La herencia cristiana ha puesto delante de nosotros la posibilidad de lograr un justo equilibrio de la personalidad confiando todas nuestras ansiedades a Cristo.
A lo que parece por las medidas que están adoptando gobiernos de diferentes países, estamos llegando al final de la pandemia de coronavirus, si bien según advierten destacados científicos que vienen trabajando en sus laboratorios contra el virus, no podemos fiarnos. El bicho puede resurgir violento cuando menos lo esperemos, como la peste en la famosa novela de Albert Camús. De hecho, está surgiendo en los últimos días en algunos países.
Cuando escribo este artículo el coronavirus ha causado 182 millones de infectados en el mundo y un cementerio de 4 millones de muertos.
Uno de los males que ha dejado y está dejando el coronavirus hasta el día de hoy es la ansiedad, definida por psiquiatras y psicólogos, entre ellos el catedrático de psiquiatría en Madrid, Enrique Rojas, como “una señal de peligro difusa, que el individuo percibe como una amenaza para su integridad”. Por su parte, el psiquiatra italiano Gianfranco Garavalia, en el libro titulado Las enfermedades de nuestro tiempo, la explica de esta manera: “La ansiedad es un estado de ánimo desagradable, un penoso sentimiento de espera, de miedo por un acontecimiento que no se sabe en qué consiste, pero que está a punto de suceder, y que es peligroso en cuanto que amenaza privarnos de lo que consideramos como un bien necesario para nuestra existencia”.
El diario El Mundo publicó la carta de una mujer, Rocío, de 28 años, quien se dirigía a una amiga explicándole su estado de ansiedad. Le decía: “No te puedes imaginar lo que es sentir una presión tan fuerte en el pecho, que no te deja respirar y que te angustia profundamente. Crees que te va a dar un infarto, que el corazón se te va a parar de repente”.
Hasta el Papa. En un diálogo con el periodista Nelson Castro, uno de los periodistas más prestigiosos de Argentina, el Papa Francisco le confesó uno de sus más grandes secretos: “El tratamiento con la psiquiatría me ayudó a ubicarme y a manejar mi ansiedad”.
El coronavirus ha dado lugar también a graves períodos de ansiedad entre los 684.000 profesionales sanitarios que trabajan en España. Javier Martín-Arroyo, escribiendo desde Sevilla en el diario El País, decía que profesionales de la salud veían llegar las amenazas del virus y antes de romperse adoptaban medidas para no sucumbir en episodios de depresiones y ansiedad.
Ana González Pinto, catedrática de psiquiatría en la Universidad del País Vasco y presidenta de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, decía que hay un porcentaje de la población española a la que el coronavirus le ha afectado más, lo que ha aumentado los cuadros de ansiedad en un treinta por ciento durante el año pasado, el más castigado por el virus.
Del País Vasco a Cataluña. Jordi Alonso, investigador en el Hospital del Mar, de Barcelona, declaró a medios de comunicación que a causa del coronavirus el 15% de los sanitarios “sufre alguna patología mental discapacitante, depresión, ansiedad y ataques de pánico”.
La escritora Maite Nieto ha dicho recientemente: “La ansiedad rompe la vida de niños y jóvenes a causa de la pandemia”.
La palabra ansiedad, concebida como elemento importante de la angustia y la depresión, sólo aparece cuatro veces en la Biblia: Salmo 119:28; Proverbios 11:15; Ezequiel 12:18 y 1ª de Pedro 5:7. El autor del Salmo plantea esta queja: “Se desluce mi alma de ansiedad”. Salomón recoge una experiencia universal sobre la ansiedad que causa la duda sobre si el acreedor será fiel: “Con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño”. Para cortar la añoranza de los judíos que vivían en el destierro babilónico, el profeta Ezequiel les aconseja: “Bebe tu pan con temblor y tu agua con estremecimiento y ansiedad”. Ya introducidos en la vida y en el cuerpo de Cristo, el apóstol Pedro recomienda a los fieles cristianos que pongan sus esperanzas en Dios y se abandonen en sus manos: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros”.
Cuando escribí sobre la depresión cité un largo párrafo del libro Factores psicológicos en el stress y la enfermedad, escrito por el prestigioso psiquiatra norteamericano J. F. Weis. En síntesis, Weis viene a decir que la ciencia no tiene un remedio efectivo contra la ansiedad. Añade: “Los remedios que aplicamos pueden ser tan efectivos como cualquier otro”.
Entre esos otros remedios está el espiritual, el que marca Dios en las páginas de la Biblia, el que menos se cree, el que menos se practica.
En el Salmo 57:8 David clama: “Despierta, alma mía”.
La persona que sufre ansiedad ha de dar este primer paso: despertar a la realidad, tomar conciencia de su situación. Ha de hacerlo por si misma o con ayuda de familiares.
Un segundo paso puede ser querer vencer la ansiedad. En uno de los Salmos más bellos escritos por David, el cantor de Israel se pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmo 42:5). La herencia cristiana ha puesto delante de nosotros la posibilidad de lograr un justo equilibrio de la personalidad confiando todas nuestras ansiedades a Cristo. Sin abatimientos que nada solucionan.
En el capítulo 12 de la epístola a los Hebreos figuran dos palabras muy utilizadas en psiquiatría y en psicología: Peso y desmayo: “Despojémonos de todo peso que nos asedia”.
El peso no se refiere al pecado. Porque este se menciona aparte en el primer versículo. El peso aquí es la ansiedad, la angustia interior, el vacío de la vida. Es el peso que hemos de quitarnos de encima para vencer el proceso de ansiedad.
En segundo lugar está el desmayo, que se menciona en el versículo Como tercer paso, aquí nos dice el autor de la epístola que no demos lugar al desmayo del alma, a la angustia interior, a la ansiedad, verdaderas plagas en estos tiempos de pandemia: “Que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.
En su carta a los Colosenses (1:29), el apóstol Pablo dice que lucha “según la potencia de él (Cristo) la cual habita poderosamente en mí”. Esta potencia es el Evangelio, toda la doctrina de Cristo. A esta potencia se refiere en Romanos 1:16, cuando dice “que es poder de Dios para salvación a todo aquél que cree”. Luego la solución a los problemas que afligen la vida interior la tenemos en Dios, en Cristo, en el Evangelio, en la entrega de la vida al Creador de la misma.
“Echando toda vuestra ansiedad en Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1ª de Pedro 5:7).
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