La película de David Fincher nos muestra la realidad de la vida en un mundo roto, donde no podemos ser conocidos, ni perdonados del todo. Para eso hace falta una obra sobrenatural.
Este mes hace veinte años que empezó Facebook. La red social (2010) es algo más que una crónica sobre sus orígenes. Gira en torno a un conflicto cuya violencia es verbal. Las armas son las palabras, que se enfrentan tanto en una sala de reuniones o una cafetería, como frente a la computadora del ordenador o el celular del móvil. En esa lucha, David Fincher nos presenta uno de los más tremendos cuadros sobre la soledad del hombre contemporáneo.
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Esta es una historia sobre la impersonalidad y la incomunicación de un medio, que en teoría debía potenciar todo lo contrario. Ya que como observa la primera frase del famoso artículo de la revista Newsweek, “en el oscuro corazón de La red social no está David Zuckerberg –un héroe con el que es imposible de simpatizar–, sino el temible vacío que nos asola”. Un vacío, eso sí, lleno de palabras.
El guion del aclamado autor de la serie El ala oeste de la Casa Blanca, Aaron Sorkin, está lleno de diálogos tan inteligentes que, al final, uno tiene la impresión de que no ha captado más que una parte de lo que expone la película. El filme se sucede a tanta velocidad como leemos en internet, o sea, mal.
[photo_footer]David Fincher nos presenta en La red social uno de los más tremendos cuadros sobre la soledad del hombre contemporáneo.[/photo_footer]
Esta velocidad provoca una evidente falta de reflexión, que parece acompañar al medio. Es la rapidez con la que el protagonista, tan bien encarnado por el inconfundible cuerpo y gestualidad de Jesse Eisenberg –otro de esos actores que hace siempre de sí mismo– escribe en su blog los comentarios que producen la ruptura con su novia. Cuando inútilmente intenta reconciliarse con ella, la chica observa que “en internet no se escribe con lápiz, sino con tinta”. Ya que la comunicación no es más fácil cuanto más rápida sea, sino todo lo contrario.
Este problema se da incluso con el correo electrónico, no digamos el WhatsApp, donde la tendencia es a contestar inmediatamente. La afición a la polémica que tienen muchos comentaristas de internet en medios como X –antes Twitter– les parece una lúcida reacción inteligente, cuando no es más que una arrogante demostración de ignorancia atrevida, que fácilmente se convierte en insulto y descalificación personal.
[photo_footer]La incapacidad de conectar con todos los que le rodean que tiene el protagonista de esta película nos muestra la soledad que viene del orgullo y la ambición.[/photo_footer]
La velocidad del ritmo que impone Fincher a la película no viene, como en tantos productos cinematográficos actuales, por una cámara mareante, sino por una compleja construcción narrativa con la apariencia de una realización clásica –como hizo en su recreación del thriller de los 70 en Zodiac (2007), o su peculiar versión del relato de Scott Fitzgerald, El curioso caso de Benjamin Button (2008) –. Usa para ello una estructura tan poco novedosa como son los flashbacks para mostrar algo diferente –como observa Israel Paredes en la revista Dirigido Por–, “el pasado como si fuera presente”.
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La frase que se usó como publicidad de la película dice que “no haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”, pero cuando uno la ve, en lo que te hace pensar es en el refrán español que irónicamente observa que “con amigos como estos, no te hacen falta enemigos”. Cuando Zuckerberg tiene que responder al careo legal por el que le acusa su compañero Eduardo Saverin de haberse apropiado del proyecto de Facebook, él dice ingenuamente: “Pero si es mi mejor amigo′”.
Es habitual el comentario de los famosos que se quejan de que todo el mundo dice ser su amigo, cuando en el mejor de los casos, no son más que simples conocidos. La cuestión es que cualquiera que utiliza Facebook –yo he estado, aunque ahora mis páginas las llevan administradores– es consciente de tener más amigos agregados a su perfil que en la vida real. A pesar de ello intentamos lograr mediante la red lo que en persona no podemos conseguir, como hace Zuckerberg.
Algunos creen haber hecho amigos por internet, yo he recuperado algunos, pero puede que haya perdido también otros. La cuestión es: ¿qué significa para nosotros la amistad? Es algo que se ha devaluado tanto en el mundo contemporáneo que ya no sabemos lo que es un amigo. Es evidente que para tener amigos hace falta tiempo y energía. Es algo que requiere esfuerzo y vulnerabilidad, pero ofrece también compañía, afecto e intimidad. En la verdadera amistad hay confianza, lealtad y seguridad, lo contrario que en esta película.
[photo_footer]La frase de promoción de la película podría ser también el refrán español que observa irónicamente que con amigos como estos, no nos hacen falta enemigos.[/photo_footer]
Esta demoledora visión de uno de los más jóvenes magnates del planeta nos da, no sólo una nueva versión de Ciudadano Kane, sino que el Rosebud de Orson Welles –aquí convertido en la frustrada relación de Zuckerberg con su novia de la universidad–presenta un misterio existencial que revela las paradojas de un tiempo del que Facebook es sólo un símbolo. La discapacidad emocional de quienes mueven los hilos de las nuevas formas de relación social nos revela que, “tras la mayor maquinaria jamás creada para hacer amigos”, no hay más que “una cósmica soledad” –como dice Jordi Costa en el resumen de aquel año del diario El País–.
Tras este largo paréntesis que hay entre el prólogo que inicia la película y la escena final que nos devuelve al principio, no hay más que el eco de “la sed inmortal del hombre por ser conocido y perdonado del todo” (Henry Van Dyke). La incapacidad de conectar con todos los que le rodean, que tiene el protagonista de esta película, nos muestra la soledad que viene del orgullo y la ambición. Su alienación desvela el triste destino de los hijos de Adán en una cultura de Babel, donde el éxito tecnológico no puede ocultar que al este del Edén vivimos en un mundo en que somos “extranjeros y extraños” (Efesios 2:19).
[photo_footer]La realidad es que muros como los del Face, a veces no nos acercan, sino que nos separan de los demás.[/photo_footer]
La realidad es que muros como los del Face a veces no nos acercan, sino que nos separan de los demás. Nuestra incapacidad de conectar con aquellos que nos rodean no se resuelve estando horas delante de la pantalla del ordenador. El aislamiento en que vivimos no tiene que ver con la situación geográfica de nuestra residencia, sino con nuestra impotencia para comunicarnos y mostrar la realidad de nuestra vida a los que están más cerca de nosotros. El muro es por eso, a menudo, más una forma de protección, que de cercanía. Abrirse a los demás es algo doloroso, que nos hace tremendamente vulnerables.
La película de David Fincher nos muestra la realidad de la vida en un mundo roto, donde no podemos ser conocidos, ni perdonados del todo, como dice Van Dyke. Para eso hace falta una obra sobrenatural. La reconciliación es sólo posible al aceptar la verdad que Jesús nos anuncia: estamos lejos de Dios (Ef. 2:13). Y ese es el origen de todos nuestros problemas.
El Evangelio que Cristo nos trae es, sin embargo, que Él mismo es quien nos acerca y nos da la paz. Él rompe la barrera que nos separa de Dios y los demás (v. 14). Eso tiene un coste y un precio. Lo extraño es que no consiste en el esfuerzo que nosotros hagamos, sino en el sacrificio de otro: Cristo Jesús. La verdadera amistad es por lo tanto un regalo que debemos recibir de Aquel que nos conoce y perdona del todo.
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