Son precisamente estas ocasiones inesperadas en las que se pone a prueba una voluntad fuerte que se resiste al cambio, en orden a dar preferencia a las necesidades de otros.
“Jesús les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar desierto y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer” (Mrc.6.30-31)
Una de las cosas que más nos suelen molestar a los seres humanos es que después de hacer planes para el día y estar empleados en la ejecución de los mismos, algo interfiera en todo ello: “A mí que no me rompan los esquemas”, decimos. Así afirmamos nuestro apego a lo planificado. Y eso, aunque aquello que se pudiera presentar requiriera de nuestra atención, por tener una mayor importancia.
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Sin embargo, Jesús no era así y lo demostró en varias ocasiones. Tanto él como sus discípulos se habían retirado a descansar después de haber realizado muchos trabajos de tal manera que “ni aun tenían tiempo para comer”, dice el texto bíblico. Pero cuando se retiraron a descansar, se presentó una gran multitud que buscaba la atención de Jesús. Pero él, en vez de molestarse, se olvidó de su cansancio y el de sus discípulos, y dice el texto que “tuvo compasión de ellos” al ver su gran y doble necesidad. (Mrc.6.34-36).
Pero ese no fue un mero sentimiento, sino que a continuación se implicó en el trabajo de atenderles e implicó también a sus discípulos en ese mismo servicio de amor. No era tiempo de quejarse. No era tiempo de protestar; ni tampoco de aferrarse a lo que se había planificado. Ya no era tiempo de descansar. Era tiempo de renunciar al descanso merecido y seguir las instrucciones del Maestro en orden a atender a la multitud necesitada. ¡Cuántas y cuántas veces ha sucedido que en el ejercicio del ministerio pastoral y de cualquier otro ministerio de cualquier creyente se nos rompan nuestros esquemas!
Confieso que a mí me suele molestar que me rompan “mis esquemas”. Pero son precisamente, en estas ocasiones inesperadas en las que se pone a prueba una voluntad fuerte que se resiste al cambio, en orden a dar preferencia a las necesidades de otros. Pero de esa manera también se aprenden lecciones provechosas acerca del servicio sacrificado del cual habló el Señor Jesús. Ellos tuvieron que organizar a todos los presentes, en grupos y, luego, pasar repartiendo los panes y los peces. Y no hemos de pasar por alto que eran miles de personas. Todo eso requería trabajo y llevaba tiempo. Todo se había “torcido”. Pienso que aquel día acabarían rendidos y “hechos polvo”. Porque no era un día en el cual comenzaron después de un descanso, sino que comenzaron cansados y con el ánimo preparado y cierta disposición al descanso, tal y cómo dijo Jesús: “Venid, vosotros aparte, y descansad un poco”. (Mr.10.43-45)
Pero esta fue una de tantas ocasiones en las cuales los discípulos aprendieron otra de tantas lecciones que el Maestro les enseñaba: dar prioridad al servicio a los demás cuando estos necesitaban del mismo. Un servicio, además, nada cómodo pero sí sacrificado. Y es que no siempre lo que nosotros pensamos y programamos hacer, es aquello que debemos realizar. ¡No necesariamente! Si se nos presenta otra posibilidad en la cual otros necesitan y pueden ser bendecidos, eso tiene preferencia. Recordemos cuando el Señor estuvo hablando con la mujer samaritana. Los discípulos regresaban del pueblo adonde habían ido a comprar para comer. Cuando vieron al Señor hablando con la mujer, pensaron que no merecía la pena ocupar el tiempo de esa manera. Era la hora de comer y había que dejar toda otra tarea: “¡Rabí, come¡”. Le dijeron. Pero Jesús no ese sometía a “esquemas” programados de antemano si había otra necesidad que necesitaba darle prioridad. Por eso les dijo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis (...) mi comida es que haga la voluntad del que me envió y acabe su obra” (J.4.31-34)
Pero volviendo al pasaje de Marcos y el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, la historia hubiera sido muy diferente a todos los efectos, si Jesús no hubiera intervenido para mostrar lo que había que hacer en aquellos momentos.
Seguramente en el libro de Dios, muchas páginas estarán llenas de historias que sucedieron para bien de otros, porque a muchos no les importó que “sus esquemas fueran rotos”. Mientras que otros perdimos la oportunidad de bendecir a otros, porque no quisimos que “nuestros esquemas” se rompieran. Pero actuar como en el primer caso, siempre trae bendición. Por eso la historia que comenzó, primero, con la iniciativa de Jesús de suspender el descanso y atenderlos; segundo, dice que “comenzó a enseñarles muchas cosas...”; y tercero, proveyó alimento para todos de forma milagrosa, concluyó con las palabras siguientes:
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“Y comieron todos y se saciaron. Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces. Y los que comieron eran cinco mil”. (Mrc.6.34, 42-43)
Estas palabras nos hablan de otras declaraciones de Jesús, quien viendo las necesidades de las personas, habló palabras en las cuales resaltaba la abundancia de vida, de pan y de agua espirituales que provienen del favor de la gracia de Dios para los necesitados:
“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”(J.10.10);
“El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él, una fuente de agua que saltará para vida eterna” (J.4.14);
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba; el que cree en mí de su interior correrán ríos de agua viva” (J.7.37-39)
Pero hay una cosa que pasa desapercibida a muchos lectores. Es el fijar nuestra atención en el milagro sobre la alimentación de la multitud, y no reparar en la prioridad que Jesús dio al impartir su palabra, antes de saciar su hambre. Esto no es que siempre se tenga que hacer así, sino que pone de manifiesto que Dios quiere -y requiere- que el ser humano sea atendido en estas dos necesidades esenciales: la necesidad espiritual, que se suple por la Palabra de Dios y la necesidad material para el mantenimiento de la vida física. Y además, su deseo es que como seres humanos seamos saciados en estas necesidades esenciales. Recordemos que él dijo una vez: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Pero además, una vez más se confirmó que los mismos discípulos fueron enriquecidos más de lo que ellos habían pensado, antes de que “sus esquemas” fueran rotos. Y eso nos habla también de que, acorde con las palabras de Jesús: “Es mas bienaventurado dar que recibir”. (Hch.20.35) Y de fondo, nos parece oír las palabras de Jesús quien en otra ocasión, dijo: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc.10.37)
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