La fe no es solamente una experiencia mística, sino que puede transformar la realidad, también la realidad sociopolítica y las estructuras económicas marginantes.
No cabe duda de que la vivencia de la fe cristiana se tiene que revelar también en una praxis, en obras, en acciones solidarias. A mí siempre me gusta citar la tan conocida frase de San Pablo: “La fe que obra —o que actúa— a través del amor”. Sí. La fe tiene sus obras, tiene su praxis. Recordad aquel libro mío: Diaconía. Las obras de la fe. Sí, sí. Lo que deseo es poder hablar en este artículo es de la vertiente social de las obras de la fe, la vertiente solidaria con los débiles cuando nuestra fe se encarna en la realidad histórica que debe ser siempre a favor de los pobres, oprimidos e injustamente tratados como nos demanda la Biblia y el mismo Jesús.
Una afirmación que se podría hacer es que, indudablemente, la vivencia de la espiritualidad cristiana, la experiencia de una fe viva, debería, indudablemente, incidir también en la vida social, política y cultural, esto es, en la solidaridad con los ancianos y sus pensiones, con los enfermos dependientes, con los pobres, con los oprimidos, con la feminización de la pobreza, el hambre de tantos y tantos niños, incluso en nuestro país, España. ¿Cómo no vamos a intentar que la vivencia y las obras de nuestra fe incidan en la vida social y económica y política de este mundo?
[destacate]La fe que no nos mueve a la práctica del amor, no es la del evangelio del Reino.[/destacate]Las obras de la fe entran directamente en la defensa de la vida. Yo, con la creación de nuestro centro “Da Vida” de Misión Urbana, he trabajado a favor de la vida en relación con ese importante tema que es el aborto. Creé un Centro provida y de ayuda a la mujer y a la infancia, en donde hemos salvado muchas vidas y ayudado a miles y miles de bebés. Pero la defensa que de la vida debe hacer el cristiano, debe ir mucho más allá. ¡Cuántos atentados a la vida con la no eliminación del hambre en el mundo, los niños trabajadores, los pobres y hambrientos de la tierra que viven en la infravida, en el no ser de la marginación y exclusión social!
Es posible que, para muchos cristianos, las obras de la fe no existan, que vean la fe como algo desencarnado. Es imposible para ellos contemplar o ver que la fe debe tener también una extensión y una fuerza que pueda incidir en las dimensiones sociales, políticas, económicas, culturales y éticas de nuestro mundo. Pues bien: yo creo que la praxis de la fe tiene que ver también y se proyecta hacia las realidades económicas que desequilibran el mundo, y oprimen a las personas que necesitan la voz, las manos y los pies de los creyentes en su defensa de la vida.
Cuando desde posicionamientos desencarnados de la fe, creen en la afirmación bíblica de que “la fe mueve montañas”, no sé a qué se pueden referir. Quizás a experiencias personales, a algunos milagros de sanidad o similares, pero nunca piensan que la fe puede mover las montañas de la injusticia, de la opresión, de la falta de misericordia. La fe no es solamente una experiencia mística, sino que puede transformar la realidad, también la realidad sociopolítica y las estructuras económicas marginantes y excluyentes de los más débiles. Quizás es que nos falte una de los apoyos de la fe en su praxis: el amor. Sin el amor la fe tampoco puede actuar y se transforma en una fe muerta.
¡Qué pena que la fe de muchos no incida en la realidad económica, social y política!, que no incida en la transformación de los valores sociales antibíblicos que son injustos y contracultura con la propia Biblia, con los valores del Reino. Esa fe pasiva, no ayuda para nada al acercamiento del Reino de Dios al mundo para que sea fermento que lo cambie todo, también la realidad sociopolítica en la que vivimos. La fe sin praxis, sin obras, la fe sin amor, acaba por morirse y dejar de ser. La fe pasiva que solamente mira hacia lo alto, la fe que no nos mueve a la práctica del amor, la que se aparta y mira hacia otro lado, en cuanto a las dimensiones públicas que debe tener dicha fe, no es la fe del Evangelio del Reino, fe que se compromete con los sufrientes y los proscritos del mundo.
Por tanto, si se nos habla de la dimensión social, económica, ética, cultural o política de la fe, en el buen sentido que estamos comentando, la fe comprometida con las problemáticas del mundo, no hay que rasgarse las vestiduras, ni persignarse diez veces, ni creer que estamos difuminando la auténtica fe bíblica. Estamos intentando actuar por el amor para transformar el mal en el mundo, las injusticias y los falsos valores que oprimen y excluyen a aquellos que están en desventaja social por alguna razón de enfermedad, raza, lengua o situación social.
La religión, sin una fe que actúa en el mundo a través del amor, sin las obras de la fe, es un simple humanismo que se podría poner en paralelo con los insolidarios de este mundo que también buscan sus goces y bienestares terrenales y eliminan todos los sentimientos de culpa con unas conciencias laxas y no comprometidas con el prójimo sufriente.
No cabe duda que cuando estamos dispuestos a trabajar desde la fe que actúa a través del amor, estamos incidiendo positivamente en las estructuras sociopolíticas, estamos siguiendo el ejemplo de los profetas y de Jesús mismo, el Hijo de Dios, que no fue ajeno al sufrimiento de las personas insertas en mundos injustos y políticamente incorrectos.
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