El tweet de Dios sobre entrometerse en pendencias equivocadas

Una de las expresiones que se suelen utilizar en España es ‘Meterse en camisa de once varas’. La frase proviene de la camisa grande (de once varas) por la que se metía al hijo adoptado en la Edad Media para simbolizar la recepción en su nueva familia. Aunque era fácil el acto, porque la camisa era de dimensiones amplias, pudiera suceder, andando el tiempo, que el resultado de la adopción no fuera el esperado, bien porque los padres estaban lejos de cumplir las expectativas del adoptado, o bien porque el adoptado estaba lejos de cumplir las expectativas de los padres, convirtiéndose finalmente el simbólico acto de la camisa en un enredo de mala solución. A partir de ahí, la frase se empleó para dar a entender la complicación que sucede a quien se envuelve en un asunto que le va a superar.

Otra expresión también popular es: ‘¿Quién te ha dado vela en este entierro?’, procedente de la antigua costumbre de dar velas a los allegados del difunto, para que las encendieran en el momento del sepelio. Que un extraño pretendiera tener una, se consideraba una intromisión en un acto reservado a los más íntimos. La frase pasó a usarse para describir a quien se mezcla donde no le incumbe.

Ambas frases tienen un denominador común que las preside, que es la imprudencia; en el primer caso por meterse en algo que es superior a la propia capacidad y en el segundo por adentrarse en lo que no le compete.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno es como el que toma al perro por las orejas.’ (Proverbios 26:17). En la época y geografía en la que este texto fue escrito, el perro no era un animal apreciado, sino más bien denostado, por lo que no existían los perros caseros y amaestrados, capaces de obedecer a lo que su amo ordena. El perro era un animal callejero e indeseado, lo cual lo convertía en proclive a la agresividad e intentar agarrarlo por las orejas era un ejercicio de riesgo; en primer lugar porque las orejas, al ser pequeñas, no permiten sujetarlo con seguridad y en segundo lugar porque tal acción no va a ser del agrado del animal, con lo que se revolverá en contra, entablando combate contra quien así le hace; si además se trata de un perro peligroso puede causar un susto y hasta haber una tragedia. Incluso con los perros urbanos actuales, tan considerados y amaestrados, es mejor no hacer el experimento, sobre todo si lo hace un desconocido para el animal.

El peligro de tomar al perro por las orejas es, dice el tweet, similar al que se mete de manera irreflexiva en una discordia ajena, donde algunos mordiscos se pueden escapar y desviar, quedando malparado el que se aventura. Incluso pudiera suceder que las dos partes enfrentadas aúnen sus fuerzas en contra del indiscreto, con lo cual su situación se torna doblemente peligrosa. Como hay discordias en las que los contendientes son como perros rabiosos, eso hace que su ataque revista la máxima gravedad y enredarse en tales trifulcas puede resultar fatal.

Pero para entender bien este texto y no sacar la conclusión de que nunca hemos de involucrarnos en ningún debate, guardando siempre nuestra compostura para no sufrir ningún daño, absteniéndonos de posicionarnos y manteniendo una actitud de neutralidad, es preciso notar bien sus palabras, porque la escena que describe es la de alguien que está pasando por un lugar y en el fragor del conflicto se lanza al mismo ardorosamente, dejándose arrastrar por el calor de la riña. Es entrar, innecesariamente, en la beligerancia sin ton ni son.

En cierta ocasión Jesús estaba hablando sobre cuál es el verdadero temor al que hay que temer, que no es el de la pérdida de la vida aquí abajo, sino el de perderla en el infierno, de ahí que a quien hay temer no es a los hombres que nos pueden arrebatar la vida física, sino a Dios, que nos puede arrojar en la condenación eterna. Pues bien, mientras estaba hablando de estas cosas trascendentales, uno de entre los oyentes le lanzó la siguiente petición: ‘Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.’ Resulta llamativo que unas palabras tan profundas de Jesús solamente evocaran en su interpelante unas palabras tan livianas y fuera de lugar. Pero así es el corazón del hombre, sordo a lo importante y atento a lo insignificante.

El caso es que aquí había un pleito entre hermanos, por causa de una herencia (una prueba de que el mundo es igual hoy como hace dos mil años). No sabemos los detalles del asunto, pero tampoco hace falta conocerlos. Se trataría de una típica pelea para ver quién recibía qué, guiando la ambición material a los contendientes. Y aquí es donde se le pide a Jesús que intervenga, para que se posicione en favor del demandante. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado parte en el litigio? Que hubiera intervenido en una pelea materialista, saturada de enemistad y codicia. Lo que hizo fue poner en su sitio al solicitante y de paso advertir a sus oyentes sobre el peligro de la avaricia. Es decir, evitó posicionarse en una disputa ociosa y se posicionó sobre lo que verdaderamente importa.

Vivimos días de enconados pleitos a muchos niveles. En algunos de ellos están en juego cuestiones vitales, que no pueden ser pasadas por alto sin que peligre su supervivencia. Pero hay otros que se pueden encuadrar dentro de la categoría de contiendas vanas y sería lamentable sufrir feroces dentelladas por causa de algo en lo que no merece la pena inmiscuirse. Que Dios nos dé el discernimiento para distinguir unos pleitos de otros.