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Cómo la introducción a una carta milenaria me ayudó a repensar el concepto de esperanza en la pandemia

El de la esperanza es uno de esos términos que necesitan ser vividos constantemente, y así lo he tenido que aprender de nuevo, con toda gracia, durante la pandemia de la Covid-19.

ACTUALIDAD AUTOR 814/Jonatan_Soriano 21 DE FEBRERO DE 2022 16:09 h
Foto de [link]Omar Sotillo Franco[/link] en Unsplash CC.

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Tiempo después de la declaración oficial de los primeros casos de coronavirus en España, me encontraba preparando una predicación para mi iglesia local, en Barcelona. Meditaba en el texto de la introducción que el apóstol Pablo hace en su primera carta a los tesalonicenses, a lo largo del primer capítulo. La presión sanitaria era algo menor entonces y la epidemia apenas había afectado a nuestra comunidad. Sin embargo, solo dos meses después de aquel sermón falleció una señora muy querida de nuestra congregación, miembro desde hacía muchos años, a causa del virus. 



Apenas unos días después de su muerte, celebramos su funeral en la iglesia y vinieron algunos de sus familiares. La mayoría no eran creyentes. Mientras escuchaba a la persona que estaba predicando, no podía dejar de pensar en cómo transmitir el concepto cristiano de esperanza a personas que estaban sufriendo tanto dolor.



Reflexionando en esto, me di cuenta que el de la esperanza es un concepto que, a veces, se banaliza fácilmente. En algún momento determinado, uno puede comenzar a vivir como si hubiese alcanzado ya una definición suficiente del término, satisfactoria para las exigencias comunes y rutinarias de la vida. Como ese “optimismo necio y cobarde” al que se refiere Dietrich Bonhoeffer en sus textos desde la prisión. 



Pero hay conceptos para los que no basta el aprendizaje teórico, sino que requieren de experimentación. Por ejemplo, el hecho de creer en Dios puede asimilarse de una forma teórica, desde el conocimiento, pero no necesariamente tiene que transformar la vida, salvarla, si no se experimenta a lo largo de su transcurso, en las diferentes circunstancias que acontecen. El de la esperanza es también otro de esos términos que necesitan ser vividos constantemente, y así lo he tenido que aprender de nuevo, con toda gracia y contra toda expectativa, durante la pandemia de la Covid-19.



Como cristianos en un mundo de sufrimiento, necesitamos meditar y transmitir una esperanza que no se obsesiona solo con tratar de definir el futuro que se anhela, sino que comprende el contexto que la rodea ahora, y puede y necesita ser vivida de una forma relevante en él. Esta necesidad ha sido especialmente manifiesta durante la pandemia.



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La esperanza se manifiesta plena en el amor al prójimo



Una de las dimensiones del concepto de esperanza que más desapercibida puede pasar es la del amor. Y sin embargo es fundamental. Amar es tener esperanza y ponerla en práctica. Amar como Jesús pide que amemos al prójimo, como Pablo amaba a los tesalonicenses de los que “siempre hacía memoria en sus oraciones” (1 Tes. 1:2, RVR 1960). Amar, como dice C. S. Lewis del amor que todos necesitamos, “amando lo que no es amable” en los demás. Ese es el vínculo que completa el sentido de las palabras iniciales de Pablo, un escritor alejado en la distancia física, a los tesalonicenses, una iglesia sometida al sufrimiento de sus circunstancias. “Siempre nos acordamos delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 1:3, RVR 1960).



[destacate]Quien conoce, ama. Y el que ama, se relaciona. Eso es imprescindible para el anuncio de la esperanza cristiana.[/destacate]¿Acaso se puede transmitir una esperanza plena sin amor? Más bien, parece que sin amor, la esperanza se plantea como fórmulas frívolas futuristas, capaces de identificar el tono en el que cantarán los ángeles en el día final, pero con serias dificultades para encontrar algo que decir a la madre que ha tenido que salir huyendo de su país por la guerra, las necesidades económicas o la presión climática. Todo lo contrario que en el texto del primer capítulo de 1 Tesalonicenses, donde Pablo primero expresa con palabras su amor indiscriminado por aquellas personas, y después les recuerda que están viviendo sus vidas en el poder de Cristo y cómo esto se manifiesta en un testimonio ejemplar. “Nuestro evangelio os llegó no solo con palabras, sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción” (1 Tes. 1:4, NVI)



Quien conoce, ama. Y el que ama, se relaciona. Y la relación es imprescindible para el anuncio de la esperanza cristiana.



La esperanza se manifiesta a través del sufrimiento



Hay otro aspecto que también es implícito al amor, y en el que la esperanza cobra un sentido especial: el sufrimiento. Cuando Dios escoge hacer una creación y amarla, también está escogiendo sufrir por esa creación. 



Una de mis escritoras preferidas es la bielorrusa Svetlana Alexiévich, que precisamente escribe mucho sobre el amor y la muerte, dos de las realidades que más sufrimiento provocan en esta vida. En su libro La guerra no tiene rostro de mujer escribe: “El dolor derrite cualquier nota de falsedad, la aniquila”. Resulta paradójico que en medio de experiencias tan dolorosas, en situaciones de tanto sufrimiento, el concepto cristiano de esperanza cobre una relevancia única. En parte, porque está relacionado con esa idea de que Dios ha escogido crearnos. Y, al hacerlo, nos ha amado. Y amándonos, se ha presentado ante nosotros por medio de Jesús y ha sufrido por y con nosotros, con el único fin de relacionarse con nosotros.



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Pero la esperanza también reviste de significado el conjunto del testimonio en una vida cristiana. Incluso en aquellas situaciones de las que, al parecer, no se podrían tener muchas expectativas halagüeñas, como una pandemia global, la esperanza se manifiesta en medio del sufrimiento como la clave que permite comprender que Dios sigue teniendo un propósito para la creación que él ha escogido crear. “A pesar de mucho sufrimiento, recibisteis el mensaje con la alegría que infunde el Espíritu Santo”, le recuerda Pablo a los tesalonicenses (1 Tes. 1:6, NVI). 



[destacate]Como cristianos, la esperanza nos permite compartir de una forma singular el amor de un Dios que escogió antes sufrir por nosotros.[/destacate]Para la iglesia en la ciudad de Tesalónica, el concepto cristiano de esperanza era un refugio que les permitía soportar la persecución física y la hostilidad que habían sufrido en su propia ciudad por causa del evangelio. El propio Pablo y Silas habían tenido que escapar de noche a Berea, para no ser capturados por los líderes religiosos de Tesalónica (Hechos 17:10). Más adelante, Pablo llega a comparar el sufrimiento de los tesalonicenses con el de los cristianos en Judea, que había sido el epicentro de las violencias contra la iglesia primitiva (1 Tes. 2:14). No es de extrañar que necesitasen recordar el mensaje cristiano de esperanza.



Nosotros, en este momento, también necesitamos recordar ese concepto cristiano de esperanza que se aboca de lleno sobre la realidad de la pandemia, con las muertes continuas, las familias desgarradas y las vidas confinadas. Porque no es ajeno, ni algo que resulte artificial a la hora de aplicarse, sino que en el sufrimiento, la esperanza nos permite compartir de una forma singular el amor de un Dios que escogió antes sufrir por nosotros. Como dice Craig Hill en su libro Siervo de todos: “Somos los canales cotidianos del amor de Dios por el mundo”. Y amando, se comparte la esperanza en medio del sufrimiento.



La esperanza se manifiesta en la relación cotidiana



El amor y el sufrimiento son precisamente dos rasgos esenciales de cualquier relación. Forman parte también de la relación que el mismo Dios ha querido establecer y tener con nosotros. De hecho, uno de los aspectos más preciados de la belleza de esta vida, esta vida que también es la de las pandemias y los desplazamientos masivos de personas, la de las crisis económicas y la climática, es poder expresar y vivir una esperanza tan plena como la cristiana, que se manifiesta en el amor y el sufrimiento de nuestras relaciones y circunstancias, y nos dirige al mismo tiempo al Dios que ha querido crear, amar y relacionarse con su creación.



Necesitamos esa esperanza cristiana que se manifiesta en lo cotidiano de nuestras vidas, igual que lo hace el amor en nuestras relaciones y de la misma manera en la que debemos afrontar sufrimiento ante muchas circunstancias. Pablo les dice a los tesalonicenses que, partiendo de ellos, “el mensaje del Señor se ha proclamado”, y que quienes han recibido el evangelio por parte ellos “cuentan de lo bien que nos recibisteis y de cómo os convertisteis a Dios dejando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar del cielo a Jesús” (1 Tes. 1:8-10, NVI). A través de sus relaciones y servicio hacia otras personas, los tesalonicenses se convirtieron en divulgadores de la verdadera esperanza cristiana, presente y futura.



Esto me hace recordar, de nuevo, el funeral de la señora de nuestra iglesia que falleció hace unos meses. Durante la ceremonia, tenía que orar por su vida y por el ministerio que había llevado a cabo en el departamento de Misiones. Recordándola en sus relaciones con otras personas de la iglesia, y en la excelencia de su servicio, me derrumbé emocionado. Al final, algunos familiares se acercaron para hablar de aquellos recuerdos y lloramos juntos. Entonces no podía imaginar que les estaba compartiendo mi esperanza en Cristo.


 

 


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