Todos deberíamos someternos a un autoexamen en lo referente a las enseñanzas de Jesús en éstas áreas en la línea de la acogida a los débiles del mundo.
La iglesia debería estar abierta y dispuesta a acoger a aquellos que no esperan acogida. Sí. Hay muchos que no esperan acogida por parte de nadie. Es verdad que en la obra social se usa mucho la palabra “acogida” que no implica, necesariamente, meter a alguien en casa, cosa loable y bíblica, ni buscarle un albergue o similar. La acogida es mucho más amplia. Jesús acogió a Zaqueo yendo a su casa. Esta acogida, lo transformó. En la parábola del Buen Samaritano, se muestra una acogida especial hecha por un extranjero y que no entendieron ni supieron hacer los religiosos de la época.
Se acoge cuando uno abre su vida al otro. Se acoge cuando conseguimos limpiar una lágrima al entristecido, se acoge cuando uno comparte tiempo y vida con los más débiles. Jesús predicó y practicó la acogida, fundamentalmente con los desheredados, los pobres, los proscritos. No tuvo un centro de acogida, pero su corazón y su sensibilidad estuvieron abiertos a ellos. Así, las características de la acogida de Jesús, podría servir hoy de pauta para la iglesia, para que se pueda hablar de “Iglesias de acogida” que deberían tener las siguientes características si se siguieran las enseñanzas de Jesús.
En primer lugar, la iglesia debería tener un corazón y una sensibilidad especial hacia aquellos perdidos, débiles, pecadores, despreciados o rechazados por las pautas sociales, económicas, por cuestiones de raza o lengua, o por aquellos puristas religiosos que aún abundan como en la época de Jesús.
En un segundo lugar, se podría hacer una reflexión curiosa: no se acoge, de forma prioritaria, a aquellos que creen tener derecho a la acogida de Dios, a esa acogida tan especial de Jesús —hoy, todavía hay muchos que se autojustifican y creen tener derechos especiales de acogida de parte de Dios—. Incluso pensando en temáticas de exclusión social o marginación. Jesús acoge, de una forma muy prioritaria, a aquellos que se consideran ya perdidos, pecadores que creen no tener derecho a esa acogida, los que pensaban que ya nadie en el mundo les abriría las puertas… a los que ya no esperan acogida por parte de nadie.
Es curioso que esto se refleja en una actitud de muchos acogidos que se sienten golpeados por la sorpresa, cuando ven a alguien que les abre los brazos. Así, pues, podríamos decir: ¡Iglesia, intenta constatar la sorpresa de muchos acogidos que ya no esperaban encontrar ningún corazón acogedor! El hijo pródigo ya no se sentía digno de tener una acogida de hijo: “No soy digno de ser llamado tu hijo”, decía, pensaba, sentía, afirmaba. De ahí su sorpresa ante la acogida del padre.
Si la iglesia fuera realmente acogedora, de brazos abiertos, estaría frecuentemente constatando esta reacción sorpresiva que avalaría que es una iglesia acogedora en el sentido de la acogida de Jesús. Una Iglesia del Reino. Tampoco Zaqueo hubiera esperado nunca esa acogida. Quedó presa de una sorpresa propia de esas personas, rechazadas por todos, pero acogidos por Dios. Así muchos otros pecadores, prostitutas o adúlteros.
Una iglesia de acogida, tiene que eliminar todo recelo o desprecio hacia los débiles, los excluidos, los pobres, los oprimidos, los explotados y robados de dignidad. No solo eliminar el desprecio, sino darles acogida prioritaria, hacer con ellos una discriminación positiva. Si la iglesia o los creyentes no somos capaces de ser personas acogedoras en las líneas marcadas por Jesús, nos podremos encontrar con una afirmación que suena como un trueno en nuestros oídos, como un relámpago que nos ciega, porque no la podemos entender. Fue la constatación y el dicho de Jesús dirigido a los religiosos de la época: “Los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”.
Así, la iglesia, incluidos nosotros los creyentes, se puede convertir en la iglesia del antirreino, la que no es permeable a los valores del Reino, uno de cuyos valores es que “muchos últimos serán los primeros”. Todos deberíamos someternos a un autoexamen en lo referente a las enseñanzas de Jesús en éstas áreas en la línea de la acogida a los débiles del mundo.
Es verdad que Jesús no es excluyente con la acogida a los ricos, ni a ningún otro grupo social privilegiado. Éstos también pueden ser acogidos, pero siempre se debe dar esta circunstancia: El rico que es acogido debe dejar de acumular, cesar en la práctica de la injusticia y de todo egoísmo humano, repartir sus bienes, como hizo el rico Zaqueo, dar darse y, finalmente, convertirse, liberarse con una liberación integral que implica la liberación de todo egoísmo con respecto a los bienes materiales. No se puede hacer lo que pretendía el joven rico. Éste quería tener todo en la tierra, y todo en el cielo. Hay que hacer renuncias para poder conseguir una meta importante: El seguimiento de Jesús como ejemplo de acogida, del Maestro con el que debemos ir siempre ligeros de equipaje.
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