El tweet de Dios sobre la destrucción del rey por las mujeres

Cuando se vive bajo falsas ideologías dominantes, o que aspiran a serlo, resulta complicado hacer determinadas afirmaciones que puedan contradecirlas, al tener que asumir el riesgo de provocar la ira de quienes las promueven.  El encarnizado combate que hay que enfrentar no es más que la consecuencia de ir contra la corriente dominante, lo que exige gran esfuerzo y denuedo; pero si no se está dispuesto a ir en dirección opuesta, lo que ocurrirá será que la propia conciencia se verá amordazada y hasta se auto-censurará, con la pérdida de una preciosa cuota de libertad que ningún hombre, gobierno ni Estado nos ha dado, sino solo Dios. 

[ads_google]div-gpt-ad-1623832500134-0[/ads_google]

Siempre es fácil encasillar denigratoriamente a quienes se atrevan a contravenir lo estipulado, pero cuando se levantan determinadas voces a las que no se puede encuadrar bajo una etiqueta previamente fabricada, entonces esas declaraciones tienen una autoridad añadida, al provenir de un lado que no está bajo la acusación de parcialidad.

Esto es lo que sucede con el tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Palabras del rey Lemuel; la profecía con que le enseñó su madre. ¿Qué, hijo mío? ¿y qué, hijo de mis entrañas? ¿y qué, hijo de mis deseos? No des a las mujeres tu fuerza, ni tu camino a lo que destruye a los reyes.’ (Proverbios 31:1-3). Si esas palabras procedieran de un hombre, inmediatamente una tupida sombra de sospecha y prejuicio se hubiera cernido sobre ellas, sin faltar improperios y descalificaciones para su autor, porque ¿cómo se puede citar a las mujeres asociándolas con el peligro, lo que constituye una ofensa, propia solamente de quien tiene una actitud torcida hacia el sexo femenino? Si un varón se aventurara hoy a hacer semejante afirmación, ya se sabe cuál sería el epíteto con el que se le zaheriría.

La cuestión es que quien así razona no es un hombre, sino una mujer, una madre, hablando a su hijo. Sí, se trata de una mujer avisando a su hijo del peligro de quedar fatalmente atrapado con mujeres. No hay, pues, cabida para atacar la declaración sobre la base de una animadversión que procede del sexo opuesto. Es una mujer reflexionando sobre mujeres. Mejor dicho, una mujer reflexionando sobre un hombre que se lía con mujeres.

La identidad de esta madre es una incógnita y, por tanto, también lo es la de su hijo, porque no hubo ningún rey en Israel con el nombre de Lemuel, a menos que tal nombre sea un seudónimo bajo el que se esconde otro nombre. Lemuel significa ‘para Dios’, lo cual concuerda con la afirmación que hace su madre al llamarlo ‘hijo de mis deseos’, que literalmente es ‘hijo de mis votos’. Es decir, estamos aquí ante alguien que ha sido dedicado a Dios por su madre, quien es su madre verdadera, biológica, de ahí ‘hijo de mis entrañas’, no hijo de una concubina, ni un hijo prestado de otra, ni de un vientre de alquiler. Todos estos detalles dan a la declaración de esta mujer un peso innegable de relevancia.

[ads_google]div-gpt-ad-1623832402041-0[/ads_google]

Si Lemuel fue en realidad Salomón o un rey extranjero, no lo sabemos. En el caso de que fuera Salomón, entonces la palabra de advertencia de su madre se cumplió amargamente, porque Salomón se perdió enredado entre mujeres. Si es Salomón, significaría que su madre fue Betsabé, con la que el padre de Salomón se enredó y cayó, hablando ella con conocimiento personal de causa. Pero sean quienes sean estos personajes, lo que importa es la imperecedera lección que hay detrás de estas palabras.

Resulta muy fácil actualmente para cualquier varón quedar atrapado por las mujeres, al existir toda una corriente que va desde el mero exhibicionismo en la cotidianeidad, aparentemente inocente o inocuo, pero maligno, hasta lo descaradamente perverso. Tanto en la vida real como en la virtual, muchos son los tentáculos que hay para agarrar a todo aquel que se ponga a tiro, los cuales una vez desplegados se convierten en poderosas cadenas que esclavizarán a los que les entreguen sus facultades. Millones y millones de posibilidades inundan nuestro mundo, llamando a todos los varones a dar su fuerza a tales mujeres; es decir, a entregarles su deseo, su voluntad, su pensamiento, su memoria, su imaginación, su conciencia y su cuerpo. En resumen, todo su ser. ‘Lo que destruye a los reyes’, se puede traducir también ‘las que destruyen a los reyes’. Que un desconocido quede enredado por las mujeres es un desastre, pero que sea un rey es una catástrofe. 

Los cristianos hemos sido hechos reyes, no por cuna natural, sino espiritual, no por méritos propios, sino por los del soberano de los reyes de la tierra, quien ‘nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios su Padre’ (Apocalipsis 1:5-6). ¡Qué categoría! ¡Qué estatus! Infinitamente superior al de cualquier rey. Precisamente por ello se nos exhorta a ‘que ninguno tome tu corona’ (Apocalipsis 3:11), al poder darse el caso de que eso suceda, pues de lo contrario no tendría sentido la exhortación. 

Así pues, en vista de la grandeza de la dignidad y en vista del pecado que nos asedia, ¡qué celo hace falta ejercer!