El necio ya lo es, aun antes de menospreciar el consejo. En cambio, el prudente llega a serlo porque primero ha aprendido a guardar la corrección.
El refrán español que dice “de tal palo tal astilla” se cumple muchas veces, aunque no siempre, porque las reglas tienen sus excepciones, como nos enseña la experiencia. De hecho, se aprecia en el segundo libro de Crónicas, donde se relata el devenir de la dinastía de David, cómo padres rectos engendraron hijos que llegarían a ser torcidos y cómo padres torcidos engendraron hijos que llegarían a ser rectos.
Josías tuvo un padre, Amón, que fue uno de los peores reyes que hubo en el reino de Judá, describiéndose su corto reinado en términos de idolatría y acrecentamiento del pecado. Según el refrán, su hijo Josías debería haber seguido sus pasos por vía de imitación, al haber visto en sus primeros años de existencia el mal ejemplo de su padre. Sin embargo, sorprendentemente, cuando todavía era un muchacho y ya había ascendido al trono, comenzó a buscar a Dios. Es decir, hizo exactamente lo contrario que su padre había hecho y, no satisfecho con eso, inició una tarea de destrucción de todos los ídolos a los que su padre había servido y de todos los altares en los que les había dado culto. No solamente llevó a cabo esta tarea de purificación en la capital y en toda su nación, sino que extendió ese esfuerzo más allá de sus fronteras.
Luego dio orden de reparar la casa de Dios, que había quedado abandonada, produciéndose durante el arreglo un gran descubrimiento, que significaría un punto de inflexión en la vida de Josías. El libro de la ley, que había estado olvidado, y hasta puede ser que sepultado, fue encontrado, siendo leído su contenido en presencia del rey, quien, al escuchar lo que estaba escrito, se conmovió y humilló, al darse cuenta de que la acumulación de pecados en la nación no podía terminar sino en el juicio de Dios, que el libro anunciaba. Esta sensibilidad espiritual fue honrada por Dios, quien le dio la promesa de que la ruina predicha no la vería Josías. Tras ello, el rey intensificó su compromiso, haciendo que su reino se rigiera conforme a la voluntad de Dios. En resumen, nada parecido a lo que su padre había hecho. No, en su caso no se cumplió el refrán “de tal palo tal astilla.”
Josías tuvo varios hijos, de los que tres llegaron a reinar, siendo Joacim el segundo en ascender al trono. Todo indicaría, según el refrán, que andaría en los pasos de su padre. Pero nada más lejos de la realidad, porque ese hombre, desde el principio de su reinado, se movió en el sentido opuesto al que se había movido su padre. Además, él tuvo la ventaja de contar con la presencia y ministerio del profeta Jeremías durante su reinado, pero en vez de atender las palabras del profeta, que procedían de Dios, él se obstinó en andar en sus propios caminos.
Un detalle describe bien cuál fue su actitud hacia Dios, cuando le trajeron el escrito que contenía las palabras de Jeremías, que fue leído en su presencia. El rey tomó el documento, lo rasgó y lo arrojó al brasero que le calentaba. Era la expresión, en toda su extensión, de su desprecio y rechazo hacia Dios y su palabra. No se inmutó, ni siquiera cuando algunos de sus consejeros le suplicaron que no lo quemase. Y no contento con eso, mandó apresar al profeta.
No es extraño que cuando Mateo registró en el primer capítulo de su evangelio la genealogía de Jesús, excluyera, bajo dirección del Espíritu Santo, a Joacim de la genealogía, saltando de su padre Josías al nieto de éste, Joaquín o Jeconías, quien fue hijo de Joacim. El hombre que quemó la palabra de Dios, fue eliminado del registro en esa palabra. En esa genealogía aparecen nombres que no son de edificación precisamente, para mostrar que Jesús, sin ser como ellos, es la simiente prometida a Abraham y a David. Pero no aparece el nombre del hombre que ultrajó a Dios y a su palabra, cumpliéndose así el dicho ‘y los que me desprecian serán tenidos en poco.’ Josías, teniendo un padre malvado, se humilló ante Dios; Joacim, teniendo un padre ejemplar, desafió a Dios. El primero se quebrantó ante el libro de Dios y el segundo quemó el libro de Dios.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El necio menosprecia el consejo de su padre; mas el que guarda la corrección vendrá a ser prudente.’ (Proverbios 15:5). Joacim fue un necio, porque antes de despreciar la palabra de Dios, ya había despreciado lo que hizo su padre Josías con esa palabra; pero Josías llegó a ser prudente, porque guardó la palabra de corrección que recibió de parte de Dios.
Llama la atención la construcción de las frases en el pasaje. El necio ya lo es, aun antes de menospreciar el consejo. Es decir, no se convierte en necio por menospreciarlo, sino que porque es necio lo menosprecia. La necedad es su estado natural. En cambio, el prudente llega a serlo porque primero ha aprendido a guardar la corrección. Es decir, se convierte en prudente por guardarla.
Es toda una enseñanza que es preciso aplicarse, para no estancarse en la necedad y para progresar hacia la prudencia. Nuestra actitud hacia la Palabra es lo que determinará una cosa o la otra.
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