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Apologética para la vida diaria en la cultura popular

No es de extrañar que en un mundo posverdad, intentar afirmar que existe la verdad absoluta resulte en un mal entendimiento de la fe cristiana. Por Jeniffer Díaz.

TU BLOG AUTOR 1036/Jeniffer_Diaz 12 DE SEPTIEMBRE DE 2022 14:00 h
Imagen de [link]Elena Koycheva[/link], Unsplash.

Por Jeniffer Díaz



¿Qué ha pasado con la verdad? Esta es una pregunta bien pertinente que todo cristiano debe hacerse en pleno siglo XXI. “Cada persona define lo que es verdad”; “es intolerante decir que el cristianismo es la verdad absoluta”. Frases como estas ocasionan interminables discusiones en nuestras redes sociales todos los días. Sin embargo, ya la mera proposición de que no existen verdades absolutas genera una contradicción léxica importante, debido a que si la verdad es relativa, la propia frase es también relativa y, por lo tanto, se invalida a sí misma. En palabras de un artículo publicado por el Instituto de Ciencia y Política de Colombia: “Esa es una afirmación que se refuta a sí misma”. No es de extrañar que en un mundo posverdad, intentar afirmar que existe la verdad absoluta resulte en un mal entendimiento de la fe cristiana, y se la considere erróneamente como un movimiento extremista que “violenta la libertad” que debería gozar todo ser humano. 



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 El pragmatismo se hace cada vez más evidente, ya no solo como herramienta para conseguir beneficios en el área del marketing y la publicidad, sino también en las relaciones y en la manera como percibimos y valoramos lo que debe ser socialmente aceptado, reduciendo así la verdad a un valor privado que debe limitarse a intervenir en la individualidad de cada persona, para evitar incomodar a otros con esos conceptos tan pasados de moda como la verdad absoluta o la objetividad.



Sin objetividad y sin absolutismos, nos encontramos en la era de lo absurdo, donde la experiencia personal supera la realidad objetiva y la lógica. Con el “Yo” como único juez absoluto de todas las cuestiones que atañen al ser humano, discernir lo erróneo de lo verdadero se ha vuelto una batalla campal.



Para ejemplificar cómo luce la pérdida de valores absolutos en nuestra sociedad actual, traigo a colación una escena muy particular de la película Zoolander 2 que me aventuré a ver mientras navegaba en una famosa plataforma de películas. A los pocos minutos de exponerme a la trama, dejé de verla debido a que me desencantó el argumento del guion y los valores que ahí se promovían chocaban contra mi fe. Sin embargo, pude ver lo suficiente hasta llegar a un cuadro casi tragicómico en donde aparece un extraño personaje que se denomina a sí mismo como Everything, o ‘Todo’ en español. Este personaje andrógino, usaba una larga peluca, no tenía cejas y su era piel pálida. Con una intensa mirada responde así ante la bien pertinente pregunta que le hace uno de los personajes respecto a su identidad de género: “A ‘Todo’ no lo definen conceptos binarios, ‘Todo’ lo es todo, para todos”.  A lo que los personajes reaccionan con un desconcertante silencio. Luego, otro personaje agrega: “Por cierto, ‘Todo’ acaba de casarse con él misma. ¡El mono matrimonio al fin es legal en Italia!”.



La escena es en realidad tragicómica, pero no deja de ser inquietante que esta película estrenada en el año 2016, es el fiel reflejo de la era posmoderna en que vivimos. 



Lo cierto es que, nos guste o no, la posmodernidad llegó tal vez para quedarse por mucho tiempo. Seamos o no conscientes, es evidente que la cultura popular actual se propone día a día ahogar en el mar del relativismo los pilares fundamentales del cristianismo. Pero es precisamente en este contexto desalentador donde aparece el evangelio como un firme centinela. El cristianismo se alza como una verdad  comprobable y objetiva, como un absoluto que sienta las bases de lo verdadero, expone lo erróneo y se ratifica como la única cosmovisión que permite al hombre vivir de manera coherente con la realidad y en el mundo que le rodea.



Uno de los conceptos claves para situarnos correctamente en esta batalla cultural es el de ‘cosmovisión’, que puede ser entendida como las ideas preconcebidas y las creencias sobre las que todo ser humano interpreta y entiende el mundo que le rodea. Dichas creencias son ideas que construimos en nuestra mente como verdaderas, ya sea por transmisión familiar o crianza, o por la constante exposición a la cultura, que van conformando nuestro sistema de valores y  va moldeando la concepción que tenemos del mundo. Ya que todos tenemos una manera particular de entender el mundo, todos tenemos una cosmovisión que rige nuestras elecciones diarias y que, en última instancia, es una filosofía personal de la realidad. Por lo tanto, el mundo está lleno de cosmovisiones.



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Entonces, ¿por qué debería a los cristianos importarles la cultura popular? Porque necesitamos echar mano de todo lo que esté a nuestro alcance para comunicar el mensaje más importante de todos: el evangelio. Y la cultura popular provee esos medios. Sin embargo, la cultura popular se ha satanizado tanto desde nuestros púlpitos evangélicos que el creyente no sabe qué postura tomar frente a este fenómeno que, a menos que logremos sortear como una gran ola, nos puede ahogar en instantes en el mar de la irrelevancia.



Ahora bien, cuando menciono el concepto de irrelevancia, no estoy sugiriendo que el evangelio necesita de algún agregado para ser relevante, pues defiendo la idea de que este mensaje es completo, eficaz y transformador en sí mismo. El evangelio no necesita ser redefinido, necesita ser difundido. Es ahí donde la cultura popular juega un rol importante, pues sabemos que todo mensaje que desee impactar en su receptor, debe ser comunicado en un formato que sea reconocible y valorable para la audiencia en el contexto en que se habla. Para lograrlo es necesario estar dispuestos al diálogo. En palabras de Mardones: “Queremos, por tanto, dialogar con la postmodernidad con el ánimo de conocer y diagnosticar mejor nuestro tiempo”. 



Turnau, entendiendo la dicotomía que se produce entre la cultura popular y el cristianismo, escribió: “La cultura popular es algo que flota en el aire a nuestro alrededor y que tiene el poder de influir en nuestras convicciones. Pero realmente no estamos seguros de qué hacer con ella”.



Otra razón que nos debe movilizar a entender la cultura popular es la cruda verdad de que un cristiano desconectado de la realidad resulta poco influyente y útil para la sociedad. Si seguimos aceptando la falsa idea de que la religión pertenece a un sector privado, a un valor personal que debe limitarse a ser vivido en la esfera de lo individual y no de lo colectivo, perdemos de vista el hecho de que, sobre todo, el cristianismo es una verdad total, objetiva y completa que explica la realidad del hombre y su relación con el mundo. 



[destacate]Es menester que la apologética deje de ser centralizada para un grupo específico de la iglesia y comience a ser del interés colectivo de toda la comunidad cristiana.[/destacate]Lo anterior es esencial, pues quiere decir que cualquier otra cosmovisión que intenta explicar el origen, propósito y destino final del hombre es falsa, ya que es irreconciliable con la realidad.



Así que, ¿cómo puede el cristianismo ser relevante en la cultura popular? El cristianismo actual debe dejar de limitar el llamado a la preparación académica solo para aquellos que deseen ejercer algún rol ministerial dentro de la iglesia o para quienes anhelen ocupar roles académicos en seminarios o universidades cristianas. Es menester que la apologética deje de ser centralizada para un grupo específico de la iglesia y comience a ser del interés colectivo de toda la comunidad cristiana. Por mucho tiempo, nuestros debates académicos han girado en torno a discusiones que solo atañen a los creyentes, pero que en la práctica no ejercen ninguna influencia en el caótico panorama mundial en que vive nuestra sociedad. Limitamos la apologética a cuestiones académicas y nos olvidamos de aplicarla en nuestra vida diaria y en relación con el mundo. Mientras reducimos la disciplina apologética  a disputas que solo competen al cristiano, el mundo se hunde en cosmovisiones falsas que intentan redimir al hombre. El cristianismo debe salir del armario.



Frente a este escenario, el cristianismo tiene una gran oportunidad. ¿Por dónde empezamos? Liberando al cristianismo de su cautiverio cultural, como pregona la autora Nancy Pearcey. Siendo influyentes desde el rol en la sociedad que cada creyente desempeña. Aunque valoramos y agradecemos a Dios por los ministros a tiempo completo y pastores, no es necesario que cada hombre y mujer que anhela servir a Dios se aísle en los ‘sacrosantos’ salones de la iglesia en desconexión con su entorno. Podemos impulsar el avance del reino de Dios desde las esferas locales de nuestra comunidad, siendo médicos responsables, abogados íntegros, músicos apasionados o en cualquier tarea, mientras se hace uso del talento que Dios ha depositado en las manos de cada creyente.



Todos los días somos bombardeados por diferentes ideas que van conformando nuestra manera de pensar. Todos tenemos presuposiciones y una opinión respecto a casi todos los asuntos esenciales que competen a nuestra humanidad. La cosmovisión es tan intrínsecamente humana que, de hecho, no existe tal cosa como una persona sin una respecto a algún tema



Al echar un vistazo a la historia de la humanidad y más específicamente, a los grandes movimientos culturales que han marcado nuestra cultura, encontramos cosmovisiones que en la realidad no son funcionales y que carecen de lógica. Como el marxismo, que enseña que la propiedad privada es el mal de la sociedad y que el hombre volverá a su estado de inocencia una vez derroquemos a los opresores capitalistas; o el materialismo filosófico, que defiende la idea de que las relaciones humanas no son más que métodos de sobrevivencia para preservar la raza humana. No nos olvidemos del relativismo moral, que como ya he mencionado, eleva la opinión personal al mismo nivel que la verdad, y en última instancia la anula totalmente.  



Sin embargo, el cristianismo no solo es coherente con la realidad humana, sino que es el único sistema de pensamiento que explica de manera lógica y en base a hechos históricos ocurridos en nuestro espacio/tiempo (la creación, la caída y la redención del hombre) sienta las bases para construir una sociedad efectiva y le entrega al hombre sentido de propósito. Es el mensaje más importante para la humanidad. ¿Qué hacemos con esta gran responsabilidad? Seamos fieles emisores.



Podemos disfrutar de ese lado de la gracia común de Dios que se hace evidente a través de la música, el teatro, el cine, el arte, en general, sin temor a perder nuestra fe. ¿Cómo? Siendo más creadores de cultura que solo críticos de ella. Dejando de considerar el cristianismo como un valor de carácter privado deficiente e incapaz de afectar a las diferentes esferas de la vida en sociedad. Impulsando a las nuevas generaciones a ser fieles a Dios haciendo uso de sus talentos y habilidades, en roles activos de la sociedad que les permita expresar los valores del cristianismo como una realidad integral.



 



Jeniffer Díaz tiene realizados estudios en marketing y actualmente estudia teología en la Facultad Internacional IBSTE.



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2
COMENTARIOS

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Angel
16/09/2022
06:23 h
2
 
Jesucristo camino verdad y vida
 

Alfredo
13/09/2022
09:12 h
1
 
"Con el “Yo” como único juez absoluto … discernir lo erróneo de lo verdadero se ha vuelto una batalla campal" . Es exactamente la mentalidad que trajo la Reforma Protestante: en teoría, cada fiel interpreta correctamente la Escritura que es la columna y fundamento de la verdad, pero la Biblia dice que la Iglesia lo es ( 1 Tim. 3:15). Se rechazó los concilios y con la secularización "el libre examen" se transformó en "libertad de conciencia", relativismo y subjetividad, "mi" opinión.
 



 
 
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