Los religiosos de la parábola del Buen Samaritano, estaban condicionados por el cumplimiento del ritual. Cumplidores religiosos que no entendían nada de lo que podría ser el Evangelio.
La iglesia debe fomentar la denuncia profética y la búsqueda de la justicia con su compromiso social, en su sentido más amplio y en varios aspectos, ante la injustica en el mundo, el escándalo de la pobreza, la desmedida acumulación de bienes que practican algunos, pero, también, la obra social asistencial y la creación de tejido social evangélico.
La iglesia y los creyentes, necesariamente, tienen que hacer algo, siguiendo tanto las líneas de Jesús, como esa fuerte interpelación de la que hablamos, interpelaciones a nuestra conciencia. El hambre y la miseria interpela a cualquier ser humano, ¿cómo no van a interpelar a los seguidores del Maestro que anduvo por la tierra haciendo bienes?
Ahora bien, aun dentro de la respuesta positiva de la iglesia y de los creyentes, debemos tener en cuenta que toda obra social a favor del prójimo, ha de tener dos aspectos totalmente irrenunciables. Uno es el ser movido a misericordia, la acción asistencial, el mancharnos las manos como buenos samaritanos, pero también, y de forma inevitable, si queremos seguir las orientaciones bíblicas, se debe trabajar el aspecto de buscar las causas de la pobreza, entrar en posicionamientos de denuncia social y búsqueda de la justicia, así como el ser una voz que clama amplificando el grito de los pobres de la tierra. Así, se podrían resumir los dos aspectos del compromiso social que abarca también la obra social de las iglesias, la acción asistencial.
Así, dentro del primer aspecto más asistencial, está el hecho samaritano, primario y prioritario, de “ser movidos a misericordia”. Los religiosos de la parábola del Buen Samaritano, estaban condicionados por el cumplimiento del ritual, eran religiosos de fe muerta e incapaces de actuar a través del amor, como diría el apóstol San Pablo. Cumplidores religiosos que no entendían nada de lo que podría ser el Evangelio y, además, separados de Dios por su desamor y por su actitud insolidaria con el prójimo sufriente.
Sin embargo, el segundo aspecto del compromiso social y del que no debe estar exento la acción social asistencial de las iglesias, no es menos importante que el primero. Quien se acerca al empobrecido y sufriente, excluido de los bienes de la tierra, quien reflexiona sobre la pobreza en el mundo, puede plantearse algunas preguntas: ¿Por qué este escándalo humano en un mundo en el que podría haber alimentos para todos? ¿Cuáles son, realmente, las causas de la pobreza? ¿Son, acaso, los pobres del mundo, las tres cuartas partes de la humanidad, unos vagos e irresponsables ante el mundo del trabajo?
Más preguntas en este segundo aspecto del compromiso social: ¿Son los propios pobres los culpables de su propia pobreza? ¿Podría ser la pobreza en el mundo, en una gran parte, los resultados directos de la aplicación de políticas insolidarias que alimentan estructuras económicas injustas, estructuras de poder que oprimen a más de media humanidad? ¿Puede ser la pobreza, la consecuencia de la injusticia y de la opresión en un mundo tan desequilibrado? ¿Puede ser el resultado del desigual reparto, el efecto de la desmedida acumulación de bienes, por parte de algunos grupos de personas que trabajan desde el egoísmo?
Por todo esto, ante estas dos facetas que afectan al trabajo en la obra social evangélica y al compromiso social de todos los creyentes en general, aquellos que, realmente, son movidos a misericordia, también podrían dar un paso más y, viendo que su obra asistencial siempre es limitada ante el fenómeno de la escandalosa extensión de la pobreza en el mundo. En ese paso más, hay que ver cómo podemos llegar a influir en la reducción de la pobreza en nuestra tierra, cómo podemos usar nuestra voz de denuncia, cómo activar nuestro trabajo por la justicia en un mundo desigual, y pensar en cómo usar nuestra influencia en contra de las estructuras de poder injustas que empobrecen y marginan a los más débiles.
Quizás no es necesario ser un activista político ni socioeconómico, pero la concienciación de todos los creyentes, comenzando por los responsables de la iglesias, los pastores, ancianos y diáconos, y seguidos por aquellos que ya tienen interés por la obra social cristiana, así como por los creyentes en general, podría ser un fermento de sensibilización en el mundo acerca de la práctica de la misericordia, unida al clamor por lo justo, el deseo de que en el mundo haya justicia social y reducción de la pobreza para que no haya tantos seres en el escandaloso no ser de la exclusión social.
Esta concienciación puede, a su vez, ir cambiando nuestras prioridades, la manera de entender el mundo con sus problemáticas e injusticias, así como nuestros estilos de vida y nuestros comportamientos sociales, convirtiéndonos en agentes de liberación del Reino de Dios que practican la misericordia y el amor y, a su vez, se convierten en buscadores de justicia y denunciadores de las estructuras de maldad, de las estructuras sociales injustas.
También, y como consecuencia, todo esto nos va a motivar a ser las manos y los pies del Señor en un mundo que necesita del servicio y la diaconía de los cristianos, manchándonos las manos como buenos prójimos y, como el buen samaritano, usando nuestro tiempo, nuestras propiedades y nuestro dinero que se debe unir a ese deseo de justicia social en el mundo.
Además, el buen samaritano, se despidió del posadero diciéndole: “Volveré”. Había la intención de tener un seguimiento y una involucración continuada como corresponde a cualquier seguidor del Maestro.
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