El tweet de Dios sobre el contraste entre la apariencia y la realidad

En una de las estanterías de mi librería tengo un fragmento de lava volcánica a modo de adorno, que mide unos diez centímetros de largo por cinco de ancho y tres de alto, de color negruzco, muy ligero y lleno de porosidades. Pero a pesar de su impresionante procedencia, un volcán, ese fragmento, que en un momento dado fue lava incandescente, ahora es escoria en su estado actual, escoria volcánica. Existen distintas clases de escoria, según sea su origen, pero en la mayor parte de los casos proceden de la combustión de determinados metales, consistiendo de las impurezas que se desprenden en ese proceso. Mientras que el metal incandescente y puro se deposita en la parte inferior del horno, la escoria se queda flotando arriba, facilitándose así la tarea de separación de lo genuino y lo impuro. Debido a esa diferencia entre lo uno y lo otro es por lo que los sinónimos de escoria son desperdicio, basura, desecho, etc. 

Uno de los metales que desprende escoria es la plata, de modo que hay una específica escoria de plata, la cual no es igual al fragmento de escoria volcánica de mi librería, siendo de hecho un subproducto que tiene mercado al poder ser aprovechado para ciertos usos. De hecho, ya desde la antigüedad se empleó en la elaboración de esmaltes para vasijas cerámicas. El aspecto reluciente que produce daba un bonito aspecto a lo que de otra manera no habría pasado de ser una ordinaria vasija de arcilla. Con todo, y a pesar de su lustrosa apariencia, la esmaltada vasija era solamente un remedo de plata, es decir, algo que parecía plata, que imitaba a la plata, pero que no era plata en definitiva. El objeto así esmaltado, a primera vista, podía hacerse pasar por lo que no era, pero tal parecido nunca podría eliminar la diferencia entre apariencia y realidad. El comprador podía quedarse satisfecho al ver su brillante vasija, aunque en verdad su adquisición distaba mucho de ser lo que él suponía que era.

Pero lo mismo que ocurre en el mundo de los metales preciosos y de sus subproductos, sucede también en la existencia humana, donde es fácil dejarse confundir por el aspecto externo. Cuando era niño me gustaba ir al Rastro de Madrid, donde en aquel entonces se podían encontrar una profusión de sorprendentes vendedores, que con su labia e ingenio presentaban sus productos como si fueran lo más valioso e insólito. Estaba la mujer que vendía un pequeño cilindro que se introducía en un cigarrillo, el cual, al ser frotado con un limón o una naranja cortados, se encendía. ¿Cómo lo húmedo podía arder? También estaba aquella otra que, con los ojos vendados, adivinaba certeramente, a preguntas de su socio, el color de la corbata o de la camisa que llevaba alguno de los curiosos arremolinados para comprobar su genial poder de vidente. O si llevaba gafas o era calvo. ¿Cómo podía ver sin ver? Igualmente estaba el hombre que vendía mediocres figuras talladas, haciéndonos creer que habían salido casi del taller de Leonardo o de Miguel Ángel. Su verborrea era apabullante. Y luego estaba la mujer que vendía medallas supuestamente de oro a precio irrisorio y para comprobar su autenticidad primero metía una moneda de cinco céntimos en un ácido, el cual en segundos consumía la moneda, para a continuación meter la medalla en la misma sustancia, que quedaba intacta a la agresiva acción del ácido. Estos vendedores del Rastro de entonces eran el compendio de todo aquello en lo que la apariencia parece ser la realidad, aunque hay una gran distancia entre lo primero y lo segundo.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Como escoria de plata echada sobre el tiesto son los labios lisonjeros y el corazón malo.’ (Proverbios 26:23). La primera parte hace referencia a la técnica ya aludida de embellecer exteriormente, con escoria de plata, lo que internamente no es más que arcilla, lo cual quiere decir que en Israel era conocida dicha técnica hace ya tres mil años. Pero la falsa impresión que el producto resultante ocasiona y que no cambia el nulo valor que tiene, a pesar de la superficial pátina exterior, se compara con lo que ocurre cuando hay unos labios lisonjeros y un corazón malo. Los labios, es decir, las palabras, son lo externo y superficial; el corazón, es lo interno y original. Por mucho que las palabras sean encendidas, amables y aduladoras, si el corazón es malo, no serán sino vano barniz envolvente, engañoso, que solamente servirá de tapadera para ocultar una oscura realidad. Lo artificial no puede cambiar, ni mejorar, lo que es natural. Sólo puede disfrazarlo.

El tweet describe certeramente lo que pasa tanto en las relaciones horizontales, con nuestros semejantes, como en la relación vertical, con Dios, cuando hay una disonancia entre palabras y corazón, produciéndose en ambas relaciones la hipocresía y el fingimiento. Cuando las buenas palabras no están respaldadas por un corazón bueno, son solamente meros cumplidos, formales, pero vacíos, que no sirven para nada, salvo para mostrar su verdadero rostro en poco tiempo. Las amistades basadas en bellas palabras solamente, no duran mucho.

Pero cuando las palabras van por un lado y el corazón por otro en la relación con Dios, entonces la gravedad del asunto se multiplica, por la seriedad de la relación. Tratar de simular ante nuestros semejantes es grave, pero tratar de fingir con Dios es temerario. De ahí la exhortación: ‘Lava tu corazón de maldad’ (Jeremías 4:14).