Sí, el abatimiento y el desánimo son compañeros frecuentes de viaje del cristiano porque en el mundo va a tener una determinada clase de aflicción que el que no es cristiano nunca conocerá.
Seguramente una de las pandemias de los tiempos que vivimos es la depresión, que no conoce barreras y se ha convertido en un asunto de prioridad pública, al sufrir sus efectos grandes y chicos, ricos y pobres. Que hasta jóvenes se suiciden es una clara señal de la alarmante profundidad que ha adquirido esa dolencia interna, que está alcanzando estadísticas nunca vistas, siendo la primera causa de muerte no natural en España (siempre y cuando no se contabilicen los abortos en esta categoría), muy por delante de los accidentes de tráfico y de los homicidios. Si se tienen en cuenta los intentos de suicidio que no llegan a consumarse, entonces la cifra se multiplica aún más, hasta alcanzar guarismos de cinco cifras.
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En paralelo a este dato sobre el suicidio, está la realidad de que España está a la cabeza mundial en el consumo de medicamentos para combatir la depresión, los denominados ansiolíticos, que en palabra más corriente son los tranquilizantes. Es decir, el recurso a las drogas se ha generalizado, a fin de poder escapar de la pesadilla de la depresión. Mientras que antes se echaba mano de tal recurso para casos contados, ahora se ha extendido entre la población.
Si se consideran los avances económicos, sanitarios, sociales, educativos y de otra índole de los que nos beneficiamos, cabe preguntarse cómo es posible que se haya llegado a este estado de cosas. Si la prosperidad es la meta soñada, ¿por qué tal prosperidad no nos ha librado del abismo de la depresión?
Pero tal vez alguien piense que España es un caso particular. Nada más lejos de la realidad, porque otros países europeos, mucho más prósperos que España, tienen unas tasas de suicidio todavía más elevadas, pudiendo concluirse que a más bienestar económico más malestar interior hay, lo cual indica que el dinero no llena a la persona. Por tanto, seguir en esa línea de obsesionarse por la abundancia material, como el summum en la vida, sólo servirá para aumentar la insatisfacción y el vacío. Sin embargo, tal abundancia es el propósito por el que existen los gobiernos y para ese propósito son elegidos por los ciudadanos. Se trata de un sinsentido, por el que se busca lo que termina haciendo daño.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: “La congoja en el corazón del hombre lo abate; mas la buena palabra lo alegra.” (Proverbios 12:25). La palabra que se ha traducido por congoja tiene también el sentido de ansiedad y desasosiego, lo que no está lejos del temor y el miedo, que son fuentes directas del abatimiento y la tristeza. Cuando tal ansiedad y desasosiego se apoderan del corazón y hacen allí su morada, el hundimiento es su resultado seguro. Se trata de una experiencia universal, de la que no quedan excluidos los creyentes, como se puede constatar por los ejemplos de Job, Elías o David, entre otros, de quienes tenemos registros personales que testifican de las angustias por las que pasaron. Y está el caso de Jesús, quien en el momento supremo de la prueba conoció de primera mano lo que era la tristeza mortal que lo embargó, procurando un apoyo entre los suyos, que no encontró. Si hay una prueba concluyente de la plena naturaleza humana de Jesús, ésta lo es.
Sí, el abatimiento y el desánimo son compañeros frecuentes de viaje del cristiano porque en el mundo va a tener una determinada clase de aflicción que el que no es cristiano nunca conocerá. La compensación al abatimiento que el no cristiano encuentra momentáneamente en ciertas soluciones, no puede servirle al cristiano, porque tales remedios son superficiales y engañosos. Además, está la realidad de que este mundo no es el sitio propio del cristiano, con lo cual es extraño a su esencia y objetivos, por lo que no puede identificarse con ellos, razón por la que arrostrará el rechazo y la hostilidad, que le serán causa de padecimiento.
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Pero el pasaje tiene una segunda parte, en la que se afirma que la buena palabra alegra el corazón. Efectivamente, la palabra de ánimo, de consuelo, de dirección, cuando estamos sumidos en el hoyo, es lo que hace la diferencia, al sacarnos del estado de postración en el que habíamos quedado. La palabra amiga que viene para sanar la herida y la palabra sabia apropiada para el momento, son de valor incalculable.
Pero si hay una palabra que alegra el corazón es, por encima de todas las demás, la que viene de parte de Dios, al ser la buena noticia del evangelio, que nos presenta el amor personal de Dios, quien envió a su Hijo en favor nuestro para librarnos no de un abatimiento pasajero, sino del naufragio eterno. Y esa Palabra la tenemos a mano, para alimentarnos con ella cada día, para hallar en ella la fortaleza necesaria en nuestra debilidad y para recibir lo que nos hace falta para enfrentar y superar los malos momentos por los que pasamos.
¡Gracias Señor por tu Palabra, tan preciosa, tan buena, que llena de alegría mi corazón!
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