Si existe algo así como el negacionismo, quiere decir que, por lógica, debe existir algo así como el aseveracionismo, esto es, la aseveración de lo que el negacionismo niega.
La palabra negacionista y su derivado negacionismo no existían en el habla corriente hasta hace algunos años; de hecho, ni siquiera aparecían en el diccionario, cuando comenzaron a imponerse para describir a quienes negaban que se hubiera perpetrado la masiva aniquilación de judíos durante el régimen nazi. Luego se amplió para calificar a los que niegan que exista el cambio climático, habiendo desplazado este sentido al anterior, habida cuenta de que el primer hecho sucedió hace bastantes décadas y el segundo es muy actual, no sabiéndose todavía qué derroteros tomará, aunque todo indica que no serán nada buenos.
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Cabría preguntarse cuáles son las razones que empujan a alguien a negar una evidencia, si bien no hace falta pensar en los dos grupos mencionados para darse cuenta de que el negacionismo está profundamente arraigado en el alma humana. De todos los condenados por los tribunales de todo el mundo a lo largo de toda la historia, una amplia mayoría negarían haber sido los autores de los hechos por los que se les acusa, de modo que si se atendiera al criterio de estos condenados las cárceles quedarían prácticamente vacías, porque casi nadie reconoce ante un tribunal haber hecho lo que ha hecho, sin importar las pruebas contundentes que militan en su contra.
Esto nos lleva a considerar que, en lo que respecta al terreno moral, el negacionismo es la escapatoria que el ser humano busca para no tener que pasar por ser culpable, lo cual acarrea vergüenza y mancha. De hecho, el primer negacionista de la historia fue Caín, quien al ser interpelado por Dios respecto al paradero de su hermano Abel, respondió con un no sé, cuando en realidad lo había matado. A partir de ahí, el negacionismo moral se vuelve una constante.
Pero el negacionismo moral no se detiene en su negación de la autoría de la culpa ante terceros, sino que llega a negar al Juez supremo, en su intento de evadir cualquier responsabilidad personal ante la autoridad final. Por eso, la generación que vivió en el tiempo de Jeremías se fabricó su propia argumentación, al declarar: ‘Él [Dios] no es, y no vendrá mal sobre nosotros.’ (Jeremías 5:12). Pero el negacionismo de la existencia de Dios por aquella generación no era nada nuevo, porque ya antes David había establecido la verdad intemporal de que el negacionismo de Dios es una característica del necio: ‘Dice el necio en su corazón: No hay Dios.’ (Salmo 14:1).
Si existe algo así como el negacionismo, quiere decir que, por lógica, debe existir algo así como el aseveracionismo, esto es, la aseveración de lo que el negacionismo niega. Y así como hay negacionistas, hay también aseveracionistas.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El sabio teme y se aparta del mal; mas el insensato se muestra insolente y confiado.’ (Proverbios 14:16). En este texto nos encontramos con el aseveracionista y el negacionista. El primero es el que asevera que hay consecuencias fatales que el mal moral acarrea; el segundo es el que niega que vaya a haber tales consecuencias. El aseveracionista es sabio, porque viendo lo que va a ocurrir cuando se transgreden los límites morales, evita adentrarse en ellos. Su actitud indica la prudencia y perspicacia que es propia de quien es sabio, en el verdadero sentido de la palabra. No importa cuán numerosa sea la adhesión a la transgresión, ni de qué importantes esferas provenga su difusión, la realidad es que las repercusiones que conlleva serán trágicas a más no poder. El temor que le inspira a apartarse del mal, es un temor saludable, frente a tantos temores dañinos que existen.
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El insensato es el que no tiene cabeza, el que no tiene dos dedos de frente, habiéndose convertido en un negacionista moral, al imaginar que no existe relación entre responsabilidad moral y remuneración personal, que no hay nadie que, en última instancia, vaya a demandar responsabilidad ni a pagar con remuneración justa por dicha responsabilidad. Se trata del peor negacionismo imaginable, consistente en una deliberada negación de que exista el mal, salvo lo que él mismo ha definido como tal. Como resultado, exhibe una actitud de altanería y engañosa confianza frente a todas las advertencias y avisos que se le dan, pensando que nada tiene que temer y que puede entregarse con total tranquilidad a sus perversos deseos, porque nada malo le acontecerá.
Hoy el mundo está lleno de negacionistas, empeñados, por encima de todo, en negar todo lo que suene a moral y remuneración procedentes de Dios. Son ciegos guiando a ciegos, con el hoyo como término de su ciega andadura.
Ten cuidado con este negacionismo imperante, porque te puede costar la vida, aquí y más allá. Ten cuidado, no vaya a suceder que seas muy precavido hacia otros negacionismos y estés infectado por éste. Por contra, pon cuidado en ser aseveracionista en medio de un mundo que no tiene norte, para que tu luz brille en medio de la oscuridad reinante; de esa manera, tal vez haya negacionistas que se conviertan en aseveracionistas y tal vez haya insensatos que se vuelvan sabios.
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