El desequilibrio del mundo, el desigual reparto de las riquezas, la acumulación desmedida de bienes, está totalmente en contra de los valores del Reino.
La parábola del Rico y Lázaro la podemos ver como símbolos del mundo actual, quizás símbolos amplificados, con un Lázaro agigantado y un rico prepotente que ya casi le molesta que ese enorme Lázaro, que habita al mundo como símbolo y señal de todos los empobrecidos de la tierra, pueda comer de las migajas que caen de los banquetes de los ricos de la tierra.
Dos mundos contrapuestos: Uno rico, muy rico, de figura pequeña pero engrosada por el lujo, derrochador, malgastador, acumulador, desequilibrador del mundo, y arropado con vestidos finos y caros. Es el símbolo insolidario de un pequeño mundo injusto, pero que posee las riquezas, los medios de producción, y maneja los entresijos del mercado.
El otro mundo, no es de figura pequeña, abarca casi a las tres cuartas partes de la humanidad. Es el mundo de Lázaro, un gigante impotente que mendiga y quiere coger las migajas que caen de los banquetes y lujos fastuosos del ese pequeño mundo rico.
Por tanto, nuestra tierra está injustamente desequilibrada y las múltiples llagas de ese enorme Lázaro se muestran claramente al mundo rico, pero éste mira hacia otro lado de forma inmisericorde, acallando su conciencia como puede para que no le interpele demasiado.
Lázaro empobrecido, símbolo del mundo robado de hacienda y dignidad, debilitado, sin capacitación y formando parte de una especie de sobrante humano al que muchos no quieren mirar, pero que se transforma en el icono del mayor escándalo del mundo. Sí. Escándalo humano también ante el mundo cristiano, muchos de los cuales están integrados en la figura del rico acumulador que derrocha, consume desmedidamente, gasta y tira aquello que sería necesario para empequeñecer la figura enorme de ese Lázaro lleno de llagas y miserias.
El mundo cristiano también mira y contempla la figura del gigante Lázaro en silencio, un silencio que, quizás, es el grito de Dios contra aquellos que, confesando seguirle, no siguen sus mandamientos y orientaciones bíblicas en torno a suavizar el sufrimiento de ese enorme Lázaro que puebla la tierra.
Hoy, en la polarización de un mundo de unos cuantos ricos cada vez más ricos y una enorme pléyade de pobres cada vez más pobres, se repite esta imagen bíblica: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, —símbolo del mundo injustamente enriquecido que pone en sus mesas el despojo del pobre— y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, —icono del mundo empobrecido que representa a más de media humanidad— que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas…”.
¡Terrible descripción bíblica! Sin embargo, parece que ya nos hemos acostumbrado también muchos creyentes, mandando, de forma antibíblica, acallar nuestras conciencias para que su interpelación no nos evite disfrutar de los goces cristianos a los que, en insolidaridad, muchas veces nos entregamos.
Jesús denunciaba esta situación con normalidad, aunque con dolor, exponiendo parábolas como ésta. Parece que no nos toca el corazón. Poco hablamos de ella en nuestros sermones eclesiales. Pensamos que es mejor no tocar estos temas que nos pueden quitar la alegría del Evangelio. Mutilamos, así, la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana y, por ende, mutilamos el propio Evangelio de la gracia y de la misericordia que nos trajo el Maestro.
El desequilibrio del mundo, el desigual reparto de las riquezas, la acumulación desmedida de bienes, está totalmente en contra de los valores del Reino que tienden a restaurar a los pobres y a los humildes, a los abusados, desclasados y sufrientes del mundo.
Triste el pequeño mundo de los acumuladores ante un mundo empobrecido. Triste rico, triste Epulón, triste el silencio de los cristianos del mundo que deberían tener una voz atronadora en búsqueda de la justicia, del compartir y de la práctica de la misericordia. ¿Será que la iglesia cristiana no ha sabido acoger. con radicalidad y seriedad máxima, los retos del Evangelio de Jesús que ensalza y pone en los primeros lugares a aquellos que han sido robados y despojados por la avaricia del hombre?
El pueblo de Dios no puede ni debe agrandar ni rendir pleitesía al mundo de Epulón, el rico que, al menos en la parábola, dejaba comer al enorme Lázaro, como símbolo del mundo, de las migajas que caían de su mesa. Quizás el icono del rico de hoy, hasta rechace la presencia de los Lázaros del mundo intentando comer sus migajas.
¿Qué es lo que falta en el mundo para que la levadura de los cristianos leude toda esa masa injusta? Quizás muchas cosas entre las que destacamos dos: la primera sería la práctica de la denuncia profética, unida a la búsqueda de la justicia. La segunda, la acción social y el servicio de los creyentes a favor de los Lázaros que existen en el mundo hoy, intentando que las estructuras de poder que sostienen a ese engrandecido Lázaro, salten hechas pedazos dando lugar a un mundo más justo. Quizás entonces, el Evangelio y el acercamiento del Reino de Dios a los pobres, comenzarían a ser una realidad en un mundo injustamente cruel.
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