No es algo teórico, sino, desgraciadamente, más común de lo que fuera deseable, existiendo diversas maneras en que tal degradación ocurre, cuando el justo renuncia o traiciona a la justicia.
Cuando vamos de excursión o vacaciones a un paraje natural o a algún sitio rural lejos de las urbes, siempre, a los que vivimos en dichas urbes, nos llama la atención el agua cristalina que corre por las pendientes y que es todo un canto de espontaneidad y pureza, donde esa corriente virginal se abre paso, sin nada artificial que la contamine. Esas escenas son impagables, aunque son gratis, maravillosa donación que nos hace el Creador. No es extraño que un escritor de Israel lo expresara de esta manera: ‘Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos…’ (Salmo 104:10).
Y sin embargo, esa prístina transparencia no es difícil de enlodar por la acción humana, como ya estamos siendo testigos, dada la destrucción de entornos, el abuso de los recursos y la profanación y deterioro de ese tabernáculo donde fuimos puestos un día, para que fuera nuestra morada, la cuidáramos y preserváramos. Y de esa manera, las aguas que otrora fueron limpias y claras, se tornan confusas, mezcladas y sucias, incluso letales.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Como fuente turbia y manantial corrompido, es el justo que cae delante del impío.’ (Proverbios 25:26). La comparación establecida es entre el mundo natural y el mundo moral, habiendo una semejanza entre la degradación del agua del manantial y la del justo frente al mal. No es algo teórico, sino, desgraciadamente, más común de lo que fuera deseable, existiendo diversas maneras en que tal degradación ocurre, cuando el justo renuncia o traiciona a la justicia, en aras de conseguir alguna ventaja o, simplemente, sobrevivir, aunque sea arrodillado, ante la amenaza y persecución por parte del mal.
Uno de los grandes personajes del siglo XX, convertido por muchos en icono de integridad y coherencia ante el mal, es Dietrich Bonhoeffer, el teólogo alemán que hizo frente a una perversa ideología y terminó pagando con su vida el atrevimiento. Sin embargo, como otros antes que él a lo largo de la historia, no siempre fue firme y consecuente, sino que, como hombre sujeto a debilidades, durante un tiempo contemporizó, tratando de llegar a un acuerdo entre los postulados dominantes y los principios de su conciencia, a fin de no tener que afrontar los temibles riesgos que conllevaba hacerlo. Y así, en 1942, diez años después de que Hitler alcanzara el poder, escribió estas memorables, aunque no muy conocidas, palabras: ‘Hemos sido testigos silenciosos de hechos malvados, hemos aprendido muchos ardides, hemos aprendido las artes de la simulación y el lenguaje ambiguo; la experiencia nos ha enseñado a recelar de otras personas y bastantes veces hemos sido parcos con la verdad y las palabras francas; conflictos insoportables nos han hecho dóciles o tal vez incluso cínicos... ¿Somos todavía de alguna utilidad?’.
El hecho de que Bonhoeffer hiciera esta confesión de su propia debilidad no merma el valor posterior que tuvo; al contrario, su sinceridad nos enseña que incluso los más íntegros titubean y tiemblan e incluso se echan atrás temporalmente, porque, a fin de cuentas, solo ha habido Uno que ha podido decir justamente: ‘Yo he vencido al mundo.’ (Juan 16:33).
Hoy asistimos al ascenso de perversas ideologías que buscan trastocar y alterar los fundamentos de la naturaleza del ser humano, del hombre y la mujer, del matrimonio y la familia, de la sociedad en definitiva. Cuentan con poderosos medios, persuasivos y también coactivos, para conseguirlo, habiendo todo un numerosísimo coro de voces que loan y exaltan ese pensamiento, como si fuera lo óptimo a lo que la humanidad ha llegado, cuando en realidad se trata de un siniestro abismo de engaño.
Lo triste es que muchos que deberían plantarse ante esta situación, han optado por el silencio, un clamoroso silencio, haciendo componendas y siendo cómplices, con su pasividad, del avance del mal. Y es que la cobardía, la tibieza y otras razones inconfesables han hecho mella en su fibra interior, hasta el punto de poder convivir bastante tranquilamente con lo malo. Y así es como se cumple la verdad de este tweet de Dios, al asemejar lo que ocurre en una fuente o manantial cuya agua ha dejado de ser transparente, con lo que pasa cuando el justo capitula ante lo malo, para poder sobrevivir y no sufrir represalias.
Las consecuencias de tal acción no tardan en hacerse sentir, porque el agua que debería ser potable y bebible, fresca y clara, se convierte en un agitado revoltijo, confuso y enfangado, imposible de digerir; en un mensaje caracterizado por la imprecisión, los rodeos y el cálculo, a fin de no ofender a toda costa y a cualquier precio.
Pero cuando los israelitas cedieron ante las paganas ideologías circundantes, trastocaron la original naturaleza con la que Dios los había investido. Y cuando los cristianos ceden ante las actuales ideologías paganas, trastocan también la original naturaleza con la que Dios los ha investido, convirtiéndose en fuentes turbias y manantiales corrompidos. En sal insípida que no sala y en luz que no alumbra.
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