El verdadero deleite del necio es hacer ostentación de sí mismo, siendo su protagonismo personal la auténtica razón que lo mueve y el nombre de Dios su utensilio para conseguirlo.
Entre las muchas dificultades que encontraron los profetas que Dios envió a su pueblo en el Antiguo Testamento, una fue la de tener que enfrentarse a los falsos profetas, habiendo dos clases de los tales. Por un lado estaban los que eran falsos manifiestamente, porque profetizaban en nombre de ídolos y eran sus representantes, como a los que desafió Elías en la cumbre del Carmelo. Aquellos hombres invocaban a Baal, considerándose siervos suyos, así que no había posibilidad de equivocación, en cuanto a su identificación. Pero, por otro lado, estaban aquellos que, pretendiendo hablar en nombre del Dios verdadero, en realidad estaban hablando en su propio nombre. Aquí sí había mucha posibilidad de equivocación, porque no se identificaban con ningún ídolo.
Naturalmente, de las dos clases de falsos profetas los más peligrosos eran los segundos, porque a los primeros se les veía venir a la legua. Si el lobo viene en apariencia de lobo es fácilmente reconocible, pero si viene disfrazado de cordero ya no es tan fácil distinguirlo. Y éste era el caso con tantos engañadores que surgieron y proliferaron por doquier.
Los falsos profetas aparecen en tiempos de confusión, cuando la gente está buscando ansiosamente respuestas, cuando está buscando dirección, en un cúmulo de rumbos que se contradicen, y cuando está buscando soluciones a problemas profundos. Y como ahora estamos viviendo en esa clase de tiempo confuso, es por lo que abundan los falsos profetas de todo tipo, con sus remedios.
En el tiempo del profeta Jeremías, cuando en el horizonte se percibía que una catástrofe nacional podía suceder, brotaron como las setas ese tipo de hombres, con sus mensajes que contradecían al que el profeta de Dios estaba trayendo. Mientras que Jeremías anunciaba que el desastre se produciría inevitablemente, si no había un verdadero arrepentimiento, esos hombres anunciaban que Dios no permitiría que tal cosa le ocurriera a su pueblo, lo cual parecía plausible, a tenor de que Dios es lento para la ira. Aunque una cosa es ser lento y otra ser estático. Pero ¿quién tenía razón, Jeremías o ellos? Él y ellos hablaban en nombre de Dios. ¿No sería él el falso profeta?
En un determinado momento Jeremías escribió unas palabras que son bien reveladoras de lo que en realidad había en el corazón de los que se le oponían. En tres ocasiones consecutivas pone en boca de Dios la expresión ‘yo estoy contra’ y a continuación describe qué es lo que mueve a los falsos profetas, lo cual es la razón por la que Dios está en su contra.
En la primera ocasión dice que está en contra de ellos porque ‘hurtan mis palabras cada uno de su más cercano’ (Jeremías 23:30). Es decir, no tienen un mensaje original, porque no van a buscarlo a la raíz original, sino que se plagian unos a otros, copiándose entre sí, con frases huecas y hechas, que suenan bien, pero que, en realidad, no tienen ningún peso.
En la segunda ocasión dice que está en contra de ellos porque ‘endulzan sus lenguas y dicen: Él ha dicho’ (Jeremías 23:31). Es decir, se complacen en hacer alarde de espiritualidad, utilizando el nombre de Dios para auto-promocionarse y aparecer ante los ojos de los demás como personas que están en un nivel superior, recreándose en sus propias palabras y escuchándose a sí mismos.
En la tercera ocasión dice que está en contra de ellos porque ‘profetizan sueños mentirosos’ (Jeremías 23:32). Sueños procedentes de ellos mismos y, por tanto, sin autoridad verdadera, tan etéreos como el tamo que se lleva el viento.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘No toma placer el necio en la inteligencia, sino en que su corazón se descubra.’ (Proverbios 18:2). El texto enseña que el deleite del necio no es la inteligencia. Y no puede serlo por dos razones: una, por la propia naturaleza del necio, y otra, por la propia naturaleza de la inteligencia, pues al ser dos naturalezas opuestas no ocurre lo mismo que con los polos de los imanes de distinto signo que se atraen, sino que sucede lo contrario, que al necio la inteligencia le repele, porque la inteligencia requiere esfuerzo, de lo que el necio huye, y requiere humildad, que el necio no conoce.
El verdadero deleite del necio es hacer ostentación de sí mismo, siendo su protagonismo personal la auténtica razón que lo mueve y el nombre de Dios su utensilio para conseguirlo. Como aquellos falsos profetas del tiempo de Jeremías. Como los falsos profetas del tiempo actual. Nada nuevo bajo el sol.
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