¿Cómo tantos, pueden hablar tanto, durante tanto tiempo, de lo mismo, sin caer en la palabrería o la divagación?
Los bulos se han convertido en una de las constantes referencias que se han expandido gracias a los medios de comunicación, resultando en ocasiones harto difícil diferenciar la verdad de la habladuría, hasta el punto de ser casi tan complicado como separar una aguja en un pajar. Esta plaga incluso se ha convertido en un asunto de Estado, porque los chismes pueden llegar a alterar las corrientes de opinión mayoritarias, provocando conmociones peligrosas que amenazan la estabilidad de los gobiernos, de ahí que se haya declarado toda una guerra cuyo frente no es físico sino virtual, pero guerra al fin y al cabo, para neutralizar la labor de socavamiento que puede minar la subsistencia de un modelo político o social.
Pero el ámbito de las charlatanerías no se limita solamente a los niveles más elevados jerárquicamente hablando, sino que alcanza otras esferas sociales también. Desde hace muchos años existen cadenas de televisión cuya razón de existir radica en los programas de dimes y diretes sobre los famosos, pues sabiendo el alto nivel de adicción que generan, al haber en el corazón humano una tendencia al gusto por el chisme, tienen asegurada una devota audiencia. Los interminables enredos, cuentos, líos y embrollos de los personajes que desfilan por la pantalla son el alimento cotidiano de millones de personas, siendo su persistencia en el tiempo el indicador más fiable del éxito que tienen, estableciéndose una retroalimentación entre los que necesitan estar constantemente en boca de los demás y los que necesitan la boca para hablar de ellos.
Mas no hay que pensar que el círculo de las alcahueterías se circunscribe a la gente del cine, la televisión o la música, porque supuestamente sus vidas son más proclives a especulaciones de todo tipo; el radio de la chismografía es tan amplio como para llegar al mundo de la actualidad en general, de ahí que haya que tomar con pinzas la cuantiosa información que procede de programas de televisión, periódicos e Internet, al tener que llenar su contenido día tras día de lo que pasa, o se intuye que pasa, tras las bambalinas. Esta necesidad de hablar y hablar, alimentada por los que necesitan oír y oír, inevitablemente desemboca en el superficial cotilleo generalizado, incluso hacia los asuntos más serios.
Para muestra un botón. La crisis del coronavirus se ha convertido en el asunto al que se dedican veinticinco de las veinticuatro horas que tiene el día, dándole vueltas y vueltas, sin salir de un círculo, que, a diferencia del círculo geométrico que no tiene principio ni fin, éste sí tuvo un principio, aunque no se vislumbra el fin. ¿Cómo tantos, pueden hablar tanto, durante tanto tiempo, de lo mismo, sin caer en la palabrería o la divagación?
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Las palabras del chismoso son como bocados suaves y penetran hasta las entrañas.’ (Proverbios 18:8). Hay una particularidad especial que tiene este tweet y es que está exactamente repetido, palabra por palabra, en Proverbios 26:22. Tal vez algunos dirían que se trata de un error de los compiladores del libro, que no se dieron cuenta de la repetición y se les coló inopinadamente. Pero yo me quedo con la opción de que dado el contexto de ambos pasajes, dedicado a los males de la lengua, era preciso incidir, repitiéndolo, sobre el peligro del cotilleo, lo cual muestra que, lejos de ser un mal exclusivo de nuestro tiempo, ya viene de muy atrás, cuando no existían la televisión, los periódicos, ni Internet. Pero existía el corazón humano, que a fin de cuentas es la matriz donde el cotilleo se gesta, siendo también el órgano que lo recibe.
Una de las tiendas que se han puesto de moda en nuestro tiempo son las de ‘delicatessen’, especializadas en exquisiteces gastronómicas, que están al alcance de pocos. No tienen nada que ver con la comida esencial y básica, sino con manjares particulares, que son fáciles y apetitosos de digerir, difícilmente rechazables. Pues bien, este tweet de Dios enseña que los cotilleos son esos bocados suaves y deleitosos, a los que el oído presta fácil atención y son consumidos con fruición placentera. La diferencia entre las ‘delicatessen’ y los cotilleos es que a las primeras sólo algunos pueden acceder, mientras que los segundos están disponibles gratuitamente para todos, todo el tiempo.
Otra diferencia es que el fin último de las ‘delicatessen’ es el retrete, pero el fin último de los cotilleos es el corazón. Es decir, mientras las primeras pasan por el estómago y el intestino grueso, saliendo del organismo, los segundos entran por el oído y la vista, quedándose alojados en lo más profundo del interior, donde hacen allí su morada permanente, con el daño asociado.
En medio de un mundo de cotilleos, me quedo con la Palabra de Dios, que es dulce y amarga a la vez (Apocalipsis 10:10). Dulce, por las benditas promesas que contiene. Amarga, por las solemnes advertencias que da. Un dulzor que no es empalagoso y una amargura que es saludable.
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