Además de compartir burlador y malvado su actitud de soberbia, también participan de la dureza de corazón, que a fuerza de echar raíces se ha convertido en una naturaleza en ambos.
Uno de los tipos que siempre han existido, pero que ahora se ha multiplicado exponencialmente, es el burlador. No hay que confundirlo con el que es simplemente gracioso, que es ocurrente y sabe darle un toque de humor a una situación habitual o a una conversación ordinaria, añadiendo una pizca de sal a lo que de otra manera sería desabrido. Cuántas veces sucede que en una alocución, sobre todo si es larga y profunda, la inserción de una agudeza humorística apropiada ayuda a la audiencia, al relajar la concentración para renovar el deseo de seguir escuchando; aunque la realidad es que no siempre se acierta en este sentido, ni cualquiera sabe dar con la tecla idónea. En cierta ocasión escuché a un orador que introdujo de forma improvisada en su disertación un chiste sobre otro orador que estaba presente, quien al acabar la exposición le reconvino ante los demás por haberle puesto en ridículo. Naturalmente no fue ésa la intención del primero, pero así fue entendida por el segundo.
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Pero aunque haya una diferencia entre hacer una gracia y hacer una burla, puede haber un nexo de unión entre ambas cosas, que se da cuando el gracioso, a fuerza de serlo, comienza a creérselo y a sobrepasarse, traspasando ciertos límites con más y más frecuencia. En este sentido ocurre lo mismo que con tantas otras cosas, que cada vez se necesita una dosis mayor para producir el mismo resultado y así es como el gracioso se convierte en burlador. Mientras que el gracioso tiene sentido de la conveniencia y conciencia de pudor, razón por la cual no se le ocurrirá jamás apelar a ciertas cuestiones y maneras, el burlador dejó atrás hace tiempo toda restricción, atreviéndose con todo y con todos, centrándose su especialidad en las cuestiones más serias y trascendentales. Principalmente se regodea de hacer escarnio de lo que tenga que ver con la religión, sus representantes y, por supuesto, con Dios mismo. Nada queda fuera de sus dardos.
Pero juntamente con el burlador hay otro personaje que siempre ha existido, pero que ahora también ha aumentado su número y presencia en todos los ámbitos. Se trata del malvado. Hay una diferencia entre el burlador y el malvado, porque aunque en la burla siempre hay malicia, el malvado no necesariamente es un burlador. Sin embargo, ambos comparten la misma actitud de soberbia, sólo que el primero la manifiesta con su lengua y el segundo con su lengua y sus actos. Y si el burlador se deleita en hacer mofa de Dios y sus normas, el malvado se complace en transgredirlas, a la vez que implanta sus propias malignas ideas, de modo que los demás queden bajo su nociva influencia. El malvado es un enemigo declarado de Dios, pero también de lo justo y bueno, porque su propia noción de lo justo y bueno está viciada por su maldad, con lo cual se convierte en una amenaza social.
Además de compartir burlador y malvado su actitud de soberbia, también participan de la dureza de corazón, que a fuerza de echar raíces se ha convertido en una naturaleza en ambos. Es decir, no se trata simplemente de que burla y maldad se manifiestan ocasionalmente, sino que no dejan de manifestarse en ellos. Cuando abren la boca, lo que sale por ella es un torrente de palabras acorde con lo que sus portadores son, de modo que no pueden, aunque quieran, modificar el tono y contenido de lo que dicen. En esa dureza de corazón se sienten seguros y superiores, por lo que ni siquiera se plantean, ni por un segundo, cambiar.
Eso quiere decir que son impermeables a cualquier intento de corrección, porque el estado al que han llegado no reconoce nada que tenga que ser corregido; de ahí que las reprensiones, amonestaciones y avisos caigan en saco roto, siendo perlas echadas a los puercos. Empedernidos y obstinados en sus caminos, no atenderán a razones y torcerán las intenciones de cualquiera que pretenda mostrarles su error.
Hay un tweet de Dios que dice: ‘El que corrige al escarnecedor, se carrera afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha.’ (Proverbios 9:7). Corregir al burlador no sólo es trabajo perdido, sino más que eso, es ocasión de sufrir desprecio y reproche al que lo intenta. Como la terquedad es parte esencial del carácter del burlador y el sarcasmo y la mordacidad son los principales ingredientes de su hablar, el corrector recibirá su desaire como respuesta en forma de mofa y su desdén bajo sorna. Finalmente, el burlador estimará que su corrector ha venido a engrosar el número de las víctimas que con las pullas de su cinismo ha zarandeado, sintiéndose el corrector mismo herido y vapuleado.
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La reprensión aprovecha cuando hay alguna rendija por la que se puede abrir paso en el corazón, pero cuando hay un corazón obtuso y zafio, como el del malvado, la reprensión se estrellará como una pelota contra el frontón. Más que eso, no es que simplemente habrá un efecto búmeran, es que lo que se devuelve le llega al emisor acompañado de la suciedad y excremento propio de la maldad, con lo cual sufre un agravio.
Hay, pues, una corrección gravosa y una reprensión onerosa. Y el que las acomete debe ser consciente del terreno que va a pisar y de las duras consecuencias que va a experimentar, antes de adentrarse en el mismo.
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