Alguien que ha andado por la senda estrecha no está exento de ser asaltado por las dudas y los temores.
La escena en el último capítulo de El Progreso del Peregrino en la que Cristiano y Esperanza tienen que atravesar el río de la Muerte, describe con realismo la experiencia que puede tener el creyente, cuando llega el momento supremo de dejar esta vida. Mientras que Esperanza está confiado y seguro, hasta el punto de ser de estímulo a su amigo Cristiano, éste se siente abrumado por las dudas, el aguijoneo de su conciencia y los ataques procedentes de fuera. El pasaje en cuestión dice lo siguiente:
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“Resolvieron, pues, pasar; pero entrando Cristiano en el agua, comenzó a hundirse por lo que exclamó:
—Me echaste a lo profundo de los mares y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí (Jonás 2:3).
Esperanza luego dijo: —¡Ánimo, hermano mío! Toco fondo con los pies y siento que es firme.
—¡Ah, amigo mío! Estoy sobrecogido por los dolores de la muerte. Ya no veré la tierra que fluye leche y miel.
Y con esto, Cristiano se encontró en una gran y horrorosa oscuridad, tanto que no podía ver por dónde iba. Temía morir en ese río y no entrar nunca por la puerta. También perdió la noción de todo, de modo que no podía recordar ni hablar sensatamente de ninguno de esos dulces consuelos que había encontrado en el camino de su peregrinaje. Lo que decía demostraba que su mente estaba dominada por el pánico y que tenía un miedo atroz. Aquí también lo asaltaron los recuerdos inquietantes de los pecados que había cometido antes y desde que había comenzado su peregrinaje. Veía demonios y espíritus malos, según decía.
Esperanza, pues, se vio en apuros tratando de mantener la cabeza de su hermano fuera del agua; sí, por momentos se hundía y luego salía medio muerto. Esperanza hacía todo lo posible para consolarlo, diciendo:
—Hermano, veo la puerta y varones que nos esperan.
Cristiano contestaba:
—Es a ti a quien esperan, has conservado tu esperanza desde el primer momento que te conocí.
—¡Ay, hermano mío, estas aflicciones y amarguras por las que estás pasando en estas aguas, no son señal de que Dios te haya desamparado, sino que son enviadas para probarte, y ver si te acuerdas de lo que por su bondad has recibido, y para que te apoyes en él en medio de tus aflicciones! ¡Cobra ánimo! Jesucristo te salva (Lucas 8:50).
Ahora Cristiano exclamó: —¡Oh, vuelvo a verlo y oigo que me dice: “Cuando pases por el agua, yo seré contigo; y si por los ríos, no te anegarán” (Isaías 43:2).
Con esto, los dos se animaron, (el enemigo se quedó inmóvil como una piedra), y muy pronto sus pies tocaron fondo desde allí en adelante, y acabaron de pasar sin tener más problemas.”
Hay quienes nunca admitirían que un creyente verdadero pueda pasar en sus instantes finales por la experiencia que Cristiano tiene en El Progreso del Peregrino, dado que conciben la vida cristiana solamente en sus aspectos de victoria y poder, excluyendo todo lo que tenga que ver con caída y fragilidad. Pero esta forma de entender la vida cristiana es parcial y no concuerda con la realidad ni con la enseñanza de la Palabra.
Por eso cuando leí por vez primera este pasaje, me sorprendió gratamente que Bunyan reflejara la experiencia de Cristiano en términos de debilidad agobiante, lo cual me fue de gran consuelo, porque podía identificarme más con él que con Esperanza, dado que la debilidad me es congénita. Que diera cabida en su escrito a que un creyente en esos instantes se derrumbe, me sirvió para darme cuenta de que alguien que ha andado por la senda estrecha no está exento de ser asaltado por las dudas y los temores, aunque parezca que no es posible, en alguien que ha creído, que pueda sentir tales sobresaltos espirituales, cuando le llega la hora de la muerte. Pero el hecho de que estén ahí reflejados, me hace ver que pueden hacer acto de presencia hasta en los últimos momentos. Mas en medio de esa situación abismal, la Palabra de Dios es el asidero que salva a Cristiano de la desesperación y lo saca del mal trance por el que está pasando, tras lo cual la ciudad celestial le aguarda.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Porque siete veces cae el justo y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal.’ (Proverbios 24:16). Ya no es un libro procedente de la mente de un hombre el que afirma que el justo cae, sino que es el Libro de Dios el que lo enseña. Y no cae una vez, sino hasta siete, que es el número que indica totalidad. Pero hay una diferencia entre caídas y caídas, diferencia que es incluso gramatical, porque aunque en la primera parte del pasaje y en la segunda se ha empleado la misma palabra caída, para describir la experiencia del justo y la de los impíos, la realidad es que son dos palabras diferentes, que expresan la caída recuperable y la irrecuperable. La caída recuperable fue la de Pedro, la irrecuperable la de Judas. La primera desembocó en el arrepentimiento para vida, la segunda en el tormento para desesperación. El primero cayó y se levantó, el segundo quedó postrado para siempre.
Gracias Dios mío, por darme esperanza a pesar de mí mismo y en medio de mis dificultades, pecados y debilidades. Por tu gracia perdonadora y restauradora, que hace posible que pueda levantarme.
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