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La sagrada responsabilidad del periodismo

¿Cómo es que un periodista se pone a investigar una historia? Solo porque tiene un sentido de sí mismo como individuo, que no tiene ni más ni menos derechos que cualquier otra persona de la sociedad. Un artículo de Jenny Taylor.

LAUSANA 19 DE MARZO DE 2021 10:30 h

¿Por qué debería importarles el periodismo a los misioneros? ¿No es más prudente evitar a los periodistas que disfrutan de burlarse de nosotros, o peor aún, de arruinar el trabajo de décadas, si los dejamos acercarse a nuestros proyectos? ¿No son todos ignorantes de la verdad y agentes destructores que hacen el trabajo del diablo? ¿No se le viene el alma al piso cuando ve otro artículo que lo exhorta a entender los medios de comunicación, o a utilizarlos en su ministerio?



¡Yo misma he experimentado y aun recibido todas estas reacciones! Los medios de comunicación británicos, que es lo que conozco, pueden ser una tremenda fuerza de daño social y político: irresponsables, obsesionados con el titular político del día, carentes de conocimiento, respeto o veracidad. ¡Ya está! Saquemos lo que tenemos adentro y sintámonos mejor por deshacernos de esa carga.



Sin embargo, Dios me llamó a ser periodista. Cada vez que hago una meditación profunda en algún punto de crisis en mi camino con Dios, me veo llamada nuevamente de manera poderosa a su palabra original para mí: “Escribe mi respuesta con claridad en tablas, para que un corredor pueda llevar a otros el mensaje sin error” (Hab 2:2 NTV). Aun la lectura de hoy, Lucas 8: 26-39, donde Jesús le dice al endemoniado que vuelva a su pueblo y comparta lo que Dios ha hecho por él, resuena poderosamente con una periodista nata. El endemoniado quiere quedarse en la barca con Jesús. Pero no, Jesús sabe para qué sirve: “¡Ve y cuéntalo!”. Los periodistas cuentan historias sobre lo que ocurre, y lo sepamos o no, son historias que se refieren a los propósitos de Dios. Dado que Dios actuó —y sigue actuando— en el tiempo, todas las historias dependen en última instancia de la historia de Dios. Eso hace que la vocación del periodista sea una responsabilidad sagrada.



El periodismo encarna los valores de la civilización cristiana



Empecé a pensar más seriamente en mi vocación, no reconocida por ninguna “orden eclesiástica”, cuando me encontré creando y dirigiendo una organización benéfica relacionada con los medios de comunicación, Lapido Media. Su objetivo era ayudar a periodistas establecidos proveyendo conocimientos básicos religiosos después de los atentados de 2005 en el metro de Londres perpetrados por terroristas islamistas nacidos y criados en el Reino Unido. Trabajé al más alto nivel con reporteros de investigación, con corresponsales de la BBC dispuestos a aceptar la tutela de la organización benéfica, con periodistas sensacionalistas y con corresponsales extranjeros de las grandes ligas que utilizaron mis historias y aceptaron invitaciones para hablar desde las plataformas de Lapido, sin ninguna hostilidad ni tropiezos. ¿Por qué? Porque los periodistas realmente buenos, que intercambian historias de la lucha perenne por la libertad, la justicia y la verdad, están haciendo la obra de Dios, tengan o no un rótulo cristiano. Es la asombrosa gracia del evangelio y el secreto de los orígenes del periodismo: el periodismo encarna las virtudes y los valores que son el fruto de dos milenios de civilización.



Esas virtudes y valores se han enumerado recientemente en 25 capítulos de un importante libro titulado Inventing the Individual: The Origins of Western Liberalism, de Larry Siedentop, profesor de Pensamiento Político en Oxford University. El autor hace algo increíblemente fuera de lo habitual: relacionar creencias con las instituciones sociales que originaron. Se remonta a la época precristiana para ofrecer un marcado contraste con las revoluciones puestas en marcha por el evento de Cristo y quienes lo interpretaron. En la Grecia y Roma precristianas, la familia era la base de la sociedad, no el individuo. Una persona no tenía una existencia independiente, salvo la que le conferían los dioses ancestrales, garantizada por el apaciguamiento. Su herencia se mantenía viva literalmente gracias a que el padre mantenía encendido el fuego del hogar. Mientras vivía el fuego, también lo hacían los antepasados, lo que significaba que el paterfamilias era un dios en servicio real con jurisdicción absoluta. Las mujeres “morían” en cualquier sentido significativo cuando eran trasladadas de la casa de su padre a la de su esposo: ser llevadas a través del umbral significaba literalmente su condición de cadáver hasta que fueran unidas a los dioses de su nuevo hogar por los hombres que adoraban ahí. Los esclavos y los migrantes tenían aún menos viabilidad. El hogar y la tierra de una persona eran sagrados para la familia de la persona exclusivamente y nunca debía dejarlos. El vínculo era absoluto, y solo se rompió gradualmente a través de la guerra, y luego de la colonización por una potencia lejana, Roma, cuando la ciudadanía derivada del culto imperial sustituyó gradualmente la autoridad de la familia.





El periodismo surgió tras una larga lucha por la verdad pública



En este rictus social irrumpió Cristo, junto con las ideas judías de un Dios de amor, conciencia y voluntad personal. La idea del yo individual, custodiado y guiado por la conciencia en una relación directa con el Dios Creador, terminaron por producir cambios generales impresionantes en el pensamiento que aún resuenan hoy. ¿Cómo es que una periodista se pone a investigar una historia? Solo porque tiene un sentido de sí misma como individuo, que no tiene ni más ni menos derechos que cualquier otra persona de la sociedad, pero no obstante un derecho a la autoexpresión protegido en la Constitución Estadounidense misma y en las convenciones de todo el mundo occidental. Tiene la libertad de perseguir un sentido de igualdad universalmente aplicado que era desconocido antes de que Pablo escribiera su obra maestra a las iglesias de Galacia: “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Todos están igualmente sujetos a la gracia de Dios, todos son iguales ante su ley de amor, todos pueden ser motivados a querer lo que él quiere para el bien de todos.



El Movimiento de Lausana ciertamente reconoce el valor de los ministerios de los medios de comunicación.[1] Ciudad del Cabo nos comprometió “con una renovada participación crítica y creativa en los medios y la tecnología como formas de abogar por la verdad de Cristo en nuestras culturas mediáticas” (CCC II-A-4).



La declaración en línea de nuestro ministerio de medios de comunicación afirma: “Los medios de comunicación dominan nuestro mundo. Forman parte de prácticamente todas las sociedades en todos los continentes. Son la forma principal por la que viajan las noticias y las historias. Son, con mucho, el canal más importante para la difusión de ideas. Moldean todos los aspectos de la experiencia humana, desde nuestro sentido de identidad hasta nuestras opiniones sobre los mayores retos que enfrenta la humanidad”.[2]



Continúa señalando, acertadamente, que “la iglesia mundial tiene una larga historia de usar las tecnologías de los medios de comunicación, desde el papiro y pasando por los libros impresos, la radio, la televisión e Internet”.



Lo que podría reforzar, sin embargo, es el hecho que el periodismo no se limita a aprovechar la tecnología disponible. Surgió a lo largo de siglos de lucha moral para hacer visible la verdad misma. Podemos legítimamente nombrar y reclamar a este hijo del evangelio o, como se refiere a él ahora Marvin Olasky, este “hijo pródigo”.[3]



El periodismo surgió primero en la cristiandad



El periodismo surgió primero en la cristiandad durante el Renacimiento y se desarrolló enormemente durante la Reforma en Europa continental, y eso no es casualidad. Los países del mundo que tienen la prensa más libre son, sin excepción, países de base protestante.



La salvación le importaba a la gente. Importaba lo suficiente como para que quisieran leer. En 1490, cincuenta años después de la invención de la imprenta, los florentinos estaban comprando copias impresas de sermones en número suficiente como para amenazar a la élite gobernante de esa ciudad. El fraile reformador Girolamo Savonarola fue ejecutado por el papa en la Florencia del siglo XV, pero sus sermones pudieron difundirse mucho más allá de la jurisdicción del papa. Los panfletos que argumentaban los pros y los contras de las ideas incandescentes de Lutero, veinte años después, crearon un enorme mercado vernáculo para otros materiales impresos, incluidas las hojas de noticias. En Gran Bretaña, la prensa sorprendentemente libre del siglo XVII —ganada gracias a la disposición de escritores y pensadores a sufrir torturas y ejecuciones contra la opresión de reyes y obispos— fue decisiva para el surgimiento de la esfera pública. Las fuerzas que trataban de influir en las decisiones de la autoridad estatal apelaban al público crítico por medio de la prensa. Estas fuerzas necesitaban legitimar sus demandas, y la esfera pública les proporcionó un nuevo foro, el primero del mundo. De él surgieron los sistemas parlamentarios adoptados en todo el mundo.



Jürgen Habermas, el gran politólogo marxista y único miembro no judío de la Escuela de Fráncfort en Alemania, celebró su 90º aniversario “saliendo del armario” con una visión favorable de la herencia cristiana. Sacudió el mundo académico. Dijo en una entrevista:



El universalismo igualitario, del que surgieron las ideas de libertad y solidaridad social, de una conducta autónoma de vida y emancipación, de la moral individual de la conciencia, derechos humanos y democracia, es heredero directo de la ética judaica de la justicia y de la ética cristiana del amor. . . Al día de hoy, no existe otra alternativa. Y a la luz de los retos actuales de una constelación posnacional, seguimos recurriendo a la sustancia de esta herencia. Todo lo demás es palabrería posmoderna.[4]





Estoy al principio de mi investigación sobre este tema en el Kirby Laing Centre for Public Theology, en Cambridge. Mis descubrimientos tienen dos implicaciones principales para nuestra misión y ministerios. En primer lugar, la recuperación cultural. La civilización occidental se ha convertido en una amenaza para el mundo, ya que las restricciones y disciplinas tradicionales del liberalismo clásico han sido erosionadas por el propio liberalismo. Nuestras culturas se están “canibalizando”; estamos “comiendo a nuestros hijos”. Los derechos individuales no pueden existir a expensas de la sociedad. La libertad no significa nada sin responsabilidad. La libertad se convierte en licencia sin instituciones fuertes que la limiten. Podría seguir. Y el periodismo pierde su razón de ser cuando se convierte en enemigo de la sensatez.



El “periodismo de interés público” está muriendo en el Reino Unido. Hemos perdido hasta la mitad de nuestros periódicos. Esto supone un preocupante déficit democrático: los periodistas ya no están ahí para informar sobre tribunales locales y reuniones de consejos. En Estados Unidos la situación es igual de grave. Las grandes empresas de medios digitales se están comiendo los ingresos por publicidad. Incluso el New York Times tiene que solicitar donaciones a los suscriptores para sobrevivir. El gobierno y Facebook están financiando nuevas iniciativas que destruyen intrínsecamente el cuarto poder. Los periodistas tienen que “distanciarse socialmente” de empresas con mucho dinero que pueden comprometer su libertad. El coronavirus ha empeorado aún más las cosas. Lo que se necesita es un nuevo despertar, un nuevo Renacimiento, con jóvenes dotados, motivados y desinteresados que encuentran nuevas formas de eliminar la corrupción, hablar en favor de los oprimidos y exaltar la excelencia.



La segunda implicación es para la misión fuera de “Occidente”. Los periodistas en países con una prensa incipiente están sufriendo de manera atroz: encarcelamiento, tortura, incluso la muerte en sistemas como China y Turquía que no tienen la profunda infraestructura moral que generó una prensa libre y, por lo tanto, transformadora. A menos que volvamos a aprender nuestra propia historia, no podremos comunicarla ni apoyar a quienes la necesitan. Tenemos la misión de explicar a los gobernantes cómo el desarrollo de una prensa libre, a pesar de los sanguinarios opositores a la libertad, fue sin embargo en Europa la gallina de los huevos de oro de la democracia y la prosperidad, al crear un “público” que podía participar en la construcción de la nación. Como explica Habermas, “la eliminación de la institución de la censura marcó una nueva etapa en el desarrollo de la esfera pública. Hizo posible el influjo de argumentos críticos de la nación en la prensa y permitió que ésta se convirtiera en un instrumento con cuya ayuda las decisiones políticas podían ser llevadas ante el nuevo foro del público”.[5]



Debemos reeducarnos sobre el periodismo como sacramento de todo lo que valoramos, si queremos aprovechar esta oportunidad para redimirlo y para desarrollar el mundo. De hecho, una organización cristiana ya lo está haciendo. The Media Project, con sede en el King’s College de Nueva York, apoya a medios de comunicación incipientes en lugares difíciles con capacitación, mentoreo y becas para fomentar un periodismo informado sobre la religión. Sierra Leona, los países de la antigua Cortina de Hierro, incluso China, donde los misioneros de London Missionary Society fundaron la primera prensa en mandarín en 1815 para servir a todo el pueblo chino, se benefician todos de esta inspiradora labor.[6]



Esta es nuestra herencia como cristianos, y debemos alabar a Dios por ella.



 



Jenny Taylor es escritora, periodista y consultora. Ha trabajado para medios como The Independent, The Times, The Spectator o la BBC. Es doctoranda de Periodismo, Medios y Comunicación en el Kirby Laing Centre for Public Theology de Cambridge.



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



Notas




[1] Nota del editor: Ver el artículo de Lars Dahle “Implicación en los medios” en el número de enero 2014 del Análisis Mundial de Lausana. 



[2] Ver aquí



[3] Marvyn Olasky and Warren Cole, Prodigal Press: Confronting the Anti-Christian Bias of the American News Media, rev. ed., (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2013). 



[4] Jurgen Habermas, ‘A Conversation about God and the World’ from Part VII ‘Jerusalem, Athens, and Rome’, in Time of Transitions (London: Polity, 1999), 151. 



[5] Jurgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere (Cambridge: Polity Press, 1989), 58. 



[6] China Monthly Magazine, printed with traditional Chinese woodblock to serve the Chinese population is widely accepted as the beginning of modern Chinese journalism. See my chapter ‘From Prophetic Press to Fake News’, in V Mangalwadi, This Book Changed Everything (Landour: Nivedit Good Books, 2019), 256f. 



 

 


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