No hay prepotencia que valga, no necesitamos “pendencieros cristianos”, no hay humillaciones que dignifiquen a nadie, no hay desprecios al hermano que edifiquen.
Creo que todo el mundo tiene derecho a usar la apologética para defender su fe, su religión, su forma de adorar a Dios. Creo que, también, la controversia sana puede ser útil en muchos casos si se hace con respeto. Tanto hacer apologética como controversia sana entra en el lado noble de la defensa de lo que cada uno cree. Estas prácticas sanas no entran dentro de mi concepto de “pendenciero cristiano”, que sería alguien propenso a otros tipos de “riñas” y desprecios religiosos.
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Me gustaría compartir mi experiencia, siempre desde la humildad y sin intentar ofender a nadie, pero deseo expresarme un tanto abiertamente. Yo he visto que, desgraciadamente, hay personas evangélicas que, en muchos casos, se creen muy bien formados teológicamente o arraigados en la historia de todo el proceso evangélico, que, cuando se expresan en las redes sociales fundamentalmente, ven al otro, al evangélico que no es como ellos, como seres realmente degradados, con una imagen de Dios a la que dedican calificativos que no quiero repetir aquí, con una prepotencia en el juicio al otro que da entre pena y repugnancia.
Veo que, en muchos comentarios, fundamentalmente en Facebook y de personas que uno creería bien formadas, se desprende el desprecio al diferente teológicamente, al que se le considera no solo fundamentalista, sino errado y digno de burlas, bien por la imagen que dan de Dios, por la ignorancia que muestran o por el supuesto fanatismo que ellos ven en iglesias que parecen despreciar o porque solo son predicadores de infiernos, pecados, maldades, condenas que causan horror, iglesias erradas que están concentradas en estas negras líneas, además de otras muchas contiendas en torno a la mujer, la imagen falsa que tienen de Dios y otras acusaciones formuladas desde el desprecio y que en muchos casos pueden afectar a otras razas y culturas.
Una pena que se den comentarios de este tipo dentro de la familia protestante. Yo, que he trabajado y visitado muchísimas iglesias en el ámbito interdenominacional, no puedo dar fe de ello de una manera que no sea estrictamente marginal.
Yo, desde estas líneas, quiero afirmar que se necesita el respeto a la pluralidad evangélica, pues nadie tiene la verdad absoluta, y las diferentes denominaciones, todas, tienen sus problemáticas, sus errores y sus aciertos. Por tanto, no hay prepotencia que valga, no necesitamos “pendencieros cristianos”, no hay humillaciones que dignifiquen a nadie, no hay desprecios al hermano que edifiquen. Si se hace crítica, tiene que ser desde la humildad y con toda la seriedad y el amor cristiano posible. Creo que, incluso la apologética o la controversia más estricta y más dura ha de hacerse con amor y humildad. ¿De qué vamos?
Muchas veces parece que queremos cortar las líneas de opinión de los que no nos son afines, de los que creemos no arraigados en la historia, de aquellos a los que se les niega el nombre de evangélicos y “amablemente” se les encaja entre los denominados “evangelicales”. Todo un mundo de despropósitos, de rechazos, de críticas desde la prepotencia y falta de humildad. A veces parece que, más que desde el corazón, se habla desde las bilis de las entrañas.
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Esto debe ser solo posible desde el amor cristiano, el respeto y con la total convicción de que desde nuestras críticas o, si se quiere, desde nuestra forma de hacer apologética, es necesario la buena intención, el amor cristiano, el respeto y la comprensión hacia el otro, el pensar seriamente que nosotros también podemos equivocarnos y acompañar todo desde la oración ante un Dios que debe inspirarnos a expresar nuestros antagonismos desde el amor y la sencillez. La apologética, incluso la crítica, no debe impedir el abrazo y el sentimiento de que quizás también yo tengo mis propios errores doctrinales.
El dogmatismo o la confianza en que estamos en la plena verdad que el otro no capta, nos puede hacer “pendencieros cristianos” que imponen su propia ideología de forma más o menos violenta incluso denigrando al otro.
Desgraciadamente, ni la verdad absoluta ni la práctica perfecta del ritual es patrimonio de nadie. De ahí la llamada de atención ante el juicio de los otros hermanos que pueden tener una visión diferente de las formas de alabar a Dios e incluso de la interpretación de algunos textos. Nunca hay que intentar silenciar al que piensa diferente, al que venga de otros continentes inmersos en culturas distintas, pero que pueden ser enriquecedoras para todos nosotros. Nunca se debe silenciar al otro de forma prepotente, sino, en todo caso, en un diálogo constructivo desde nuestra conciencia de que somos seres limitados, inmersos en errores que muchas veces no reconocemos e incluso defendemos de forma brusca.
Siempre debemos estar pendientes del texto bíblico aportando causas, razones, experiencias fundantes y sensibilidades que hagan que la unidad en la pluralidad de los cristianos evangélicos no salte hecha pedazos. Debemos ser siempre seres libres que también respetan la libertad del otro. Hay que mantenerse alerta y siempre mirando al Señor que, en el fondo y siempre, es el juez único que nos ha de juzgar a todos… quizás en base a dos conceptos que están coimplicados en la vida cristiana: la fe y el amor que iluminará tanto nuestra apologética como nuestras controversias.
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