Necesitamos que se creen trabajadores y luchadores por la justicia y que seamos mucho más capaces de pararnos ante el prójimo que nos necesita.
Parece que, a veces, nuestros pastores y líderes se sienten satisfechos y contentos con vernos entrar y estar dentro los atrios de las iglesias. Pocas veces ven a sus congregaciones como un pueblo para servir en el mundo rompiendo los muros eclesiales. Necesitamos personas que nos recuerden nuestra identidad de servicio y de compromiso con el mundo. Necesitamos tener mucha más conciencia de que somos un pueblo que, necesariamente, debe estar en medio del mundo llamados a servir, ofreciendo nuestro servicio al prójimo en medio de una sociedad injusta y cruel.
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Evangélicos como presencia en el mundo creando vías de esperanza. Salir de los templos, sacando también junto a nosotros al Dios que parece que tenemos un tanto encerrado en ellos. Hay que clamar y potenciar la presencia evangélica en medio de una sociedad que, un tanto ciega, está volviendo a los viejos demonios del pasado. Necesitamos adquirir una nueva identidad profética, que nuestros líderes no nos encierren tanto en los templos, que se creen trabajadores y luchadores por la justicia y que seamos mucho más capaces de pararnos ante el prójimo que nos necesita y servirles, aunque ellos en ocasiones nos aleje de la llamada de la iglesia.
Cristianos para cambiar el mundo, presencia evangélica para servir en compromiso, destructores con su voz y su acción de las estructuras económicas de maldad o de pecado que hay en el mundo y que oprimen a tantos y tantos prójimos nuestros. Tenemos que ir encauzando la misión diacónica de la iglesia como herramienta y acto de presencia en el mundo que nos haga ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. La iglesia tiene que ser un pueblo con una misión en el mundo y no solamente un grupo pietista que busca los disfrutes y goces del templo.
Tenemos que acabar con ese concepto de un cristianismo vivido en la intimidad, de forma un tanto individualista, de espaldas al dolor de los hombres y de rezos y alabanzas que no nos comprometen a la acción en medio del mundo. ¿Es que, acaso, el cristianismo no tiene también un fuerte compromiso social con los débiles del mundo? ¿Es que, acaso, la evangelización no debe tener en cuenta la promoción social de las personas en nuestro aquí y nuestro ahora? Pues precisamente para eso necesitamos hacer mucho más permeables los muros de los templos potenciando el compromiso de los seguidores de Jesús, quizás uniéndonos a esa iglesia que, aun siendo el cuerpo de Cristo, permanece fuera de los templos.
Lo importante no es el tamaño del templo, el que podamos presumir de que tenemos más de mil miembros, el que hayamos conseguido una estructura eclesial y unos reglamentos envidiables, sino que lo importante es que ese pueblo de Dios en esa iglesia local sea iglesia de Dios en el mundo, parte de la misión diacónica y de búsqueda de justicia de la iglesia, parte de la misión misericordiosa que se sitúa, sin duda, por encima del ritual. Quizás lo que se necesite sea más visión profética, aunque fuera a costa del ritual, que no primara siempre la misión litúrgica de la iglesia como teología primera, mientras que otras de sus misiones como la diacónica queden como algo secundario y, quizás, optativo.
La iglesia presente en el mundo en compromiso de justicia, de misericordia y de amor a los más necesitados, a los sufrientes de la tierra, a los oprimidos, apaleados e injustamente tratados. El mundo necesita mucha más presencia de la iglesia en compromiso de amor y de justicia, lo cual le llevará también a la práctica de la misericordia. Quizás necesitamos iglesias con mucha más visión, sensibles al grito de los excluidos de la tierra, iglesias que sepan acoger ese grito y que lo hagan suyo, solo para potenciarlo, sin eliminar el que esos sufrientes sean los sujetos que gritan a favor de un destino mucho más justo. Que los sufrientes puedan ser sujetos de su propio destino, aunque acompañados y animados por la presencia de la iglesia en el mundo.
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Quizás estemos necesitando de líderes con visión revolucionaria que sepan potenciar la presencia de la iglesia de Dios en medio del mundo. Los compromisos de la iglesia deben desarrollarse y cambiar siguiendo líneas proféticas de denuncia, de búsqueda de justicia, de ayuda a los oprimidos y, así, poder convertirse, formando una gran presencia en el mundo, en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor.
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