En España, la nación ha quedado en manos de un gobernante que, con tal de mantenerse en el poder, es capaz de venderse y venderlo todo al precio que sea.
Joseph Fouché (1759-1820) ha pasado a la historia como prototipo del político que se las arregla para sobrevivir en el poder, aun en medio de situaciones convulsas, para lo cual no dudó en cambiar de bando a fin de adaptarse a los vientos que soplaban en cada momento. Y así es como fue un fervoroso exaltado, cuando estalló la Revolución Francesa, aliándose con la facción más extremista y votando a favor de la ejecución del rey Luis XVI, pero cuando Napoléon ascendió al poder, tras su golpe de Estado, Fouché se puso de su lado, hasta la derrota y caída del emperador, no teniendo problemas luego en apoyar la restauración de la monarquía en Francia, en la persona de Luis XVIII.
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Verdaderamente Fouché fue un aventajado discípulo de Maquiavelo y a él se le atribuye la siguiente frase: “Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es”, que da una idea de los métodos que empleó para mantenerse a flote entre tantos cambios. Este hombre representa la peor cara de la política, aquella que no tiene principios o que sus principios varían de acuerdo a las circunstancias.
Si Fouché fue un discípulo avanzado de Maquiavelo, hoy hay políticos que son destacados discípulos de Fouché, de lo cual estamos siendo testigos en España, donde la nación ha quedado en manos de un gobernante que, con tal de mantenerse en el poder, es capaz de venderse y venderlo todo al precio que sea. Ya sabíamos que la política no es precisamente un terreno donde la justicia tenga demasiado espacio, a pesar de que esa palabra, justicia, esté frecuentemente en boca de quienes gobiernan, pero a lo que ahora estamos asistiendo es al asedio y derribo de la misma, porque supone un impedimento para quien ambiciona el poder a toda costa. Pero el poder sin justicia no es más que una corruptela, un amaño, que tiene los fundamentos podridos. Y sin importar que se esgriman argumentos artificiosos para darle la vuelta a las cosas y presentar lo vil como estimable y lo miserable como óptimo, la realidad es la que es.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Hacer acepción de personas no es bueno; hasta por un bocado de pan prevaricará el hombre.’ (Proverbios 28:21). La acepción de personas consiste en tener una actitud beneficiosa hacia determinadas personas y solamente hacia ellas. Hacer acepción de personas es tratar de manera más favorable a unos que a otros, siendo uno de los actos más evidentes de parcialidad y favoritismo. Hacer acepción de personas es establecer una diferenciación particular, dirigida para privilegiar a algunos, hacia los cuales hay una inclinación que no se tiene hacia otros. Naturalmente, el principio de equidad queda hecho añicos.
Hay muchas razones por las cuales se hace acepción de personas, entre las cuales está el amiguismo, el interés, el partidismo, la conveniencia, el agrado, el capricho o la ceguera. Pero en todos los casos es una acción que delata la inexistencia de la justicia, que es incompatible con la acepción de personas. ¿Qué me das, para que yo te discrimine positivamente? ¿Qué puedo obtener de ti y así te pueda distinguir respecto a otros? ¿Qué haces por mí, para que te señale de manera especial?
El texto afirma que hacer tal acepción de personas no es bueno, lo cual es evidente. Pero como vivimos en tiempos en los que hay que luchar por lo evidente, esa declaración no es una afirmación inútil por ser sabida, sino que es una aseveración que hoy, más que nunca, es preciso retener, si no queremos entrar en una dinámica en la que quedemos a merced del antojo de los poderosos.
Este tweet de Dios a continuación señala que para que se produzca la acepción de personas no hace falta que haya por medio una gran remuneración, porque hasta por algo tan mediocre como un bocado de pan se puede transgredir la justicia y establecer una diferencia injusta. Y si se puede hacer tal cosa por algo tan nimio, ¿cómo no se va a hacer por algo que tenga más importancia y que sea más tentador? Llama la atención que la palabra que se ha traducido correctamente como hombre en el pasaje, tiene el matiz añadido de hombre en su calidad de fuerza, de vigor. Es decir, estamos aquí ante el hombre en su faceta de solidez y valor. Pues bien, incluso tal hombre está dispuesto a prevaricar, o sea, a saltarse la justicia, cuando se trate de conseguir una ventaja, mediante la acepción de personas, lo cual quiere decir que hasta el que parece más fuerte sucumbe, porque hay una debilidad que no es sólo congénita de los endebles, sino de todos los hombres en general, incluidos los fuertes, algo de lo que sabía mucho Joseph Fouché.
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‘Porque no hay acepción de personas para con Dios.’ (Romanos 2:11). Contrariamente a lo que ocurre con los hombres, incluso con los más importantes, en Dios no existe la acepción de personas, porque sus actos no están motivados por intereses espurios. De manera que en quien hay que poner los ojos para hallar lo recto no es en los grandes de este mundo, que tienen los pies de barro, sino en Aquel que juzga sin hacer distinción de personas.
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