Lo que repugna a algunos de El Padrino es la capacidad de corrupción del ser humano.
La imagen tenebrosa de El Padrino nos sumerge en un mundo oculto. Cuando los jefes de los estudios vieron la fotografía de Gordon Willis no entendían por qué esas largas escenas de discusión eran filmadas tan sombríamente. Es cierto que la imagen digital resulta aún más oscura que en su versión original analógica en la pantalla de un cine, pero como dice Stéphane Delorme en su libro sobre Coppola para Cahiers de Cinema, si El Padrino resulta lóbrego es porque describe una maldición. Se trata de una “genealogía del mal”.
La saga de El Padrino muestra la evolución de la mafia desde una sociedad secreta como La Mano Negra, que dominaba totalmente a los campesinos de Sicilia en el siglo XIX, hasta convertirse en una versión sofisticada de una administración de empresa, como vemos en el Epílogo, que ha estrenado ahora el director con un nuevo montaje. En 1943 se dice que la mafia tenía tanta influencia que el desembarco de las tropas estadounidenses en Sicilia fue planificado con la ayuda de los jefes del “sindicato del crimen” que tenían raíces y parientes en la isla.
La novela de Mario Puzo describe el desarrollo de la familia Corleone en Nueva York y Las Vegas. Don Vito viene a Estados Unidos a principios del siglo pasado. Establece una base de importación de aceite de oliva en el barrio de Hell’s Kitchen, en Nueva York. Su poder crece a medida que establece su despotismo benéfico hacia inmigrantes que son más débiles que él. Lo que pasa es que cuando envejece el personaje de Brando, se plantea el problema de la sucesión con sus tres hijos: el impetuoso Sonny (Caan), el juerguista cobarde Fredo (Cazale) y el intrigante Michael (Pacino).
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El Nuevo Hollywood de los 70 es precedido por el llamado “cine de la violencia” que representan en los años 60 directores como Arthur Penn, que llega a su culminación en 1967 con Bonnie y Clyde. Si bien, Coppola reconoce en la entrevista con Terry Gross, en el 2016, que se inspira en ella para el asesinato de Sonnie, acribillado a balazos en su coche –al principio sólo se había referido a las serigrafías de accidentes por Andy Warhol–, la Paramount se enfrenta con Coppola porque no hace hincapié en la violencia, donde ellos creen que está el éxito de taquilla. En esa conversación en la radio pública americana, el director explica que es de Corman que él aprende que la violencia tiene que ser un golpe brusco en un instante, para retirar la cámara inmediatamente, sin recrearse en sus efectos.
Las escenas de los crímenes de El Padrino son extrañamente silenciosas, lo que da un aire lúgubre a los planos siguientes. Son como un zarpazo frío y repentino, que se graba en la memoria. Fueron escenas muy estudiadas. Coppola tenía previsto rodar el asesinato de Sonny en unas barreras de peaje cerca de la playa de Jones, pero para poder controlar mejor el emplazamiento, lo hace en una pista de aterrizaje abandonada en el campo de Floyd Bennet, donde coloca unas cabinas de peaje especialmente diseñadas y decora todo para que parezca una autopista. Tardó tres días en rodarlo.
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La famosa escena de la cabeza de caballo aparece en el libro de Puzo, pero Coppola crea una puesta en escena que la oculta en las sabanas de la cama, para darnos la impresión primera de que es el jefe de estudio el que ha sido herido. Es el contraste que se ve al comparar el montaje paralelo entre la fiesta de la boda de Connie al principio de la primera película en la casa de Long Island –rodada en Staten Island, en Nueva York– con las conversaciones en la oscuridad del despacho y el final del bautizo del hijo de Connie –rodado en la catedral de San Patricio de la Gran Manzana–, mientras se producen los asesinatos de los cabezas de las cinco familias rivales. El cura le pide a Michael, como padrino, que renuncie a Satanás mientras se produce la matanza que incluye a su cuñado.
Muchos han criticado El Padrino como una celebración de la violencia, pero su propio tratamiento indica que no es así. Es cierto que en la segunda película se ve todavía más el carácter sombrío de la mafia –palabra que se evita desde el principio por la oposición inicial de la comunidad italoamericana–, debido a la creciente oscuridad del personaje de Michael Corleone. Es sorprendente que el director de películas tan tenebrosas como Amenaza en la sombra (Don´t Look Now, 1973), Nicolas Roeg, diga que El Padrino es “oscura, funesta, desagradable”. Aunque lo que molesta a espectadores como Roeg es que “un hombre (Michael) se convierta en un mentiroso, que asesina a su propio hermano, además de otras personas, que da a su mujer con la puerta en las narices y todo en aras de un poco de poder”.
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Lo que repugna a algunos de El Padrino es la capacidad de corrupción del ser humano. Es su “falta de decencia”, dice Roeg, lo que le “hace perder el sueño”. La impresión encantadora que te da al principio el personaje de Al Pacino con la maravillosa Diane Keaton no te prepara para el extrañamiento progresivo que va sintiendo de su marido, hasta llegar al Epílogo, donde su perspectiva como observadora externa es realzada especialmente. Michael parece perder la inocencia como el niño que llega a la adolescencia en la isla perdida de la novela del Nobel William Golding, El señor de las moscas (1954) y llora al final cuando descubre “las tinieblas de su propio corazón”.
El diagnóstico bíblico del ser humano sigue resultando ofensivo para una sociedad que considera desde la Ilustración la bondad innata del hombre como un dogma indiscutible. Nos gustaría pensar que Michael se corrompe de la inocencia que vemos en Kay, el personaje de Diane Keaton, pero Coppola nos muestra en El Padrino algo que algunos no han entendido, incluso dentro de la propia Iglesia. No faltan aquellos que dudan de la base bíblica del pecado original, a pesar de que Chesterton diga que es la única doctrina del cristianismo que no necesita fe para poder creerse.
Es David quien dice en el Salmo 51 que ya “en pecado, me concibió mi madre” (v. 5). Esto no es una expresión poética, ni se refiere a la pecaminosidad del acto sexual, como algunos Padres de la Iglesia entienden. Es la verdad central de la Biblia, a la que se refieren capítulos como Romanos 5, tan importantes para entender el problema humano, pero también su solución. Se trata de la “genealogía del mal”.
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La cuestión es si este es un problema de ciertas familias, las que heredan “la marca de Caín”, o de toda la humanidad. Romanos 3 no deja lugar a dudas que se trata de la universalidad del ser humano. A Rosseau le gustaba pensar que era la sociedad la que le corrompía, pero como dice el cínico Voltaire: “¡Vaya con la inocencia de Rousseau!”. A pesar de abandonar a su familia, entregando sus hijos a la inclusa, seguía pensando que era una buena persona. Ese es nuestro problema: nos engañamos a nosotros mismos. Siempre pensamos que somos mejores de lo que somos. Por eso dice el profeta que “engañoso es el corazón más que todas las cosas” (Jeremías 17:9).
Esta no es la visión pesimista del Antiguo Testamento. Es el propio Jesús resucitado, el que cuando se revela al fariseo Saulo en el camino de Damasco le envía “a abrir los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban por la fe, perdón” (Hechos 26:18). Las tinieblas de nuestra mente nos impiden ver la oscuridad de nuestro corazón, pero la Palabra reveladora nos muestra por el Espíritu de Dios “la potestad de las tinieblas”.
El problema del ser humano no es, por lo tanto, fundamentalmente intelectual, que no conoce, ni sabe lo incorrecto. Es una cuestión moral, que supone una culpa que no es simplemente psicológica, sino una realidad objetiva, por la que necesitamos perdón. Ahora bien, las palabras de Jesús a Saulo en el camino de Damasco nos muestran que también es una esclavitud espiritual. Si el hombre es impotente para poder cambiar, no es sólo por falta de voluntad.
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El verdadero cristianismo, no la religión sacramental de El Padrino, muestra el asombro del perdón por la fe en Cristo. Es así como podemos ser liberados también de la opresión espiritual del “príncipe de la potestad del aire que opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).
Es cierto que la falta de fe no tiene excusa. Es una ofensa moral, pero también vemos que la incredulidad es resultado también de la esclavitud de “la potestad de las tinieblas”. El cristiano debiera mostrar, por lo tanto, la compasión que el religioso y moralista es incapaz de sentir cuando observa la irresponsabilidad del ser humano. Ya que la religión y el moralismo produce orgullo, pero la verdadera fe, misericordia.
Es sólo la fe, finalmente, la que nos da otra “herencia” que la que recibimos por esa “genealogía del mal”. No es la fuerza de voluntad la que puede cambiar nuestra vida, sino el poder redentor de Dios en Cristo Jesús. Es así como somos “librados” por su Espíritu de “la potestad de las tinieblas” y “trasladados al reino de amor de su Hijo” (Colosenses 1:13).
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Michael Corleone duda que haya redención para su culpa en el Epílogo de El Padrino. La sorpresa del Evangelio es que lo que es “imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). Esa es nuestra única posible liberación del poder de las sombras que moran en nuestro corazón. Es posible romper la “genealogía del mal”.
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