¿Cómo puede lo grato servir de prueba? ¿Cómo lo amable va a ser medio de examen?
Entre los métodos más extendidos para ganar clientes en el mundo de los negocios está el de saber adular al potencial comprador, porque la lisonja ejerce un gran poder de seducción, dada la gran propensión que tenemos a la vanagloria. Es por tal razón por la que nunca se puede estar seguro, en la relación vendedor-comprador, de la sinceridad de la amabilidad del vendedor, porque siempre está movido por la ganancia del beneficio. Algo parecido ocurre en las relaciones que se dan en el mundo de la política, cuando en tales relaciones lo que se busca es obtener algún resultado ventajoso, siendo el halago y la alabanza meros artificios creados para complacer y agradar a la otra parte. Incluso es frecuente que el discurso varíe, dependiendo de a quién y para qué va dirigido, porque lo que importa es no malograr el objetivo deseado, para lo cual el elogio tiene que tener un papel central.
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En ambos campos, el de los negocios y el de la política, las palabras van por un lado y los verdaderos pensamientos por otro, de modo que no hay coincidencia ninguna entre lo que se está diciendo al interlocutor y lo que se está pensando, porque si se dijera lo que se está pensando no se cerraría ningún acuerdo, ni se llegaría a ningún trato. De ahí que la simulación sea parte esencial en muchas de las relaciones entre los seres humanos, cuando media un interés.
Los habitantes de Gabaón, población de Canaán, se presentaron ante Josué con palabras muy lisonjeras, diciendo que venían de muy lejos y hasta allí había llegado la fama de los hechos de los israelitas, por lo que venían para hacer alianza con ellos. En realidad su población estaba a unos pocos kilómetros del campamento donde Josué estaba con su ejército, pero la sutil estrategia de la adulación dio su fruto. Sois un pueblo muy importante, era lo que venían a decir, y vuestro Dios es muy importante también, por eso queremos tener amistad con vosotros. Pero la verdadera intención detrás de estas amables palabras era muy distinta, pues lo que buscaban era que los israelitas se comprometieran bajo juramento con ellos y les respetaran la vida, una vez que vieron lo que les había sucedido a los habitantes de las poblaciones vecinas. Y de esta manera la semilla del halago cayó en terreno propicio y tanto Josué como sus hombres de confianza creyeron aquellas agradables palabras. Poco después se enteraron de quiénes eran verdaderamente aquellos aduladores. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, al haberles jurado que les respetarían la vida. De este modo, atrapados por su propia vanagloria, es como los israelitas hicieron pacto con el enemigo. La alabanza de los habitantes de Gabaón puso a prueba la capacidad de moderación y sencillez de Josué, quien quedó enredado en la trampa de la vanidad. Y así fue como este hombre de Dios, guerrero valiente donde los haya habido, sucumbió ante una estrategia que no era militar, sino de atractivas palabras.
Cuando el rey Ezequías sanó de la enfermedad mortal que le afligió y Jerusalén fue librada milagrosamente del asedio asirio, llegaron unos embajadores desde Babilonia, quienes fueron a verlo al enterarse de tan magníficas noticias. Aquí tenemos a gente importante viniendo desde muy lejos para felicitar con parabienes y regalos a Ezequías. Qué importante he llegado a ser, pensó el rey, para que gente de tan lejanas tierras venga a verme. Incluso me traen cartas de su propio rey, saturadas de bellas palabras y una fraseología que me complace sobremanera. Y así fue como este hombre de Dios, cabeza de un avivamiento espiritual en su nación, testigo de su propia sanidad de una enfermedad mortal y de la liberación sobrenatural de su ciudad, fue vencido por la alabanza humana, mostrando a aquellos recién llegados todos sus tesoros, sus armas y sus logros. Mirad qué importante soy. Si ya intuíais que era importante por las extraordinarias cosas que me han sucedido, ahora quiero que veáis todo lo que tengo, para que comprendáis que mi grandeza es mayor de la que imaginabais. Id y contad a vuestro monarca todo lo que habéis visto. El veneno del agasajo había calado en el corazón de Ezequías y aquella ponzoña de vanagloria pudo lo que no pudo la enfermedad ni el asedio asirio. Si salió aprobado en estas dos pruebas, salió reprobado en aquélla.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El crisol prueba la plata y la hornaza al oro, y al hombre la boca del que lo alaba.’ (Proverbios 27:21). Parece lógico que el crisol y la hornaza sean los instrumentos que prueban la calidad de los metales preciosos, como la plata y el oro. Después de todo es el fuego lo único que puede comprobar su calidad y pureza. Al trasladar la comparación al terreno del corazón humano pareciera que la prueba consistiría en experimentar una situación difícil, en pasar por unas circunstancias complicadas y duras. De ese modo sería como se sabría la calidad de lo que hay en el corazón. Pero resulta que el pasaje enseña que la manera de probar al hombre es mediante la boca del que lo alaba. Ahora bien, una boca que alaba es una boca fácil y agradable, no habiendo nada áspero ni desapacible en ella. ¿Cómo puede lo grato servir de prueba? ¿Cómo lo amable va a ser medio de examen?
La respuesta la hallamos en los casos de Josué y Ezequías, dos varones de Dios, que fueron vencidos por las palabras atrayentes y seductoras. Y es que la vanidad está más presente en nuestro corazón de lo que podamos pensar.
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