Eliminamos la interculturalidad y nos convertimos en un gueto empobreciéndonos culturalmente. ¿Cómo puede afectar todo esto a la evangelización?
Hoy, en nuestras sociedades modernas vivimos más que nunca la interculturalidad. Cada vez tendemos a hacer menos guetos de las diferentes culturas que conviven en nuestras sociedades, potenciadas lógicamente, por el fenómeno migratorio y, día a día, avanzamos en una interrelación enriquecedora en la que estamos abiertos a la convivencia en igualdad con otras culturas, sabiendo que éstas siempre nos enriquecen. Si nos quedamos encerrados en nuestro círculo cultural, pensando que nuestra cultura es superior, le estamos haciendo un flaco favor a nuestra vida cultural. Eliminamos la interculturalidad y nos convertimos en un gueto empobreciéndonos culturalmente. ¿Cómo puede afectar todo esto a la evangelización?
Se ha hablado mucho de la inculturación del Evangelio, del Evangelio y la cultura, de cómo podemos evangelizar la cultura en la que nos desenvolvemos, pero, en el contexto intercultural de hoy, quizás podríamos agregar muchos matices, y ver si podemos llegar a captar lo que sería un Evangelio intercultural, el Evangelio y las sociedades interculturales, la interculturación del Evangelio. Los cristianos hoy vivimos interrelacionándonos con muchas culturas a las que hemos de estar abiertos. Nuestro contexto es intercultural creo que, en mayor o menos medida, en todos los lugares del mundo.
Los errores de no aceptar una sociedad intercultural, de no ser conscientes de que hemos de vivir en sociedades interculturales en donde las culturas se interrelacionan con el mismo nivel de importancia y riqueza, es que, en muchos casos, predicamos el Evangelio desde parámetros de cultura española o, en su caso de culturas eurocéntricas o centradas en los valores culturales de países que quieren imponer sus parámetros como los Estados Unidos u otros. Hay que valorar mucho las culturas, desde la igualdad y el reconocimiento de que todas las culturas son valiosísimas y que nos enriquecemos con ellas, para poder comenzar a entender una interculturación del Evangelio en donde se puedan asumir los valores de todas y cada una de las culturas, en una plano de total igualdad, que conviven en nuestros países, ciudades, sociedades o poblaciones.
Si no es así, se podrían dar errores hermenéuticos muy importantes. Todo esto afectaría a la forma de transmitir el mensaje, a la hora de dar participación a personas inmigrantes en nuestros cultos y órganos de gobierno de la iglesia, al vocabulario empleado, al hecho de que nadie se sienta extranjero en ninguna iglesia cristiana, a la alabanza, al enfoque de los cultos de oración, a las comidas congregacionales, a las formas de confraternidad entre los hermanos de diferentes países y culturas, sin que, necesariamente, tengan que pasar todos éstos por una asimilación total de nuestros valores culturales, en este caso, de España.
Todo esto puede potenciar una evangelización intercultural que conlleva, necesariamente, una evangelización de la cultura, de las culturas, de los valores culturales de todas y cada una de las culturas que conviven en interculturalidad enriqueciéndose unas culturas a las otras, sin que se den prepotencias o superioridades de ninguna clase. El cristianismo vivido en nuestro país, debe tener la capacidad de inculturarse en la culturas que nos vienen de países que son, o en su caso, consideramos más pobres, cuando en muchos casos más que obres son empobrecidos por nuestras propias formas de mercado o económicas. Nuestros valores eurocéntricos o importados de los Estados Unidos, pueden ser contracultura si no se intercultura el Evangelio.
Por tanto, trabajemos no solamente por inculturar el Evangelio en nuestros valores de las sociedades españolas, sino que, bendecidos por tantos hermanos que nos aportan nuevos valores culturales, pasemos a una interculturalidad en la predicación y vivencia del Evangelio, un policentrismo cultural que se debe expresar en nuestras predicaciones y en todos los tipos de relaciones interculturales que emprendamos enriqueciéndonos todos en una interculturalidad evangélica. No puede ni debe haber una especie de imperialismo evangélico basado en una prepotencia por creer que nuestros valores culturales son mejores, más ricos o más dignos. Nadie es extranjero, ni debe sentirse como tal en la casa de Dios. No debemos inculturar a los migrantes que cruzan nuestras fronteras desde las perspectivas exclusivas del mundo rico, desde los valores de las sociedades consumistas u adoradoras en muchos casos del dios Mamón, del dios de la riquezas.
Intentemos practicar y predicar un Evangelio que se de en la interculturalidad, en el respeto a os valores culturales de aquellos creyentes procedentes de allende los mares y fronteras. Vivamos un Evangelio impregnado de modelos interculturales en donde todas las culturas estén abiertas para enriquecerse unas a otras, y para poder alabar, adorar y escuchar la Palabra desde el respeto mutuo de las valores culturales de todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios.
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