La mujer en los evangelios: Marta de Betania

Marta, hermana de María y de Lázaro, era mayor que su hermana. Ella recibe a Jesús en su casa y se siente responsable por el buen recibimiento al Maestro. Aunque de un carácter diferente al de María, era una mujer tan adicta a Cristo y tan amada por Él como su hermana.

Los evangelistas Lucas y Juan coinciden en su retrato. Era una mujer activa, práctica, diligente, a veces un poco agitada, en contraste con su hermana María, más tranquila, inclinada a la contemplación y al regimiento.

Marta ocupa un lugar destacado en el Evangelio de Juan, capítulo 11. A raíz de la muerte de Lázaro, muchos amigos de la familia acudieron a consolar a Marta y María.

En esto estaban cuando Marta se entera de la llegada de Jesús. Es posible que estando sentada entre los visitantes le dieran a ella la noticia. En tanto que María permanecía en la casa, ella acude al encuentro del Señor.

Entre Marta y Jesús tiene lugar una larga y notable conversación sobre la vida y la resurrección, que el evangelista Juan registra escrupulosamente.

En presencia del Maestro le dice qué si Él hubiera estado en Betania, el hermano no habría muerto. Aquí Marta está demostrando la confianza que tenía en el divino poder de Jesús. Al mismo tiempo parece responder a Cristo por haber llegado tan tarde. Tenía conciencia que el Salvador era tan poderoso que de haber estado presente habría salvado al hermano. Y añade: “Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”.

Marta habla como si Cristo fuera un poderoso profeta que hacía milagros, y no como Dios. Sabía que cualquier cosa que le pidiera a Dios, Dios se lo concedería.

San Agustín nota la moderación de Marta. No se atreve a imponerle a Cristo que resucite al hermano, pero trata de persuadirle para que lo haga.

Jesús responde afirmativamente: “Tu hermano resucitará”. Marta no queda tranquila. Tiene fe en la resurrección de los muertos al final de los tiempos, pero su interés era la resurrección inmediata de uno solo, su hermano. Cristo le responde que no era necesario esperar al día final, Él era la resurrección y la vida. Quería saber si Marta le creía: “¿Crees esto?” Marta pone el pretérito por presente y da a entender que se sorprende de la pregunta: Responde sin vacilación. “Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al mundo”.

Después de dar gracias al Padre, dice con fuerte voz: “¡Lázaro, sal fuera!”. Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadle y dejarle ir”.

Por última vez vemos a las dos hermanas en el curso de la cena seis días antes de la pascua. Aquí se dice que en tanto que María permanecía a los pies de Jesús, “Marta se ocupaba con muchos que haceres”. Al parecer Cristo no estaba conforme con el trajín doméstico de Marta y aun cuando emplea un tono familiar, le dice: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas”.

¿Y qué podía hacer la pobre mujer? Eran cuatro a comer. Si hubiera permanecido como la hermana, a los pies de Jesús, nunca habrían comido. En aquél entonces no podía descolgar el teléfono y pedir cuatro pollos asados o cuatro pizzas.

Marta y María. Dos mujeres que amaban a Jesús. María lo amaba en la contemplación. Marta en la acción.

Dos formas de amar que han de darse en nuestras Iglesias: amar a Jesús en actitud mística y amarlo en la acción, en el trabajo, con el trabajo en el seno de la congregación.

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[title]Por un año más[/title]

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