¿Qué ha ocurrido con todos aquellos compromisos tan fuertes en torno a la projimidad, al amor al prójimo, que se sitúa en el centro del Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios?
Los profetas dejaban bien claro que si queremos que Dios no nos dé la callada por respuesta y que sea no sordo a nuestro culto o clamor, hemos de practicar la misericordia y hacer justicia para con el prójimo oprimido, abusado, empobrecido o víctima de los necios poderosos que pueden cambiar los valores dando lo amargo como si fuera dulce. Así, el centro del Evangelio, el lugar teológico —usamos este término que es bastante habitual en teología— por excelencia en la Biblia es el amor al prójimo hasta amarlo como a nosotros mismos y en semejanza con el mismísimo amor a Dios. Para los profetas era esencial soltar cargas de opresión, dejar libres a los quebrantados, partir el pan con el hambriento, albergar, vestir, denunciar….
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Sin embargo, a lo largo de la historia del cristianismo se ha desplazado un mucho este lugar teológico por excelencia, que es el amor al prójimo en compromiso de acción misericordiosa y de búsqueda de justicia, hacia la práctica de un cristianismo menos comprometido con el prójimo y mucho más comprometido con el ritual. En el mundo hoy deberían volver a oírse aquellas palabras de Isaías en su capítulo 58 en donde el profeta recibe el mandato de gritar a “voz en cuello”, precisamente porque ya ocurría este desplazamiento de ese lugar teológico que es el prójimo. Desplazamiento hacia los cumplimientos religiosos.
Quizás también en la iglesia hoy, como los creyentes de Isaías 58, se ha desplazado el lugar central del prójimo, ese lugar prioritario. Hemos desplazado el amor y el compromiso con el hombre sufriente que exige la vivencia de la espiritualidad cristiana a favor del ritual y de la comodidad de la búsqueda de los gozos del templo. ¿Dónde están la denuncia y compromiso que pedían tanto los profetas como Jesús?
Y eso que la declaración programática de Jesús era sumamente clara citando al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para” … y aquí se acuerda de los oprimidos, de los injustamente empobrecidos, de los presos, de aquellos quebrantados por los poderosos. Eso estaba en el centro del programa de Jesús y, por tanto, era su lugar teológico —seguimos hablando en estos términos de la teología contemporánea—. Para Jesús nunca el ritual y el cumplimiento religioso han estado en el centro de su mensaje. En el centro estaban sus valores del Reino, los valores del Reinado de Dios que irrumpe en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo y que comportaban todos esos compromisos.
¿Qué razones puede haber para que la iglesia haya hecho este desplazamiento del lugar teológico que dejan tan claro tanto Jesús como los profetas? ¿Es la derrota de los profetas? ¿Es, acaso, —perdonad el atrevimiento— la derrota de las líneas programáticas de Jesús? ¿Qué ha ocurrido con todos aquellos compromisos tan fuertes en torno a la projimidad, al amor al prójimo, que se sitúa en el centro del Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios? ¿Por qué se desplaza este lugar teológico hacia el ritual dando la espalda en muchos casos al grito del prójimo en necesidad?
Pareciera que el trabajo y clamor de los profetas a favor de la práctica de la misericordia y la búsqueda de la justicia se ha desplazado hacia el cumplimiento del ritual. Y no es que el ritual no se deba practicar, sino que Dios es sordo y no se goza con nuestras ofrendas, alabanzas o sacrificios de cualquier tipo, si antes no nos hemos reconciliado con el prójimo luchando contra la opresión, los abusos y haciendo justicia, una justicia que en la Biblia es siempre misericordiosa.
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De ahí las expresiones de los profetas: “Venid, luego”, “Entonces” … nunca ir a Dios antes de esa relación con el prójimo que debe ocupar el centro, el lugar teológico por excelencia. Es como si se nos dijera: Haced justicia, practicad misericordia y venid luego, acercaos entonces al Todopoderoso. Será a partir de ahí cuando nuestro culto vendrá a ser acepto para el creador y habremos, de alguna manera, luchado contra la derrota de los profetas. “Diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”.
Que el Señor nos ayude siempre a buscar el lugar teológico adecuado, el centro del Evangelio y de acuerdo con las sagradas Escrituras, de acuerdo con los profetas y con el mismo Jesús que entronca con ellos dándonos ejemplo. Seamos fieles y activos en la práctica de la misericordia y búsqueda de la justicia como consecuencia de nuestra fe para que no se pueda hablar de la derrota de los profetas.
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