El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Álvaro Pombo, el nuevo Premio Cervantes, es académico de la lengua, un autor popular, ganador de diversos premios, pero que escribe siempre a contracorriente.
Si confiamos en “los príncipes de este mundo”, nuestra bondad e ideales, cometeremos el error de creer haber encontrado en alguien una integridad que no hay en ningún ser humano.
Dios anuncia una nueva creación en la que el cielo y la tierra ya no estarán separados. Cristo no ha venido sólo a salvar a muchas personas, sino a redimir a la creación de los efectos del mal.
Hace bien, el músico australiano, en seguir leyendo la Biblia. Es así cómo ha adquirido un “sentimiento en general de que hay algún tipo de divinidad en el mundo”.
No es lo mismo, la fe que lo que nos gustaría creer. La fe se basa en la revelación de una verdad en la que podemos confiar.
Ahora vuelve en Raíces de Ginseng a su autoritario padre, la madre entregada a Dios y, además de su hermano, descubrimos también que tiene una hermana y la relación del entorno agrícola en que creció con empresarios chinos.
La trilogía que dirigió Coppola, cuya segunda parte cumple ahora 50 años, tiene “la intención de ser una especie de Orestíada mostrando cómo el mal reverbera en cada generación”.
¿Por qué hemos de morir? Es porque tenemos el problema que la Biblia llama el pecado. Sólo un Hombre perfecto nos puede librar de ella. Dios se hizo hombre “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte”.
Hay una puerta de atrás, incluso en sociedades tradicionalmente católicas como la española, por la que cada vez te encuentras más gente que han pasado por el mundo evangélico pero ya no tiene contacto con iglesias ni grupo cristiano alguno.
La Palabra es verdad y en la Escritura está la única visión del mundo coherente con la experiencia humana, pero como dice Schaeffer, si mi experiencia no se corresponde con la autoridad de la Biblia, la norma es la Escritura, no yo.
El escritor despierta en nuestro degradado espíritu sed de la bondad y la gloria que hay en el León de Judá.
La verdad última es teológica, no filosófica. Cuando el cristianismo reconoce que Jesús es la Verdad (Juan 14:6), relativa al relativizador y busca la trascendencia de ese Dios infinito que se revela en lo personal.
Es esa conciencia de la gracia de Dios la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros.
Novelas como esta nos preguntan "¿de qué sirve ganar el mundo, si se pierde el alma?" (Marcos 8:36).
La huella del movimiento evangélico es particularmente importante en la capital irlandesa.
Nunca, hasta ahora, se había publicado un libro tan exhaustivo sobre un tiempo esencial y decisivo en la trayectoria de Dylan como este “Slow train coming. Bob Dylan y la cruz de Jesús”, de Ana Aréjula y Luis Lapuente.
Cuando no entendemos nuestra relación con Dios, a cuya imagen hemos sido creados, creemos que somos autónomos, tanto los seres humanos como el resto de la naturaleza. Buscamos el valor de la Creación en sí misma.
Para él no tenía sentido hablar de salvación sin haber experimentado la realidad del pecado.
Sus tres primeros libros son meras transcripciones de conferencias, editadas por distintas personas. La enorme influencia que tuvo fue personal, no por sus libros.
A diferencia de los actuales debates de apologética como espectáculo, Schaeffer no entendía que se podía dar testimonio de la fe sin interesarse por las personas.
Era un gran discutidor, pero no agresivo, sino amablemente persuasivo. Trataba de convencerte hasta con lágrimas en los ojos. El interés no era académico, sino sobre la verdad de la vida.
Historias como la de L´ Abri quedan para los libros sobre “héroes de la fe”.
La diferencia para Schaeffer que hace al cristianismo distinto a cualquier otra religión, es que “Dios lo hizo todo”. Siempre acababa mostrando nuestra culpabilidad moral, para anunciar que Cristo murió por nosotros en la cruz.
Su pensamiento se vuelve europeo en Suiza durante los años 60, para acabar siendo precursor de la política moral cristiana al volver a Estados Unidos.
Schaeffer se dio cuenta que lo que le faltaba era el amor. No podía distinguir lo fundamental de lo secundario porque el amor a la verdad no hacía que mostrara la verdad en amor.
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