Hay una generación de fatuos que tienen mucho poder y sus demenciales decisiones pueden salirnos muy caras a todos.
Durante mucho tiempo a los mayores o ancianos se les consideró de manera especial, hasta el punto de que la palabra anciano, lejos de tener una componente de debilidad y hasta de decrepitud, tenía una significación de respetabilidad y honorabilidad, llegando a estar emparejada con términos como sabiduría y prudencia, cualidades imprescindibles en todos los aspirantes a tareas de gobierno. Por eso la palabra Senado tiene parentesco con senex, anciano, estando el Senado romano compuesto de seniores, esto es, ancianos. Del vocablo senior es de donde procede nuestra palabra señor. Así que un señor, con toda la carga de categoría y distinción que tiene ese término, era originalmente un anciano.
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No solamente los romanos entendieron que a los ancianos había que darles un sitio destacado en todo lo que tuviera que ver con el gobierno, sino que pueblos tan dispares como los indios o los hebreos también tenían en consideración especial a los ancianos, aunque al frente estuviera un jefe, dirigente o rey que no fuera de edad avanzada. Pero precisamente el hecho de que alguien no tan mayor de edad tuviera a su alrededor un consejo de ancianos, era garantía de equilibrio, dado que el impulso de la juventud requiere el contrapeso de la experiencia, si no se quiere caer en aventuras peligrosas. Si los jóvenes eran quienes combatían, al tener la energía física, los ancianos eran quienes deliberaban y aconsejaban, al poseer sensatez y madurez. De este modo fue como los consejeros de los gobernantes se extraían de entre los ancianos, llegando a ser el cargo de consejero propio de ellos.
Hubo un caso en el que un gobernante joven, al comienzo de su gobierno, pidió consejo a los ancianos que habían asesorado a su difunto padre. Era un paso en la buena dirección, porque significaba que dicho gobernante no deseaba depender de su propio criterio y quería conocer el de hombres que tenían gran experiencia. Como el gobierno de su padre había sido de considerable extensión, hasta cuarenta años, era evidente que ellos habían visto muchas cosas en tan largo tiempo, al ser testigos directos de los aciertos de su padre, pero también de sus errores. De los primeros había que tomar nota y de los segundos también, pero para evitarlos.
Y así aquellos ancianos le dieron un consejo que iba en la línea de la cordura y la lucidez, que, si lo hubiera seguido, habría resultado en la estabilidad de su nación. Pero, sorprendentemente, también fue a buscar consejo en los faltos de consejo, en los de su propia generación, quienes le aleccionaron para que hiciera justo lo contrario de lo que los ancianos le habían recomendado que hiciera.
Aquellos remedos de consejeros le dieron al neófito gobernante un desastroso consejo y como a él le pareció mejor asumir el planteamiento de los de su propia generación que el que le propusieron los de la generación anterior, el resultado fue el que fue. Gente inexperta e insensata halló eco en un inexperto e insensato, retroalimentándose entre sí. Las consecuencias no se hicieron esperar, porque la nación quedó sumida en una división que estuvo a punto de acabar en guerra civil. Si su padre hubiera estado vivo habría constatado, para su tristeza, que lo que él mismo había escrito, como principio general, se había cumplido en su caso, esto es, que el hijo necio es pesadumbre de su padre. ¡Qué paradoja! Que un padre que fue sinónimo de sabiduría, tuviera un hijo que se convirtió en sinónimo de necedad. Pero es que la sabiduría, como tantas otras cualidades inmateriales, no se hereda. Incluso el padre la perdió, en la última etapa de su vida, al lanzarse insensatamente en una loca carrera de desenfreno. Y es que la sabiduría necesita de la perseverancia para conservarse, dado que no es un bien garantizado de forma vitalicia, sin más.
Qué terrible puede ser que al frente de una nación haya un insensato, que, despreciando el juicioso consejo de los mayores, se aferra al suyo propio o al de otros insensatos como él. Detrás de esta actitud está la vana petulancia de la auto-exaltación, que mira por encima del hombro a los que, en realidad, son de más valor.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Hay generación cuyos ojos son altivos y cuyos párpados están levantados en alto.’ (Proverbios 30:13). En verdad los ojos son expresión de lo que hay en el interior, porque la mirada refleja lo que se mueve en el corazón. Y así hay miradas de compasión y miradas de desprecio, hay miradas asesinas y miradas inocentes, hay miradas escrutadoras y miradas huidizas, hay miradas lascivas y miradas inexpresivas, hay miradas amenazadoras y miradas cómplices, hay miradas cálidas y miradas gélidas. Y, por supuesto, como nos enseña este tweet de Dios, hay miradas arrogantes, como las de aquel desnortado gobernante y sus extraviados consejeros.
Hay pruebas sobradas de que España corre gran peligro, porque hay una generación de fatuos que tienen mucho poder y sus demenciales decisiones pueden salirnos muy caras a todos. Sus ojos son altivos, por lo que desoyen el consejo de la gente de edad. ¿Querrá Dios tener misericordia de nosotros, para que sus planes no salgan adelante?
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