Vivimos la locura de la eficacia, de las ganancias y el llenar nuestros almacenes con una necedad que no varía mucho de la necedad del rico necio de la parábola.
Hoy voy a hablar desde mi experiencia en la Misión Urbana de Madrid, desde toda una vida compartida con los pobres de la tierra que viven en medio de la pobreza urbana. Gran parte de mi vida la he dedicado a recaudar fondos para proyectos sociales que van desde la alimentación hasta otros muchos programas de reinserción social para mujeres en exclusión social, bebés, niños —recordad nuestro Centro “Da vida”— ancianos y personas sin hogar. Hoy una queja, una luz roja que percibo en el mundo y de la que ni yo mismo me justifico, pues hay terribles presiones sociales, económicas y de falsos valores culturales de las cuales es difícil salir indemne. Solo con la ayuda de Dios.
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Hay, sin duda, adoradores de la eficacia y personas que rinden culto a las ganancias. Son las idolatrías más representativas de nuestro tiempo. Pregunta: ¿se cuela esta idolatría también en nuestras iglesias, en nuestros recintos dedicados al culto cristiano? ¿Educamos a nuestros hijos en estas idolatrías para que lleguen a ser competitivos en medio de una economía de “sálvese quien pueda”? ¡Cuántos estímulos para todos, muchos llamados cristianos incluidos, a fin de buscar beneficios económicos a través de la eficacia! Si me sobra, mejor. Así puedo guardar, aumentar mis propias cuentas corrientes, el que el Señor me asegure el pan de cada día, no me vale, no me es suficiente.
Los almacenes del rico necio también pueden estar permitidos en nuestras congregaciones, aunque el pobre Lázaro esté a nuestras puertas. ¡Terrible paradoja bíblica! Vivimos la locura de la eficacia, de las ganancias y el llenar nuestros almacenes con una necedad que no varía mucho de la necedad del rico necio de la parábola. En nuestros oídos, cuando nosotros también nos metemos en estos derroteros, parece que ya no suenan las palabras neotestamentarias: “Necio, esta noche van a pedir tu alma, y lo que has almacenado, ¿para quién será?”. Sin duda que estas palabras están en contra de los adoradores de la eficacia y de las ganancias, en contra de las idolatrías del dinero. Son necedad, piedra de tropiezo para muchos de los llamados cristianos.
Quizás, lo más correcto sería estar con la eficacia sensata que consistiría en una justa redistribución de los bienes del planeta tierra, pues es una de los presupuestos bíblicos hasta lanzar uno de los ayes bíblicos contra los que “acumulan casa a casa y heredad a heredad hasta ocuparlo todo”. Que todos puedan participar de los bienes del planeta tierra, pero ¿cómo se compagina esto con la locura de los adoradores de la eficacia egoísta y de las ganancias para llenar neciamente nuestros almacenes como si no fuéramos peregrinos de camino hacia otra ciudad en la que no podremos entrar con esas injustas cargas?
Sin embargo, hoy, todo tipo de pensamiento económico sea en el ámbito de las políticas económicas de los gobiernos, como en las estructuras injustas de pecado que las sustentan —espero que no en la iglesia—, nos acostumbran al pensamiento de que lo bueno es el culto a la eficacia necia, generar bienes para mí y los míos y guardarlos en almacenes o cargadas cuentas corrientes como símbolos del egoísmo humano. En todo caso, dicen algunos, cuando los sistemas de maldad rebosen de beneficios económicos, veremos si les puede llegar algo a los pobres de la tierra. ¡Triste falacia!
Para los adoradores de la eficacia y de las ganancias, el único prójimo existente es uno mismo y, como extensión de mi yo, la propia familia cercana. Por eso, la importancia de la búsqueda del propio interés, dando la espalda al prójimo sufriente, aunque tengamos que hacer esfuerzos por acallar nuestras conciencias que, sin duda, nos van a interpelar. ¡Y qué pena que estas líneas de acción, pensamiento y “cultura económica” se vislumbren también algunos rincones negros de nuestras iglesias!
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¡Y cuidado! Porque desde estas aberraciones desde el punto de vista bíblico, podemos estar enseñando a nuestros hijos. ¡Pues no! Los creyentes no estamos llamados a almacenar neciamente, sino al dar y a la entrega, al servicio y al sacrificio por el prójimo sufriente. Hacer justicia al huérfano y a la viuda, como prototipo bíblico de los excluidos de los bienes del planeta tierra, y practicar la misericordia. Quizás es que la Biblia se lo pinta un tanto difícil a estos adoradores de la eficacia y del culto a las ganancias. Espero que nosotros no estemos entre ellos.
Para estos adoradores alienados por el culto a la eficacia y al almacenamiento de bienes económicos, dinero y otros fatuos almacenajes, es un error que la economía se centre en la redistribución de bienes y servicios para los más pobres de la tierra, es ignorancia hacer justicia a los débiles y al prójimo tirado al lado del camino de la vida a causa del egoísmo y de la acumulación que muchos hacen como adoradores de la eficacia y rendidores de culto al dios del dinero.
Para muchos, invertir esfuerzos, dinero y otros bienes alimenticios y económicos para ayudar a reducir la pobreza en el mundo, es un pecado económico que va en contra de la eficacia y que perjudica a esa economía en manos de los prepotentes ricos de la tierra. Pero cuidado, que muchos de nosotros, con una mentalidad unida a la eficacia y a la ganancia, podemos estar siendo cómplices de esos sistemas y estructuras injustas de poder económico y, al dar la espalda al grito de los pobres de la tierra, estamos dando la espalda al mismo Dios que siempre nos va a pedir hacer justicia y ejercer misericordia para con el prójimo en la medida de nuestras posibilidades.
Es todo una cuestión de valores en la que muchos cristianos han olvidado los auténticos y puros valores bíblicos, los valores del Reino y nos hemos quedado con valores que son contracultura con esos justos valores bíblicos. ¡Una locura! La vida no puede estar supeditada al lucho personal al que nos animan los adoradores de la eficacia y los que dan culto a las ganancias.
El culto a la eficacia conforma una “religiosidad” satánica y pecaminosa que debe ser erradicada del ámbito de nuestras congragaciones. Se trata nada menos de que esa vivencia de una “religiosidad falsa” que excluye y reduce a la pobreza a más de media humanidad como si esos niños, hombres y mujeres fueran una especie de “sobrante humano” al que se le da la espalda, incluidos muchos religiosos que se dan golpes de pecho, pero que son sordos a sus gritos y quejas por tanta y tanta injusticia. El ser adoradores de la eficacia y dar culto a las ganancias sin acordarse de los excluidos del sistema, es idolatría.
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