En esta exaltación del asombroso descubrimiento no deja de latir la vieja pretensión de que hemos superado a Dios.
Nos hallamos en plena eclosión de lo que se ha denominado inteligencia artificial, que ha sido catalogada por muchos como la gran revolución de la humanidad, el descubrimiento de los descubrimientos, casi parecido a la piedra filosofal que buscaron los antiguos alquimistas, sólo que ellos no encontraron la sustancia que convirtiera todas las cosas que tocara en oro, pero el hombre del siglo XXI sí ha encontrado una especie de piedra filosofal en la forma de la inteligencia artificial, que hace que la máquina emule a Aristóteles, imite a Cervantes, recree a Bach y reproduzca a Dalí.
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En esta exaltación del asombroso descubrimiento no deja de latir la vieja pretensión de que hemos superado a Dios, al poder hacer lo que la capacidad natural humana no puede y de este modo le hemos desbancado de una vez por todas. Y así es como pareciera que aquella promesa de la serpiente de ser como Dios se ha quedado pequeña, porque no solamente hemos llegado a ser como él, sino que hemos llegado a ser más que él. O eso parece.
Claro que como ocurre con todo lo novedoso, detrás de esta euforia puede venir luego todo un baño de realismo que nos baje de las nubes y ponga en su verdadero sitio las cosas, como les ocurrió a los de aquella torre de la antigüedad. Aunque no hay que retroceder tanto en el tiempo, porque cuando se saludó al plástico como uno de los mejores inventos que la humanidad había conseguido, superior a todos los demás materiales y, por tanto, mejor que todas las sustancias naturales que Dios había creado, nadie podía sospechar que ese mismo plástico unas décadas después se convertiría en un pesado lastre. Ahora el plástico, ese material artificial, nos trae de cabeza. También la máquina de vapor era sinónimo de avance y progreso incomparable, no pareciendo que tuvieran límites sus posibilidades, hasta que ese mismo vapor, en forma de nube contaminante, ha provocado un cambio climático del que no sabemos cuáles serán sus límites, aunque todo indica que no serán los mejores. Y si el descubrimiento de la energía nuclear nos ha permitido tener más calefacción y electricidad, también ha puesto una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, como en estos tiempos estamos atisbando.
Es decir, con cada avance hay una amenaza real implícita, porque, aunque no se quiera ver, la maldición pronunciada con motivo de aquella promesa hecha por la serpiente y creída por sus destinatarios no ha sido levantada ni está cancelada, siendo su vigencia perceptible en todos los niveles.
Hay en la expresión inteligencia artificial un doble significado en cuanto al término artificial, siendo el primer significado lo que es un producto humano, que está en contraposición a lo que es natural. Así, hay gemas naturales y hay gemas artificiales, hay alimentos naturales y hay alimentos artificiales, hay combustibles naturales y hay combustibles artificiales, hay hierba natural y hay hierba artificial. Normalmente lo artificial es siempre una copia de lo natural, que al ser copia no supera a lo natural, igual que la fotocopia nunca puede ser mejor que el original. Además, si lo natural ya trae una tara por la antedicha maldición, lo artificial no queda libre de ella, al no ser, después de todo, más que un producto humano. El segundo significado del término artificial es que es sinónimo de lo ilusorio y ficticio, lo cual desemboca en que en el interior de la buena apariencia de lo artificial se esconde una realidad decepcionante, que no concuerda con lo externo, aunque ciertamente la inteligencia artificial presenta inmensas posibilidades, de las que la ciencia y la vida cotidiana se verán afectadas, en ciertos aspectos para bien y en otros para mal, como ocurre con todo lo que el hombre fabrica.
Pero por grande que sea el potencial que la inteligencia artificial ofrezca, no puede sustituir ni desplazar a la otra inteligencia que es necesaria para lo que es trascendental. Es más, puede ser un descomunal impedimento, al hacernos creer que somos independientes y autosuficientes, sin necesidad de nadie más y de nada más. En realidad esa inteligencia artificial es impotente para proporcionarme el conocimiento de Dios, no puede proveerme la cálida comunión del Espíritu Santo, es incapaz de darme convicción de pecado, es inútil para iluminar mi alma con la luz de la verdad, es nula para proporcionarme la esperanza gloriosa y es inepta para generar en mi corazón el arrepentimiento para vida. Si no puede hacer nada de esto, significa que la inteligencia que verdaderamente necesito no es la artificial, sino la otra, la que viene de Dios, la que es insustituible.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El temor del Señor es el principio de la sabiduría y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.’ (Proverbios 9:10). Aquí aparece la palabra inteligencia, que consiste, según esta traducción, en el conocimiento de Dios, por lo cual el inteligente es el que conoce a Dios. Sin embargo, otra traducción factible, y más literal, es que el conocimiento de los santos es la inteligencia, es decir, que la inteligencia consiste en el conocimiento que tienen los santos. Pero como el conocimiento que tienen los santos es el conocimiento de Dios, al final ambas traducciones vienen a decir lo mismo.
¡Qué lejos está esta inteligencia de la inteligencia artificial! Tan lejos como el cielo de la tierra. Asegúrate de que la recibes, no vaya a ocurrir que seas muy inteligente artificialmente y no seas inteligente sustancialmente.
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