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Refugiados de Ucrania: la perspectiva de los países de acogida

La visión compartida de Rusia como una amenaza potencial duradera ha hecho que los países de la Comunidad Económica Europea simpaticen con Ucrania, especialmente desde 2014. Un artículo de Rafał Piekarski y Barbora Filipová.

ACTUALIDAD TRADUCTOR Rosa Gubianas 09 DE DICIEMBRE DE 2022 13:00 h
La estación central de Varsovia durante la crisis de refugiados ucranianos. / Gaj777, Wikimedia Commons.

Los antecedentes



Como era de esperar, la invasión rusa de Ucrania ha sorprendido a los países de su entorno, desprevenidos para lo que se avecinaba. 



Además de los vecinos directos de Ucrania (Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Moldavia), incluimos en este artículo a la República Checa y a Bulgaria, ya que un gran número de refugiados se ha dirigido también hacia ellos.



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Aunque nos acostumbramos a llamar a estos países "puertas de entrada", las semanas y meses siguientes han demostrado que no eran solo países de tránsito inevitables para estos refugiados sino que se han convertido en refugios a largo plazo para muchos de ellos.



Como antiguos satélites soviéticos/rusos, estos países tienen mucho en común. Una similitud particular se refiere a la actitud que los mismos expresan hacia la inmigración.



Según la Encuesta Social Europea de 2018, los habitantes de Europa Central y del Este (ECE) son menos propensos a acoger a los inmigrantes que sus homólogos occidentales.



Esto se manifestó durante la crisis de los refugiados sirios que azotó a Europa en 2015, cuando sus gobiernos se opusieron firmemente a los planes de reubicación de los solicitantes de asilo y prometieron mantener sus fronteras cerradas a los refugiados, lo que provocó una importante desavenencia dentro de la UE.



Sin embargo, desde la desintegración de la Unión Soviética, los ucranianos han sido la minoría más importante en muchos países de la Comunidad Económica Europea (CEE) y la experiencia general con ellos ha sido mayoritariamente positiva: casi todos ellos han llegado en busca de trabajo para poder alimentar a sus familias en su país, lo que los ha convertido en vecinos no problemáticos y compañeros de trabajo fiables, sin grandes diferencias culturales.



Además, la visión compartida de Rusia como una amenaza potencial duradera ha hecho que los países de la CEE simpaticen con Ucrania, especialmente desde 2014, cuando empezaron los ataques de las fuerzas rusas en Donbás y Crimea fue anexionada.



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La invasión



Cuando las tropas rusas invadieron abiertamente Ucrania el 24 de febrero, comenzó la mayor crisis de refugiados de la historia reciente de Europa, que esta vez afectó principalmente a la región que menos solidaridad solía mostrar en el pasado.



Solo en las primeras cinco semanas, más de cuatro millones de ucranianos se vieron obligados a abandonar su país. De la noche a la mañana, los países de acogida se vieron inundados por personas que huían de la guerra.



La situación en las fronteras y en las principales ciudades de transporte era dramática y caótica, pero tanto los gobiernos como la sociedad civil, incluidas las iglesias, respondieron rápidamente y elaboraron planes de emergencia para ayudar a los que huían de la invasión rusa.



Las iglesias fueron de las primeras en responder. Aunque el número de creyentes evangélicos en esta región es bajo, gracias a las numerosas conexiones y asociaciones existentes con las iglesias ucranianas, pudieron ayudar de forma inmediata, orgánica, flexible y eficaz, mucho antes de que los grandes actores pudieran intervenir.



La mayoría de las iglesias ofrecieron inmediatamente sus sedes, finanzas, trabajadores, voluntarios y otros recursos para hacer frente a lo que consideraron el reto de su vida.



Se crearon nuevos sistemas, los líderes organizaron la evacuación, el transporte, el alojamiento, la ayuda humanitaria, los cursos de idiomas y muchos otros servicios.



El número y la variedad de historias son abrumadores. Hay cientos de miles de iglesias, como la de Maják, una pequeña iglesia evangélica de la minúscula ciudad de Vsetín, en la República Checa, que en un principio quería ayudar a entre 10 y 15 familias ucranianas cercanas a algunos de los miembros de su iglesia, acabó ayudando a un millar de refugiados solo en la primera semana de la crisis. 



O bien como el Centro Cristiano PROEM de Zakościele (Polonia), que ajustó rápidamente todos sus programas y se conectó con socios para poder ofrecer atención de diversas maneras a miles de personas que huían de la guerra. O como la red de Iglesias Ucranianas de Bucarest (UBC22), que conectó con 800 voluntarios que asistieron a más de 5.000 refugiados y entregaron más de 100 toneladas de alimentos a Ucrania.



Como aproximadamente el 50% de los refugiados eran niños y el 80% de los adultos  mujeres, las antiguas preocupaciones y temores sobre la inmigración se olvidaron y la empatía y la solidaridad prevalecieron en toda la sociedad.



Muchas personas sin iglesia se sintieron atraídas a cooperar con las iglesias durante este tiempo, confiando y apreciando su ministerio desinteresado y eficiente.



Al servir a los refugiados, Cristo se hizo visible en la Iglesia. Esta intensa primera fase duró aproximadamente dos meses. Luego, llegó el cansancio. Los voluntarios empezaron a retirarse lentamente.



Los líderes se agotaron y se dieron cuenta de que necesitaban cuidarse a sí mismos. El futuro era incierto, pero estaba claro que la mayoría de los refugiados se quedarían al no estar dispuestos a alejarse de su tierra y de los miembros de su familia que habían dejado atrás.



Las iglesias se dieron cuenta de que era inevitable cooperar y crear modelos ministeriales sostenibles a largo plazo para el ministerio de los refugiados.



Nuevos retos y oportunidades



“Convertir el mal en bien” es un patrón bíblico de Dios, que actúa en medio de las circunstancias más difíciles, cambiando lo que estaba destinado a la destrucción para que se cumplan sus propósitos.



Desde esta perspectiva, podemos identificar cuatro áreas principales de nuevos retos y oportunidades para la Iglesia en los países vecinos.



Sostenibilidad. A pesar de las dificultades, sigue desarrollando lo que ya has empezado: en los últimos meses, la Iglesia ha crecido en los ámbitos de la atención espiritual y la participación social de un modo nunca visto.



Se han creado nuevos ministerios, han emergido nuevas personas y han aparecido nuevos líderes. Pero la guerra en Ucrania ha afectado a la economía de países como Polonia, República Checa o Moldavia, y la gente de las iglesias puede cansarse de ayudar a los refugiados ucranianos mientras experimenta la inflación, el aumento de los costes de la electricidad y la calefacción a medida que se acerca el invierno.



Por lo tanto, es muy importante que sigamos llamando la atención sobre la guerra en Ucrania. A diferencia de los medios de comunicación, no podemos retirarla de los titulares de nuestras iglesias, aunque la gente se canse de oír hablar de la misma. En cambio, la Iglesia debe buscar formas de hacer que el ministerio a los ucranianos sea sostenible y a largo plazo. 



Intencionalidad. A pesar de servir a muchos, hay que estar atentos a las necesidades de unos pocos que aún no son vistos ni atendidos: dado que los gobiernos están reduciendo su participación en la ayuda a los refugiados, la Iglesia debe desempeñar un papel activo en la identificación y respuesta a las nuevas necesidades, así como en la identificación de los refugiados que quedan fuera de los sistemas existentes.



Los niños luchan por compaginar la educación escolar in situ y online. Los discapacitados no pueden inscribirse en ningún programa de ayuda. Las madres solteras con bebés no pueden trabajar ni enviar a sus hijos a preescolar.



Los hombres luchan contra las adicciones. Las personas mayores no pueden contar con el apoyo del gobierno ni de sus hijos adultos. Se trata de necesidades específicas a las que solo se puede dar respuesta mediante una implicación intencionada.



Equipar y alcanzar. A pesar de la gravitación natural hacia los que ya están en la iglesia, debemos seguir para alcanzar a los perdidos: existe una tendencia común en las Iglesias que consiste en centrarse en los que ya son seguidores de Jesús y descuidar a los que aún no le conocen.



Sin embargo, la Gran Comisión no pierde su relevancia en las circunstancias de la guerra. Como seguidores de Jesús, seguimos llamados a “ir y hacer discípulos a todas las naciones”.



Por lo tanto, necesitamos encontrar maneras de ministrar a las personas que Dios ha traído a nuestras puertas, a pesar de que se encuentren desplazadas y afligidas por los horrores de la guerra.



Equipar a los creyentes ucranianos, así como buscar, desarrollar y apoyar a los líderes de la diáspora que pueden movilizar a otros para llegar a sus vecinos ucranianos debería ser otro foco de nuestra atención.



En palabras de Yaroslav Pizsh, presidente del Seminario Teológico Bautista Ucraniano, ayudar a los refugiados a pasar de ser “víctimas a embajadores” de Jesús es fundamental en este proceso.



Ministrar a los ucranianos ajenos a la Iglesia, cuyos matrimonios se han resentido, su  identidad se ha visto sacudida y su sentido de pertenencia se ha visto socavado, ofrece otra oportunidad para llegar a ellos con el Evangelio de Cristo.



Movilizar a líderes femeninas, dado que más del 80% de todos los refugiados son mujeres, es de suma importancia a pesar de los retos culturales que ello implica.



Asociaciones inesperadas. A pesar de los desafíos, se siguen estableciendo nuevas asociaciones dentro y fuera de la Iglesia. Los últimos seis meses de guerra han dado lugar a la formación de nuevas asociaciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia.



Muchas comunidades de creyentes se han hecho más visibles en su contexto local, cooperando con otras organizaciones sin ánimo de lucro y con las autoridades locales. Al mismo tiempo, se han establecido nuevas asociaciones (tanto nacionales como internacionales), que brindan oportunidades para una mayor proyección en el futuro.



Es de esperar que el desarrollo de estas asociaciones redunde en un mayor reconocimiento y crecimiento de la Iglesia en países como Polonia o la República Checa, donde los evangélicos se consideran una minoría insignificante.



Utilicemos este tiempo sabiamente, no para nuestra propia gloria, sino para la gloria de Dios y la expansión final de Su Reino.



 



Rafał Piekarski es un pastor polaco y líder de Proem Ministries.



Barbora Filipová es checa y trabaja con el Equipo Internacional de Josiah Venture.



 



Este artículo se publicó por primera vez en el número 42 de Vista Journal (noviembre de 2022) y se ha vuelto a publicar con permiso.


 

 


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