Ese tipo de desarrollo es una especie de suicidio lento de la humanidad, una humanidad en la que ya viven millones y millones de seres en la infravida. Eso no sólo que no es un desarrollo sostenible. Simplemente no es desarrollo.
La aportación de la Biblia a las políticas en torno al desarrollo humano, es que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee, máxime cuando la posesión de estos bienes acumulados por parte de algunos, reducen a la miseria a tantos otros. Dentro de este tipo de políticas de desarrollo economicista y de concentración de bienes sólo para unos pocos, parecería que la única solución sería la eliminación del sobrante humano del que ya hemos hablado en otras ocasiones. No se puede pensar, en este modelo de desarrollo, tal y como se concibe en el NORTE rico, que los pueblos pobres o países en vías de desarrollo se puedan ir acercando hacia nuestros modelos. Es imposible. Sería imposible tanta emisión de CO2, por ejemplo, en nuestra atmósfera. De ahí que nuestros modelos de desarrollo de los países ricos tengan que ser cuestionados y se les pueda calificar de insolidarios con el resto de la humanidad y con la naturaleza.
Se necesitan nuevas políticas solidarias y crear un clima en el que se vaya cambiando el concepto que tenemos de desarrollo. El desarrollo humano, para ser tal, debería mirar más a la persona que a la simple acumulación de bienes en una parte de la humanidad. El desarrollo, para ser humano, tiene que ser solidario con todos los hombres del planeta. Si no es así, se dará todo lo contrario: un desarrollo inhumano, egoísta e insolidario. El concepto de desarrollo debe estar ligado al de persona, al de respetar la dignidad de todos los hombres. El desarrollo humano tiene que abarcar también los valores culturales, éticos y morales. Tiene que crear un concepto de política y de economía que sea profundamente humano y fraterno.
Es una incoherencia hablar de desarrollo humano mientras el hombre es el ser más amenazado del planeta. Es un desarrollo tan restringido a un grupo tan pequeño de la humanidad, que el ochenta por ciento del género humano presente en el planeta tierra sólo contempla la insolidaridad de los que disfrutan del concepto de desarrollo economicista. Es un desarrollo, además de insolidario, errático y perverso. Ese concepto de desarrollo humano para el 20% de la humanidad, es el desarrollo inhumano para el 80%. Un escándalo. Una aberración que parte del egoísmo humano.
¿De dónde deben partir nuevos valores que den lugar a nuevas líneas de desarrollo que sea auténticamente humano? ¿De dónde puede surgir una nueva visión política aplicable al desarrollo humano que sea realmente humana, que pueda crear un nuevo orden internacional capaz de reorganizar un nuevo sistema de vida comunitario, solidario, equilibrado y fraterno? Si los cristianos fueran capaces de llevar nuevos valores y nueva visión a las políticas en torno al desarrollo humano, estarían acercando el Reino de Dios a los pobres de este mundo. Estarían dentro del proyecto de Jesús, que no fue solamente un proyecto espiritual de un Reino metahistórico y del más allá, sino un reino también profundamente humano... como lo fue Jesús. No podemos, insolidariamente, apartarnos dentro de las cuatro paredes de nuestros templos para aislarnos del sonido del grito de los pobres del mundo dentro del subdesarrollo y la infravida. ¿Dónde quedaría, pues, el concepto de projimidad que nos enseñó Jesús? ¿Cómo podríamos decir que somos sus discípulos siguiendo las líneas de amor y de servicio que él marcó?
El hombre, como colaborador de Dios en la creación desde el Huerto del Edén, no puede despreocuparse por el destino de la humanidad ni por el destino de la creación. La tentación que Satanás pone en la mente del hombre dentro del desarrollo economicista, es pensar que los recursos de la naturaleza son ilimitados y vivir como si realmente fuera así. Hoy en día los científicos dan la voz de alarma de que los recursos no son renovables, pero el hombre dentro de este desarrollo inhumano e insolidario, no quiere reparar en ello. El desarrollo economicista e inhumano es insolidario con el futuro.
Muchos creyentes también vuelven la espalda insolidariamente al grito de la tierra y al grito de los pobres y lo justifican diciendo que la espiritualidad cristiana es ajena a estas realidades mundanas, injustas y materiales. No se dan cuenta del trabajo de Jesús y de los profetas, no se dan cuenta que los nuevos valores, capaces de fundamentar políticas medioambientales y de desarrollo auténticamente humano, están en la Biblia que leen y que pasean de un lado a otro. Algunos reniegan de la política y dan la espalda a sus compromisos con la tierra y con el hombre. Son insolidarios. No darán un grito ni harán una denuncia por cambiar el modelo de desarrollo. Quizás algún día el Señor pueda decirnos: Lo que no hablaste, lo que no denunciaste, lo que no hiciste por los que sufren y mueren en el subdesarrollo, por mí no lo hiciste.
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