El labio veraz, sin importar los ataques y pruebas que pueda sufrir, prevalecerá, porque la verdad es intrínsecamente inmortal y en eso radica su victoria.
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Son de sobra sabidos los dichos que hay acerca de la mentira, como ‘antes se pilla a un mentiroso que a un cojo’, que resalta la rapidez con que se descubren las mentiras, o ‘la mentira tiene las patas muy cortas’, que describe el poco recorrido que tiene, sin ser puesta en evidencia. Aunque otros son menos conocidos, como ‘ballestero que mal tira, presta tiene la mentira’, por el que se retrata a la persona que, para tapar su desatino, recurre al engaño, o ‘una mentira, de ciento tira’, que muestra la necesidad de recurrir a más mentiras para encubrir una.
Pero además de estas facetas, posee la mentira otra, que consiste en que el mentiroso, tarde o temprano, se encontrará con que el arma que él utilizó, la usan otros en sus tratos con él. Es decir, el que miente, es mentido. Es normal, porque nadie puede pretender ir por la vida engañando, sin ser engañado él mismo.
La vida de Jacob ofrece un claro ejemplo de cómo el recurso a la mentira tiene su ‘efecto bumerang’, incluso cuando parece haber quedado muy atrás en el tiempo y la distancia la mentira esgrimida. La escena en la que se narra cómo Jacob obtuvo la bendición de su padre, no deja lugar a dudas sobre el método que siguió para engañar a su progenitor, que estaba ciego. Aprovechándose de esta circunstancia, y con la ayuda de su madre, se hizo pasar por su hermano mayor y consiguió las anheladas palabras que le otorgaban la herencia como primogénito.
Pasó el tiempo y en Mesopotamia, adonde había huido por los deseos de venganza de su hermano, se enamoró de Raquel, por la cual trabajó siete años, como pago para que su tío Labán se la diera por esposa. Sin embargo, la mañana después de la noche de bodas, Jacob descubrió que en vez de a Raquel, Labán le había llevado a su tienda a su otra hija, Lea. Amparándose en la oscuridad, como Jacob años atrás se amparó en la oscuridad de los ojos de su padre, su tío le engañó. Naturalmente, Labán nada sabía de la treta que Jacob había urdido para engañar a Isaac, pero lo cierto es que el engañador resultó engañado y experimentó en carne propia los resultados del engaño, como su padre y su hermano lo habían experimentado antes a manos de él. Un negociante nato, sin muchos escrúpulos, fue burlado por otro negociante nato, con los mismos pocos escrúpulos o tal vez menos.
Pasó el tiempo y la hija de Jacob, Dina, fue deshonrada por Siquem, quien, no obstante, la pidió en matrimonio, porque verdaderamente se había enamorado de ella. Pero los hijos de Jacob pusieron la condición de entregar a su hermana, si todos los varones del clan del pretendiente se circuncidaban. Se trataba solamente de un engañoso ardid, porque al tercer día, día de mayor dolor, dos de los hijos de Jacob atacaron la ciudad y mataron a todos los varones, incluido el pretendiente. Fue una matanza y un saqueo, no sospechando nunca Jacob que sus hijos pudieran haber tramado algo así, de manera que éstos no sólo engañaron a las víctimas, sino también a su propio padre. Una mentira volvía a hacer acto de presencia en la vida de este hombre, poniéndolo en una comprometida situación ante los moradores del país.
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Pero todavía quedaba otra mentira más de la que Jacob iba a ser el blanco, nuevamente por parte de sus hijos. Cuando decidieron quitar de en medio a su hermano José y le vendieron como esclavo para Egipto, volvieron con su túnica ensangrentada por ellos mismos, presentándosela a su padre para que la reconociera, quien al verla dedujo que su hijo había muerto por el ataque de una fiera. Para tapar su acción, no tuvieron reparo en engañar a su padre y tampoco les importó el dolor que éste sobrellevó durante años por la pérdida de José. Y es que el mentiroso, con tal de salvarse a sí mismo, no duda en condenar a otros.
Pero Jacob, además de ser transmisor y receptor de mentiras, fue receptor de palabras verdaderas, que fueron las que Dios le dio en dos momentos vitales de su vida, una cuando huía de Canaán y otra cuando regresó a Canaán, recibiendo en ambas ocasiones la promesa de bendición. Esas palabras eran palabras veraces, que han soportado el paso del tiempo, porque la verdad permanece para siempre. ¡Qué diferencia con las engañosas palabras de los hombres! Es el cumplimiento del dicho: ‘Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso.’ (Romanos 3:4).
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa solo por un momento.’ (Proverbios 12:19). El valor de la lengua mentirosa, dice el texto, es nulo, porque no puede sostenerse y su vigencia es efímera. En última instancia, queda en evidencia, aunque haya intentado hacerse pasar por lo que no es. Por el contrario, el labio veraz, sin importar los ataques y pruebas que pueda sufrir, prevalecerá, porque la verdad es intrínsecamente inmortal y en eso radica su victoria.
Solamente hay un labio veraz, en toda la extensión del término, del cual quiero estar pendiente, porque en ello me va la vida.
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