El reconocimiento a Abiy Ahmed Ali y el proceso de reconciliación entre Etiopía y Eritrea establece un precedente histórico que desplaza la atención de lo convencional.
La noticia del premio Nobel de la Paz concedido al primer ministro etíope, Abiy Ahmed Ali, por su labor en el proceso de reconciliación entre su país y la vecina Eritrea después de 20 años de conflicto fronterizo ha conseguido que algo tan aparentemente inalterable como la entrega del galardón se haya convertido en todo un precedente histórico que desplaza la atención de lo convencional.
Aunque el año pasado, con el reconocimiento del trabajo de la activista yazidí y kurda, Nadia Murad, y del médico congoleño, Denis Mukwege, ya se anunciaron aires de cambio por parte del Comité Noruego Nobel, después de una gran sucesión de premiados más que polémicos, como la Unión Europea, en 2012, o Barack Obama, en 2009, entre otros, el reconocimiento a Ali confirma no solo ese giro de ángulo plano en la visión de la institución de la que depende el premio, sino que supone un retrato de un realidad que no parece estar corrigiéndose; en Occidente ya no se resuelven conflictos.
Es evidente que todo conflicto tiene un carácter local y es poco sensato comparar este tipo de escenarios tan trágicos. Me refiero más bien al hecho general de que en Etiopía, un primer ministro que apenas llevaba tres meses en el cargo consiguió establecer las bases para un acuerdo de paz, y firmarlo, respecto a un conflicto que llevaba activo 20 años.
No es tan sencillo. Como digo, cada conflicto tiene sus matices, y el que mantenían Etiopía y Eritrea hasta este verano era muy focalizado. Sin petróleo de por medio, ni tropas enviadas desde Washington ni Moscú. Sencillamente, dos pueblos desentendiéndose. Pero la idea de dos autoridades reuniéndose después de tantos años para firmar un tratado de reconciliación debe aludir, en primer lugar, a la responsabilidad política. Y el Nobel de la Paz a Abiy Ahmed Ali pone de manifiesto que esa responsabilidad está faltando en otros lugares, especialmente en Occidente. Aprovecho para señalar que el énfasis en Occidente no se debe a ningún tipo de presuposición ideológica, sino a la retención histórica que tanto Estados Unidos como Europa han hecho de este galardón a través de algunas de sus figuras e instituciones más prominentes, sin que esto suponga negar su reconocimiento a dicho premio.
Basta comprobar cuál era la principal alternativa ‘occidental’ al primer ministro etíope. La activista sueca en defensa del medio ambiente Greta Thunberg, de 16 años, que representa a un movimiento popular, no institucional, y cuya presión sobre las autoridades de la Unión Europea no se ha traducido en ningún compromiso firme por parte de esta, por el momento. Lo cual no significa que en Europa no hayan conflictos políticos y sociales por resolver. La pregunta, más bien, es si queda alguna voluntad política por encontrar escenarios de reconciliación.
La fuerza de la diplomacia del tweet se ha hecho evidente tras el anuncio del Nobel de la Paz. Autoridades de muchos y diferentes lugares no han tardado en publicar mensajes de felicitación al primer ministro Abiy Ahmed Ali en las redes sociales. He ahí el principio de apropiación indebida del galardón al que parecen resignarse aquellos que antes ostentaban el prestigio mundial de pacificadores. Y, como ejemplo de Occidente, mi fijo en nuestro entorno más cercano. Tanta o más repercusión que el anuncio del Nobel de la Paz a Ali, ha tenido entre los medios españoles la noticia de que el presidente Sánchez ha cometido un error ortográfico al felicitarle. “Su impulso a la democracia etíope y su apuesta por la igualdad de género son sabia nueva para la política africana”, decía Sánchez en su tweet, cuando debería haber escrito ‘savia’.
También el presidente de Cataluña, Quim Torra, felicitaba vía redes al primer ministro etíope por “su esfuerzo para conseguir la paz y la cooperación internacional y por su iniciativa decisiva para resolver el conflicto fronterizo con la vecina Eritrea”, decía haciéndose eco de las palabras con las que el Comité Noruego Nobel anunció el galardón. Un ejemplo más, el de los mensajes de los presidentes de España y Cataluña, de lo fácil que resulta apropiarse de ese tirón de celebraciones que suele conllevar el Nobel de la Paz, y de la difícil asunción de la responsabilidad política que queda pendiente en tantos lugares y ante tantos conflictos aún por resolver.
Abiy Ahmed Ali y Etiopía, con este galardón, no solo se han convertido en motivo de enhorabuena para el resto del mundo, sino que desde su pequeñez y su aislamiento en el este de África, son una lección política y moral para el resto de países. Si hay que apropiarse de algún Nobel de la Paz, que sea del proceso que viene antes del premio.
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