Empeñarse en construir la casa-edificio como si fuera lo máximo, pasando por alto la casa-familia, puede llevar al desastre.
En nuestro tiempo la obtención de una buena casa es la meta suprema que muchos tienen en mente, existiendo programas televisivos en los que se ponen como ejemplo proyectos, a cual más original, en los que la imaginación se desborda para planificar viviendas increíbles. La época en la que un palacio era considerado el modelo de edificación en la que a cualquiera le gustaría vivir, ha pasado a la historia. Vivir como un rey, ya no se identifica con vivir en un palacio. Más bien, lo que se busca es vivir en un espacio donde la comodidad se aúne con lo práctico, sin perder de vista el encanto y sin olvidar la respetuosidad y armonía con el medio ambiente, que para eso vivimos en un momento en el que lo ecológico es vital.
También existen programas en los que se muestra la reconversión de la casa actual, mediocre y vulgar, en algo personal, bajo el asesoramiento de especialistas que se encargarán de convertir los sueños en realidad. Claro que la factura puede llevar a cualquiera del feliz sueño al crudo despertar de una larga y costosa hipoteca. Sin embargo, a muchos no les importará el costo, precisamente porque su ensueño principal en la vida es tener la casa ideal.
Pero la palabra casa tiene otras acepciones, aparte de la aludida. Y así es como encontramos que tiene que ver con la familia como un todo, incluso con el linaje. Por eso se habla de la casa de Alba, por ejemplo, no para referirse a tal o cual mansión de esa familia, sino a las personas que la componen en su conjunto y no sólo a los vivos sino también a los muertos.
De modo que es factible hablar de la casa-edificio y de la casa-familia. Ahora bien, una cosa es construir la casa-edificio y otra construir la casa-familia. Para lo primero lo que hace falta es dinero, tanto más cuanto más especial sea la edificación. Para lo segundo el dinero pasa a ser secundario, habiendo otros elementos que son primarios. Por eso, empeñarse en construir la casa-edificio como si fuera lo máximo, pasando por alto la casa-familia, puede llevar al desastre.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La mujer sabia edifica su casa, mas la necia con sus manos la derriba.’ (Proverbios 14:1). En la antigüedad la mujer no desempeñaba un papel público prominente, salvo algunas excepciones, lo cual no significa que su influencia no fuera decisiva en muchos aspectos. De hecho, este tweet señala la importancia crucial que la mujer tiene, para bien o para mal, en la edificación de la casa-familia. Supuestamente, dado que el varón era quien tenía el protagonismo, se daría por sentado que era él el que desempeñaría la parte primordial en el devenir de una casa-familia; sin embargo, el texto señala la trascendencia que para tal función ejerce la mujer. Y así, mientras la mujer sabia edifica su casa-familia, la mujer necia derriba su casa-familia ella misma. En ambos casos, la mujer es determinante.
Un caso de mujer que supo construir una casa-familia, en términos tan trascendentes que ni ella misma era consciente, fue Rut. Lo que ella se encontró en determinado momento de su vida fue con su propia familia desecha. Si alguna vez hubo una familia al borde de la desaparición, ésa fue la de Rut. Muerto su marido, quedó sola con su suegra, mujer de edad, en un país que no era el suyo. Dos vulnerables viudas en un mundo de hombres no parecen ser un factor que invite a pensar en nada grande. Pero la sabiduría con la que actuó, manifestada en forma práctica, unida al temor de Dios que demostró, hicieron posible no sólo la construcción de una casa-familia a partir de cero, sino el encuadre en un linaje del que vendría David y, sobre todo, el mismo Hijo de David. ¿Fue Rut una mujer sabia? A todas luces, sí. ¿Destacaba en aquel mundo de hombres? Aparentemente, no. Pero la desventaja que tenía, no le impidió edificar algo que muchos envidiarían y su nombre ha pasado con gloria a la posteridad.
Herodías era nieta de Herodes el Grande y se casó con un hijo de éste, Herodes Felipe. Tío y sobrina vivieron juntos, hasta que otro hijo de Herodes, Antipas, se encaprichó de ella y, aunque estaba casado, repudió a su esposa para tomar a la mujer de su hermano. La denuncia de este “apaño” le costó la vida a Juan el Bautista. Detrás de aquel crimen estuvo la maquinación de Herodías, siendo Antipas su instrumento, aunque era reacio a cometerlo. El odio de esta mujer lo vertió en su venganza contra Juan. Antipas sólo fue una marioneta en sus manos. Años después, esta mujer hizo que Antipas fuera a Roma para procurar el título de rey, no fuera a serle concedido a su hermano Agripa. Pero la jugada le salió mal, porque Calígula desterró a Antipas a Lyón, donde también se fue Herodías. Finalmente, el título le fue dado a Agripa. Y así fue como esta mujer, con sus propias manos, arruinó su casa.
Una mujer, humilde y sabia, que edificó su casa-familia y otra mujer, prepotente y necia, que derribó la suya. Hasta el día de hoy es así. Una casa-familia que se levanta y otra que se viene abajo, según sea la mano femenina que trabaja en ella.
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