Velar a las puertas, es sinónimo de estar alerta, vigilante y preparado, con el ansia de recibir la verdad.
Que vivimos en el mundo de lo inmediato es evidente, habiéndonos abierto las puertas a tal mundo la tecnología, que con su poder para proporcionarnos en un instante cualquier deseo que antes llevaba tiempo y esfuerzo conseguir, nos ha convertido en impacientes hacia demoras que supongan unos cuantos segundos de dilación. Hasta tal punto este vértigo de lo inmediato nos ha envuelto que se puede hablar de la existencia de una tiranía de la inmediatez, por la cual quedamos sujetos a no tolerar nada que nos haga esperar. El nerviosismo, la ira y la perturbación interna y externa se convierten en secuelas de esa enfermedad interior que es la tiranía de la inmediatez. Ya y ahora mismo, son los principios que la gobiernan.
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En cierto sentido los síntomas de esta enfermedad son parecidos a los de cualquier adicción, en la que una demanda imperiosa se hace dueña de la persona, apoderándose de todas sus facultades y donde la satisfacción inmediata no admite que haya ninguna tardanza ni obstáculo. Toda adicción es compulsiva, es decir, es una fuerza abrumadora que ha llegado a dominar completamente al adicto, que se convierte en un robot manejado por ella y si alguien se interpone, sea quien sea, se hace preciso anularlo u obviarlo. Naturalmente, lo que comenzó siendo un hallazgo en cuanto a rapidez y celeridad, se torna pronto en hábito y de ahí en comportamiento, lo cual desemboca en vicio, porque trastoca el recto ordenamiento de las facultades.
Sí, el mundo y el tiempo en el que vivimos son los de la hegemonía de la inmediatez, que no acepta rival alguno. Y lejos de amainar, su aceleración va a más en crecimiento no lineal sino exponencial, pues en el primer crecimiento el avance es producto de una suma, pero en el segundo lo es de una multiplicación. El célebre relato del rey de la India que quiso recompensar al sirviente que había inventado el juego del ajedrez, pidiéndole éste que le diera los granos de arroz resultantes del aumento exponencial con base en el número 2 de las 64 casillas del tablero, ilustra de forma perfecta adónde puede llevar esta manera de crecimiento.
Y, sin embargo, al lado de esta tiranía de la inmediatez es observable la capacidad para esperar lo que se considera muy valioso. Y así es factible constatar que hay mucha gente que puede estar horas y horas haciendo cola en la calle y madrugando para comprar un billete de lotería, independientemente de las inclemencias del tiempo u otros factores desagradables. Pero no les importa, porque dan por recompensado todo inconveniente con tal de tener el preciado billete. Hay otros que son capaces de aguardar hasta días, para comprar entradas del concierto en el que su cantante actuará. Si los pacientes compradores de la lotería son gente de mediana a avanzada edad, los de los conciertos suelen ser de juvenil edad, por lo que la capacidad de espera no es privativa de tal o cual etapa de la vida. Y del mismo modo se puede comprobar que hay quienes aguantan una cola de varias horas para poder comer una hamburguesa de cierto famoso cocinero, o los que aguardan impertérritos a que se abra el comercio en el anunciado día de rebajas, para conseguir las mejores ofertas.
En resumen, lo que por un lado se considera una pérdida inasumible de tiempo, por la vorágine tecnológica, por otro se estima bien empleada esa misma pérdida, por el deseo de obtener algo valioso. En el primer caso no se puede esperar para lograr lo anhelado, en el segundo se espera todo lo que haga falta.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas.’ (Proverbios 8:34). Lo primero es observar que ahí aparece la palabra felicidad, en su equivalente de bienaventuranza. Ahora bien, la felicidad es esa meta que ahora y siempre se ha anhelado, procurando obtenerla ahora en las dos maneras mencionadas de la inmediatez y la espera. Pero la felicidad de la que se está hablando no consiste en la consecución de algún bien material o tangible de aquí abajo, sino en la que tiene valor supremo e imperecedero.
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Paradójicamente, habiendo tantos que pueden esperar por algo que es pasajero, hay muy pocos que están dispuestos a esperar por lo que sí merece la pena. Teniendo en cuenta que quien ha dado esta palabra de bienaventuranza no miente, se hace necesario ir a esa puerta para escuchar su mensaje, atendiendo al mismo, que ése es el sentido de la palabra escuchar. Velar a las puertas, es sinónimo de estar alerta, vigilante y preparado, con el ansia de recibir la verdad. Cada día, indica la perseverancia en esa disposición, porque quien es inconstante no va a percibirla, pues al ser algo tan precioso no se entrega a quien no la aprecia. Aguardando, supone la actitud de espera paciente, que no escatima tiempo para escuchar las palabras de vida.
Aprender a esperar lo que verdaderamente merece la pena, he aquí el empeño que es la mejor inversión.
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