Preciosa facultad es la prudencia, que preserva a sus poseedores de experimentar las duras consecuencias de andar descuidadamente.
La perspicacia para ver más allá de la superficie es una facultad imprescindible para poder moverse en este mundo. Las amenazas intrínsecas que lo componen se pueden dividir en dos categorías: los peligros que envuelve y las seducciones de las que es portador. Pareciera que ambas cosas, peligros y seducciones, son entidades opuestas, porque ¿qué puede ser más detestable que los peligros y qué puede ser más atrayente que las seducciones? Sin embargo, peligros y seducciones son las dos caras de una misma moneda, dado que mientras los peligros son amenazas manifiestas, las seducciones son peligros encubiertos bajo la apariencia de lo agradable. De hecho, hay más riesgo en la seducción que en el peligro propiamente dicho, porque al segundo se le ve venir, pero la primera sabe disfrazarse y ocultar su verdadera naturaleza.
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Normalmente el método por el cual este mundo funciona es mediante la seducción rutilante y cuando ésta ha hecho presa, entonces muestra su lado tenebroso, de modo que la víctima comprueba para desesperación propia que ya no tiene escapatoria, porque al igual que las fieras depredadoras no perdonan, así el mal tampoco lo hace. No obstante, hay ocasiones en las que muestra directamente su cruel rostro, sin necesidad de aditivos engañosos.
En vista del panorama se hace patente la necesidad de una facultad esencial, si es que se quiere permanecer indemne de este peligroso teatro de operaciones que es este mundo. Esa preciosa facultad es la prudencia, que preserva a sus poseedores de experimentar las duras consecuencias de andar descuidadamente, sin percibir la verdadera naturaleza de las cosas.
La prudencia es una cualidad que nada tiene que ver con dos extremos opuestos, como son la cobardía y la temeridad. La prudencia no es cobardía, del mismo modo que no bañarse en un río lleno de pirañas tampoco lo es. En la prudencia hay inteligencia, al constatar el riesgo mortal que acecha y actuar en consecuencia, por lo que el prudente se ahorra calamidades sin fin y sufrimientos innecesarios.
Por su origen, la prudencia puede tener dos madres, porque del mismo modo que hay una medicina preventiva y otra curativa, siendo la primera mejor que la segunda, así hay una prudencia que es hija de la prevención y otra prudencia que es hija de la irreflexión. La prudencia hija de la prevención es la mejor prudencia, porque no necesita recibir escarmiento. En cambio, la prudencia que es hija de la irreflexión puede surgir tras el duro escarmiento. Claro que siempre es mejor esta segunda clase de prudencia que no tener ninguna. De hecho, esta clase de prudencia puede llegar a convertirse en la primera clase.
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La temeridad no es lo mismo que la valentía, habiendo un abismo de diferencia entre ambas, porque la temeridad es hija de la insensatez y la precipitación. La temeridad es ciega, porque no capta o no quiere captar los peligros reales, mientras que la valentía sí los percibe y actúa teniéndolos en cuenta. La temeridad es atolondrada y se mueve dando tumbos sin ton ni son, hasta que se despeña. En cambio la valentía se aviene bien con la prudencia.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño.’ (Proverbios 27:12). Resulta llamativo que el tweet hable del avisado en singular y de los simples en plural. No es por casualidad esa manera de referirse a ellos, dada la escasez de avisados y la abundancia de simples que hay en este mundo. La palabra que se ha traducido como avisado es prudente, que también tiene el significado de cuerdo, de discreto. Hay un juego de palabras, que se ha perdido en la traducción, entre ‘ve’ y ‘mal’, ya que entre ambas sólo hay una letra de diferencia, siendo característica del prudente discernir el mal, no importa el aspecto que tenga. Pero además de discernirlo, lo evita huyendo, huida que es sinónimo de lucidez.
Pero el texto tiene su contraparte, manifestada en los simples y su actitud hacia el mal. El simple no es el sencillo, sino el inconsciente y alocado, que mide las cosas superficialmente, no tomándose el trabajo de considerarlas detenidamente, por lo cual transgrede alegremente, sin darse cuenta de las severas consecuencias que le vendrán.
Cuando fue anunciada la plaga de granizo hubo entre los paganos los que fueron prudentes y los que fueron simples. Los primeros retiraron sus siervos y sus ganados a sus casas, los segundos los dejaron en el campo. Cuando el granizo cayó, se puso de manifiesto quién obró inteligentemente y quién lo hizo insensatamente. Ante la advertencia del diluvio, hubo quien con temor preparó el arca y quienes se rieron del aviso. Pero cuando aconteció el cataclismo, no quedó duda de quién fue prudente y quiénes fueron simples.
El mundo corre hoy hacia el precipicio, habiendo solamente dos clases posibles de actitudes, lo mismo que ayer.
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