de estas personas sin hogar no tuvieran que refugiarse en el alcohol o en las ideas de suicidio. Eso sería dar un estacazo a la perra soledad de los sin techo.
¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos tenido que pasar por sus historias? Cuando quizás en algún momento nos dé por pensar que están en la calle sin hogar y sin familia porque son unos borrachos, podríamos cambiar nuestra mente y pensar si quizás se han refugiado en el alcohol porque no podían aguantar la vida sin este suicidio lento. La condena de una Navidad que les sumerge en el maldito alcohol en muchos casos. Es la falsa forma de querer vencer a la perra soledad.
¿Cómo aguantar el no-ser del sin techo, el no vivir de los ambientes de marginación en los focos de conflicto a los que se ven lanzados? ¿Cómo aguantar la pérdida de la familia o su desestructuración y el no poder volver nunca al mundo del trabajo digno?
Recordad cristianos. Nosotros tenemos los valores bíblicos, los valores del Reino y no podemos dedicarnos solamente a reunirnos. Nuestra voz puede ser esencial en un mundo injusto, nuestros estilos de vida pueden transformar sistemas injustos, el ser las manos y los pies en medio de un mundo de dolor puede ser un elixir que salve al mundo en nuestro aquí y nuestro ahora, sin olvidar nunca la trascendencia, sin omitir el que somos llamados a la metahistoria, pero que somos ciudadanos de dos mundos en el que el concepto de projimidad nos llama en auxilio de los más desamparados.
FELIZ NAVIDAD PARA LOS SOLIDARIOS Y PARA LOS COMPROMETIDOS CON EL DOLOR DEL MUNDO.
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