Desde el principio del mundo, o al menos desde que tenemos memoria de nuestras vidas y de las de nuestros antepasados, las tinieblas siempre irrumpen, ocultan, corrompen y desgastan.
Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.
Juan 1:5
Sé que a todos os gusta mucho la Navidad, pero, para mí, la mejor época es la de Adviento. Y lo es porque llega de repente, con cierta suavidad, y consiste básicamente en la esperanza, incluso en la más mundana de todas: esperanza de que vendrán días de fiesta para descansar, esperanza de que comeremos bien, de que disfrutaremos con nuestra familia y amigos haciendo cosas, encontrándonos (aunque sea al aire libre, guardando las distancias y con mascarilla); esperanza de los ojos ilusionados de los niños, de los regalos que haremos y que recibiremos; esperanza de repetir rituales familiares, aunque sean tan ridículos como cenar pizza en Nochevieja y pasar la velada en pijama riéndote con tu marido de la programación de televisión esa noche.
Están estas esperanzas mundanas, que todos hemos sentido trastocadas y truncadas de algún modo a lo largo de este año raro. Y luego están las esperanzas eternas, que parecen escritas con luces brillantes sobre nuestras tinieblas.
Durante este periodo de Adviento mucha gente me ha hablado de esta misma idea: conservar la esperanza. O, en el peor de los casos, hacer algo por restaurarla.
Estamos demasiado acostumbrados a que las cosas salgan mal, a que haya más sombras que luces en cualquier asunto. Lo normal es que nada sea perfecto, e incluso, últimamente, lo normal es que siempre esperemos lo malo antes que lo bueno. O que ni siquiera lo bueno sea capaz de barrer con el mal al que ya nos hemos acostumbrado. Desde el principio del mundo, o al menos desde que tenemos memoria de nuestras vidas y de las de nuestros antepasados, las tinieblas siempre irrumpen, ocultan, corrompen y desgastan.
Por eso es tan peculiar este comienzo del evangelio de Juan, por muchas otras razones que las aparentes. Sí, hemos escuchado o leído lo maravilloso que es este mensaje, qué significa que el Verbo esté con nosotros, y que haya estado, y que vaya a estar para siempre. Pero en esta otra lectura adicional que se puede hacer, el evangelio de Juan viene a hablarnos de esa esperanza que anhelamos.
Yo la anhelo, vamos.
[destacate]La luz que es Jesús ha vencido a todas las tinieblas; a las enormes, que abarcan nuestra caída, y a las diminutas, de cada día.[/destacate]Mis esperanzas se entremezclan. Tengo esperanza en poder llegar finalmente a la casa de mi Padre. Tengo ganas de ver cómo es, cómo está decorada, si realmente la ha preparado especialmente para mí. Tengo ganas de ver cómo es poder vivir ese otro lado de la eternidad donde no hay sufrimiento, ni dolor, ni desgracias, ni espacio para una sola brizna de tinieblas. Creo que desde aquí eso es muy difícil de imaginar.
También, por otro lado, tengo que trabajar mis esperanzas más cercanas, las más cotidianas. La esperanza en que podremos seguir en pie. La esperanza de que en un futuro las buenas noticias que tanto esperamos sean realidad. A ser posible, Señor, en breve. Lo necesitamos.
Soy muy consciente de que la esperanza, cualquiera, conlleva un riesgo. Soy consciente de que siempre parece que los cínicos, los incrédulos, tienen más razón. Puede que nada de esto sea verdad, y, sin embargo… «esta esperanza no nos defrauda» (Romanos 5:5).
La luz que es Jesús, que fue, que es y que será, ya ha vencido a todas las tinieblas: a las enormes que abarcan cada rincón de nuestra Caída y nuestros pecados, y a las diminutas que nos inundan y ensucian el día a día. Lo más maravilloso de este evangelio es que comienza advirtiéndonos de que este mensaje, esta historia de vida que se nos narra, tiene una dirección bien clara, y es que ahora somos los benefactores de las buenas noticias de la luz y la esperanza. Ahora son nuestras; no, más que eso: ahora están en nosotros. La buena noticia del evangelio abarca mucho más que la vida eterna. Se extiende hasta inundar de luz cada uno de nuestros detalles, deseos y desvelos. Esta luz es la mayor garantía de la esperanza que anhelamos; y por eso podemos estar convencidos de que no nos defraudará.
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