Que el Señor nos ayude a ver en los pobres de la tierra, afectados por la injusticia y la opresión, a aquellos a los que Jesús amó.
A pesar de que yo estaba ocupado al 200% en la Misión Evangélica Urbana de Madrid y, también, en todo el trabajo que hice de promoción de las Misiones Urbanas de España, de mis publicaciones y de la obra social en muchísimas iglesias evangélicas, tuve la oportunidad de estar unos dos años visitando las cárceles como ministro de culto en prisiones.
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Quería tener esa experiencia que fue muy importante para ampliar mi conocimiento y compromiso con todo el tejido de trabajo social evangélico. La verdad es que tuve el privilegio de que bastante de ese tejido social protestante lo fui creando con mis visitas de promoción y concienciación sobre la importancia de la acción social evangélica por toda España. A través de estas visitas plagadas de Conferencias, Seminarios y Charlas, se crearon las Misiones Urbanas de España y otras organizaciones y ONGs que ampliaron el tejido social evangélico.
Pues bien, en una de mis visitas a una de las cárceles, cuando ya nos estábamos despidiendo de los internos con los que habíamos estado hablando del Evangelio, cantando himnos y coritos y escuchando sus experiencias e historias personales, uno de ellos, muy enfáticamente, me dijo: “Tenga cuidado al salir —lo dijo con cordialidad y preocupación real—, porque aquí estamos los malos, pero fuera pueden estar los peores”. Le di un apretón de manos y unas palabras de agradecimiento. Sus palabras me hicieron reflexionar. Le hice caso y le pedí a Dios que me librara de la violencia de esos “peores” que andan por las calles en libertad.
La verdad es que nosotros, en nuestros cultos en prisiones, solíamos estar solo con “los malos”. No. No eran los “peores”. ¿Quizás era verdad que había que tener más cuidado con aquellos “peores” que estaban fuera? Muchos de los reclusos que asistían a nuestros cultos y que confiaban en nosotros de una forma bastante integral, provenían de ambientes deprimidos, de situaciones personales de sufrimiento, de los campos de las drogodependencias y, en muchos casos, de focos de pobreza.
Todos portaban en sus rostros las marcas del sufrimiento, rostros metidos entre las rejas carcelarias, quizás para hacerlos más invisibles ante una sociedad de consumo competitiva y que solo valora a los más fuertes y que considera a los enriquecidos, aunque sea injustamente, como personajes dignos de prestigio. A los pobres se les da la espalda en nuestras sociedades egoístas. Los grupos injustamente enriquecidos son admirados.
Os hago esta reflexión: la mayoría de los asistentes a nuestros servicios religiosos, de escucha y de compañía a esos condenados, podrían haberse librado de la cárcel simplemente con que los gobiernos hubieran trabajado por una sociedad más igualitaria y justa y, además, hubiera aplicado, fundamentalmente con los jóvenes, políticas educativas, de ocio, de deporte y de actividades culturales con los menos integrados en la sociedad.
No. No. Ellos no eran los peores. Es posible que ese recluso que me despidió con esas palabras, no perteneciera al grupo de los peores. Quizás ni siquiera al de los malos, sino al de los desgraciados que no han recibido ayudas, ni rehabilitaciones, ni nuevas habilidades para sacarles de sus pozos de exclusión social, de sus pozos de pobreza. Muchos de los internos forman parte de los fracasos de un sistema social con una lógica del sálvese quien pueda, en la que los débiles se quedan tirados. Fracasados de un sistema competitivo y egoísta en el que muchos quedan apaleados, olvidados y despreciados en los márgenes de los caminos de la vida.
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Por tanto, es posible que los peores estén fuera y que tuviera razón ese recluso. Quizás muchos de esos calificados “peores” por los propios condenados por la justicia, nunca entren en las cárceles y, para más asombro, sean admirados al considerar que sus riquezas y posibles ostentaciones de poder es lo que les da prestigio, pero puede que no sean de los buenos, ni siquiera de los malos. Muchos de ellos pueden estar en el grupo de “los peores”.
Muchos, solo por ser incapaces de competir, se ven lanzados a las pequeñas delincuencias que acaban con sus huesos en las cárceles como los malos, pero seguro que no son siempre los peores, aunque siempre haya remanentes en las cárceles que también puedan estar encerrados por sus importantes robos, sangrientas violencias y delitos graves.
¿Se criminaliza la pobreza con todos sus avatares y características? La verdad es que los pobres, con sus problemáticas y posibles pequeños delitos en algunos de los casos, no están entre “los peores”. Quizás estén entre los malos, como todos nosotros, pero muchos de ellos aceptaban el Evangelio y a Dios en sus vidas.
A muchos integrados, con sus vidas socialmente normalizadas, les gustaría que los pobres fueran, como ya hemos dicho, invisibles. Muchos los pueden considerar como una amenaza para ellos, sin tener en cuenta que pueden ser simplemente víctimas de la injusticia, del egoísmo de los más ricos e integrados en un sistema social injusto, con unas estructuras de pecado que favorece a los más fuertes, creando víctimas de nuestras propias injusticias. Sí. De nosotros los cristianos también.
Que el Señor nos ayude a ver en los pobres de la tierra, afectados por la injusticia y la opresión, a aquellos a los que Jesús amó, a aquellos por los que los profetas lanzaron sus denuncias, sus trabajos por la justicia y por la práctica de la misericordia. Hagamos caso de ese interno que me avisó, que me puso un poco en guardia ante la sociedad competitiva, consumista y cruel en la que nos movemos y en la que están también los “peores”. Por todo esto, tengamos cuidado porque en las cárceles pueden estar los malos, pero fuera pueden estar “los peores”. Que el Señor nos libre de la violencia de estos.
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