El acto moral bueno, reiterado, crea una tendencia a lo bueno, mientras que el acto moral malo, la crea hacia lo malo.
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La fuerza que tiene el hábito no es una casualidad, sino resultado de la repetición de un acto que fue realizado la primera vez, pero no se quedó allí, sino que fue repetido una segunda, luego una tercera, después una cuarta y así sucesivamente, hasta llegar a convertirse en una costumbre. Entonces se arraiga en la naturaleza y el carácter, echando raíces que acaban por dar su fruto externo. Pero todo comienza con una primera vez, con un inicio, que es el principio de lo que vendrá después.
Esta ley, porque se trata de una ley, se aplica tanto a lo bueno como a lo malo, de manera que el hábito bueno comenzó con un primer acto bueno y el hábito malo con uno malo. Es decir, se trata de una norma que no solamente es válida para los actos inocuos o neutrales, que no tienen mayor repercusión, sino también, y muy especialmente, para los actos morales. El acto moral bueno, reiterado, crea una tendencia a lo bueno, mientras que el acto moral malo, la crea hacia lo malo.
Pero hay una diferencia entre el acto bueno y el malo en sus primeras etapas, porque el punto de partida del primero suele ser difícil de emprender y sus primeros tramos son como cuestas empinadas, resistentes, que invitan a desfallecer y abandonar, a causa de la dificultad. Especialmente es así cuando se intenta romper con una dinámica mala establecida, para cambiarla por otra buena, porque entonces lo malo arraigado va a reclamar su derecho de posesión, al que no va a renunciar sin una dura batalla por medio. Y aun vencido, levantará ocasionalmente la cabeza para recuperar el terreno perdido.
En cambio lo malo, una vez vencida la voz de la conciencia y traspasada por vez primera la línea que advertía del peligro de adentrarse en su territorio, es fácil de ejecutar y seguir su corriente, porque la segunda vez será más cómodo hacerlo que la primera y la tercera más sencillo que la segunda, hasta llegar a un punto en el que sea natural lo que al principio era antinatural. Y así como una bola corre sin freno por una pendiente cuesta abajo, lo malo enraizado ya no tiene obstáculo que lo detenga.
Sin embargo, esta asombrosa facilidad para hacer lo malo no quedará sin consecuencias, siendo una de ellas que lo que al principio era como un suave lazo, embriagador y placentero, se ha convertido en una férrea cadena, de la que ya no es posible librarse, y que termina por convertirse en una tenebrosa prisión.
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En contraste, lo bueno practicado se torna en una fuente de estímulo y acicate para avanzar en la dirección correcta, al constatarse los logros conseguidos y las victorias obtenidas, lo cual induce a proseguir más y más en la senda ya emprendida. La conciencia da su aprobación y la confianza y la seguridad son poderosos motivos que impulsan y dan mayor fuerza, para anhelar crecer y no quedarse satisfecho con lo conseguido, habida cuenta que una satisfacción vana puede ser fuente de auto-suficiencia y la puerta para la caída en lo malo.
De esta manera es como lo malo engendra lo malo y lo bueno genera lo bueno; es decir, que lo semejante produce lo semejante, igual que las semillas en el reino vegetal.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos.’ (Proverbios 11:3). Hay dos partes en el texto bien diferenciadas y que están en contraste. La primera tiene que ver con los rectos, la segunda con los pecadores. El texto no dice que los rectos lo son por su integridad, sino que siéndolo, su integridad les ayuda a encaminarlos. Es decir, una vez que son rectos, la integridad les servirá de útil guía en su andadura. No es la integridad la base de su rectitud, sino la rectitud la base de su integridad. Ahora bien ¿cómo se obtiene tal rectitud? Esa pregunta solo será contestada en toda su profundidad y dimensión en el evangelio, donde por un lado se anuncia la existencia de una justicia ajena que recibe el injusto, y por otro se proporciona el poder para que ande en tal justicia. De este modo es como lo semejante, la rectitud, produce lo semejante, la integridad.
Pero la otra parte del tweet habla de un distinto ámbito, el del pecador, literalmente el pérfido, cuya perversidad lo destruirá. La palabra que se ha traducido como perversidad tiene que ver con lo torcido, con lo retorcido, es decir, aquello que es tortuoso. Estamos, pues, en las antípodas de lo recto, habiendo una sintonía total entre la perfidia y la tortuosidad. Lo uno lleva a lo otro, de forma que se retroalimentan entre sí, aumentando su tamaño y fuerza de forma progresiva. Pero no acaba aquí la declaración, porque se añade que la consecuencia no puede ser más terrible, al consistir en la ruina y destrucción, palabra que se emplea para describir una devastación.
Aunque solo sea por la disparidad de consecuencias, no me queda ninguna duda sobre cuál es el lado en el que me debo quedar.
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