El tweet de Dios sobre el castigo y el amor

Uno de los refranes españoles más conocidos es ‘quien bien te quiere, te hará llorar’, aunque el hecho de que sea muy conocido no quiere decir que sea creído, especialmente en nuestro tiempo, cuando todo lo que tiene que ver con llorar, que es sufrir, es evadido por todos los medios. Más bien, el refrán habría que cambiarlo, para que concordara con estos tiempos, de esta manera: ‘Quien bien te quiere, te hará reír’, porque de lo que se trata, por encima de todo, es de hacer feliz pero de la manera más grata posible. Y así, la formación de los hijos, por ejemplo, se torna en un esfuerzo para procurar su felicidad con el mínimo o ningún malestar para ellos, aunque los resultados de ese aparente atractivo método, a medio y largo plazo, serán desastrosos.

No obstante, la vigencia de la verdad del refrán en su expresión tradicional no ha perdido un ápice de su verdad, porque hay una estrecha relación entre lloro y amor, es decir, entre sufrimiento y amor, siendo el primero una señal del segundo.

Seguramente una de las palabras más antipáticas a oídos modernos es castigo, que ha sido desterrada del vocabulario pedagógico y psicológico a todos los efectos e incluso hasta del vocabulario teológico de algunos, porque es incompatible con la noción que tienen de Dios, según la cual es todo bondad y nada más que bondad. Mencionar esa palabra se evita incluso en círculos donde se cree en la justicia de Dios, porque suena demasiado dura y pronunciarla sería inasumible para muchos oyentes. Castigo retrotrae a tiempos pretéritos, cuando la idea de un Dios colérico y justiciero era esencial para tener asustada a la gente. En todo caso, era algo que venía del Antiguo Testamento y por lo tanto había quedado superado por la enseñanza del Nuevo Testamento. En Jesús, ese Dios, que nada tiene que ver con el castigo, se ha hecho realidad. El problema es que esa azucarada teoría no concuerda con los hechos, porque si hay alguien que habla abundantemente en el Nuevo Testamento sobre el castigo de Dios, y en su aspecto más temible, ése es Jesús.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección; porque el Señor al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.’ (Proverbios 3:11-12). Aquí está la verdad del refrán antes citado, pero profundizada y ampliada, además de anticipada, en muchos siglos, por el tiempo en el que este texto fue escrito.

Es destacable que este tweet está repleto de palabras difíciles de digerir, siendo una de ellas precisamente la palabra castigo. Se trata de un término que en el Antiguo Testamento tiene un amplio abanico de matices, que van desde la instrucción hasta el castigo propiamente dicho, pasando por la amonestación y la disciplina. De hecho, cuando este texto lo toma el autor de Hebreos, como usa la traducción griega, allí aparece el término disciplina, en vez de castigo, lo cual indicaría la suavización que el Nuevo Testamento realiza al Antiguo Testamento. Pero en realidad el término griego para disciplina tiene los mismos matices que su equivalente hebreo, porque también abarca un rango que va desde la instrucción al castigo propiamente dicho, pasando por la amonestación. Por tanto, la palabra disciplina del pasaje de Hebreos puede suponer castigo, entre otras cosas.

Pero el castigo de parte de Dios del que este tweet habla no es el castigo judicial, que como Juez ejerce, sino que es el castigo paternal, que como Padre hacia los suyos ejerce. No obstante, como todo castigo es desagradable, de ahí el mandato a no menospreciarlo, o mejor dicho a no rechazarlo, ni tampoco a no cansarse de su corrección, que también puede ser reprensión. Ninguno de esos términos es agradable; todo lo contrario. 

Tal castigo puede adquirir, cuando es necesario, un riguroso trato paternal, que salva de males mayores, lo que significa que detrás de esa mano disciplinante hay un corazón amante. Y ahí es donde emergen unidas dos palabras que parecen no tener nada en común, como son castigo y amor. Si hay castigo de parte de Dios, es porque hay amor de parte suya, dice el pasaje. ¡Qué diferencia con la filosofía actual, que dice que si hay castigo no hay amor! Los antiguos entendían mejor la comparación del tweet entre la paternidad humana y la divina que nosotros, porque no tenían problema en asumir que paternidad y castigo van de la mano.

Cuando un hijo de Dios anda en desobediencia, el hecho de que Dios no se quede indiferente sino que ejerza un trato que puede ser muy riguroso, es motivo de aliento, no de desaliento, porque significa que Dios no quiere que se quede en esa condición, que podría desembocar en un peligrosísimo endurecimiento del corazón. La mano rigurosa es la mano beneficiosa. Por eso, me inclino ante Dios en gratitud cada vez que ejerce su castigo paternal sobre mí, porque como escribiera el puritano John Trapp (1601-1669) ‘es mejor ser podado para crecer, que ser cortado para arder.’