Cuando los evangelistas claman también por un pan compartido, se están evangelizando las estructuras sociales injustas, se está evangelizando a las culturas prepotentes impregnadas de valores egoístas. Se evangeliza la cultura y las estructuras sociales cuando se denuncian los egoísmos personales o comunitarios que han llevado a las graves y escandalosas diferencias sociales entre unos pocos que disfrutan de todo tipo de bienes y servicios, que nos han dirigido a las ofertas de la sociedad de consumo en perjuicio de los necesitados del mundo que son legión.
La persona que dice tener el don de la evangelización, no puede desligarse del seguimiento integral de Jesús, de ser un discípulo que imita al Maestro en el servicio. Las grandes facetas de la vida cristiana no pueden darse de forma aislada. El que comparte la Palabra debe ser consciente de que debe imitar a Jesús compartiendo también el pan.
Para Jesús el auténtico lugar sagrado, el lugar sagrado por excelencia era la persona humana, el hombre y la mujer. En la predicación de Jesús, en sus estilos de vida y prioridades, se ve que se da una primacía de la persona sobre todo lo demás, sobre el templo, sobre las fiestas solemnes, sobre todo tipo de tradiciones. Había que reconciliarse primero con el prójimo. El concepto de projimidad de Jesús es radical. Así, el evangelista debe ser una persona que practique la projimidad, la solidaridad entre los hombres, tiene que buscar el bien de los demás como si fuera el suyo propio. De ahí que la evangelización pueda contener también palabras de denuncia a favor de los más débiles y que Jesús evangelizara desde la perspectiva de los más pobres, desclasados y proscritos del mundo y del sistema.
Por eso la evangelización no debe ser ajena al grito de los pobres y sufrientes del mundo. La evangelización no debe ser ajena a la promoción de la justicia social, la promoción de la persona, la promoción de los Derechos Humanos. Esto no tiene por qué cortar el compartir la Palabra abierta a la trascendencia, a la salvación eterna, pero el Reino de Dios que ya está entre nosotros, preñado de valores solidarios y dignificadores de las personas, no debe ser ajeno a la evangelización. Por eso la evangelización es mesa y Palabra compartida, búsqueda de una ética común basada en los valores del Reino, predicación de una salvación que no es sólo de almas, sino del hombre integral al que no se le debe robar su dignidad ni se le debe dejar tirado al lado del camino en medio de sus sufrimientos ante los cuales el evangelista no puede pasar de largo. Hacer una evangelización basada únicamente en la verbalización, pero de forma insolidaria ante el grito del marginado, ante el grito de los hombres que sufren, sin compartir el pan y la vida, no coincide con la forma que tuvo el Maestro de compartir las Buenas Noticias de Salvación. Jesús evangelizó también con sus estilos de vida, sus compromisos, sus solidaridades, sus denuncias y sus prioridades.
La evangelización no es un compartir la Palabra y dejar en el aire un “sálvate si puedes”, sino un compartir la palabra tendiendo la mano, aceptando el reto del concepto de projimidad e intentando un “salvémonos juntos”, en apertura a la trascendencia, en amor, promoción humana y solidaridad. Un concepto de salvación individualista nos puede llevar a la triste frase, frase condenatoria, del “gracias, Señor, porque no soy como éste”. Sin darnos cuenta podemos estar optando por nuestra condenación.
Cuando nos planteamos la gran comisión de evangelizar el mundo, de ir por todo el mundo llevando el Evangelio, no podemos llevar un Evangelio que no comporte también, junto a la visión espiritual que se debe tener del hombre, una visión ética. El cristianismo comporta toda una visión ética tremenda de la humanidad. Hoy, desde la cosmovisión que nos da el dios mercado y las nuevas tecnologías, se busca el bien del hombre prescindiendo de la ética. Por eso no importan mucho los que se quedan tirados al lado del camino como detritus humano. Pero el evangelista no puede actuar así. Al evangelista le debe importar la situación de ese mundo al que quiere evangelizar. El evangelista no puede buscar un mundo en donde solamente se comparte la Palabra, pero se niega el pan. En un mundo donde los cristianos niegan el compartir el pan, tampoco les estaría permitido el compartir la Palabra. Por eso al evangelista le debe importar el compartir con el mundo los bienes espirituales sin olvidarse de los pobres que se mueren sin acceso a la cultura, a la educación, a la alimentación… Jesús no haría eso. El que comparte la Palabra debe dar una visión de que el hombre necesita compartir también el pan, aunque para ellos tenga que hacer denuncias de las estructuras sociales injustas. Sería unirse a la denuncia profética como hizo Jesús.
No debe evangelizar quien no cree ni comprende la dignidad y la necesidad de promover los Derechos Humanos en el mundo. Quien no se abre a lo humano, es muy difícil que se abra a lo espiritual, a lo divino.
El evangelista debe interpretar el mundo desde criterios de justicia, de ética y moralidad. De lo contrario, estaría faltando a la projimidad que hace semejante el amor a Dios y el amor al prójimo. Es posible que el evangelista insolidario y de espaldas al dolor de los hombres, el evangelista no preocupado por la justicia y la dignidad de los hombres, esté lanzando palabras que golpean en la sensibilidad de Dios molestando como “metal que resuena o címbalo que retiñe”. Dios no escucha estos ruidos ni bendice estas verbalizaciones insolidarias.
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